Aquí va este post, aún a riesgo de quedarme corto con el título por no encontrar una manera más expresiva de comentar algo que ocurre muy a menudo en la Iglesia y en particular en los grupos y comunidades cristianas que todos frecuentamos.
Cualquiera que tenga un poco de experiencia eclesial estará de acuerdo conmigo en que a menudo se comenten injusticias, torpezas y tropelías por parte de quienes dirigen grupos y comunidades dentro de la Iglesia.
Errare humanum est, y es muy fácil criticar cuando no se carga con la responsabilidad de dirigir, pero no me refiero a simples errores de dirección, actuaciones opinables o diferencias de criterio, sino a meteduras de pata de las de bulto.
A lo largo de mi vida he visto más de una vez cómo un grupo floreciente y caminando en una buena dirección, ha sido decapitado, cercenado, reestructurado, o clausurado por algún iluminado de turno, a quien han dado un gorro y un silbato para mandar.
El resultado casi siempre ha sido acabar cerrando el grupo, aunque a veces Dios ha sacado bien de estas situaciones creando cosas nuevas.
También lo he visto con personas y obras en particular, a quienes en algún momento alguien les ha cortado las alas, en vez de darles aliento para volar, por preferir el mandamás de turno la seguridad de tenerlo todo bajo control, a confiar en el buen uso de la libertad y el criterio de la persona.
Estas personas han reaccionado de dos maneras, bien creciendo y tomándolo con humildad, bien dando un portazo y alejándose para siempre de donde se sintieron agraviadas.
Pasa en las empresas, pasa en los grupos humanos y desde luego pasa en la Iglesia, aunque quizás la diferencia es que entre nosotros estas cosas se suelen llevar bien, tal vez por aquello de la obediencia y la santificación propia (cuando se juntan con la pureza de intención pues el mero acatamiento no basta si no es de corazón).
Existen también por supuesto los díscolos e inconformistas que se plantan en abierta crítica, cuando no rebeldía, ante el superior, los pastores o la Iglesia misma, pero no es mi intención echar leña al fuego entrando a comentar sus razones, y no es de ellos ni de sus listas de afrentas de las que hablo aquí.
Que nadie piense pues que este comentario viene al hilo de tal o cual noticia de actualidad, pues ejemplos de cantadas eclesiales tenemos todos los días ya desde antes de Pentecostés. Y si no que se lo digan al bueno de Pedro que se pasó la mitad de la vida llorando noblemente sus salidas de pata de banco y hasta fue abroncado por San Pablo por su doble comportamiento con el tema de los alimentos puros e impuros.
Se trata más bien de hablar sobre esos desaguisados que nunca se cuentan por caridad, y que tan a menudo se viven en la Iglesia, sin entrar a juzgar motivaciones que sólo Dios conoce, y sin hablar de casos particulares que he vivido de cerca, por una prudencia elemental.
Si descartamos la actualidad, podemos en cambio recordar sucesos bien conocidos y pasados que a nadie escandalizan ya, y son parte de la historia de salvación de sus protagonistas.
Personalmente lo que le pasó a San Francisco de Asís, allá por el año 1221 me resulta paradigmático.
Si de él se puede decir que fue uno de los santos más grandes, no le falto su ración de santificación extra al tener que experimentar en vida cómo sus propios hijos le depusieron para nombrar a otro a cargo de la orden religiosa que sin querer había fundado.
Sin negar las razones divinas y providenciales, humanamente se hace difícil mirar con simpatía el coup d’état de Fray Elías y sus secuaces, quienes a los ojos de la historia han quedado como los malos de la película.
Algo parecido se puede decir de los hermanos de religión de San Roberto de Molesmes, verdadero iniciador de la reforma cisterciense, quien tuvo que morir cluniacense y lejos de su fundación de Citeaux. Todo a manos de los propios monjes que lo despreciaron y hasta encerraron por pretender reformarlos, pero luego lo reclamaron ante Roma cuando se mudó de monasterio, para desliar la que habían liado en su ausencia.
Además de injusticias, hay obediencias que a veces se hacen muy cuesta arriba.
Un ejemplo es lo que le costó a Santa Teresita de Liseaux entrar en el Carmelo. Si bien es cierto que no tenía la edad, y era muy enfermiza, desde luego que las superioras, párrocos y obispo incluido, se lucieron como cazatalentos negándole la entrada en religión por un tiempo.
Supongo también que lo que pasó por la cabeza a la Madre Teresa cuando su superiora de su centro educativo la negaba año tras año el permiso para irse a darlo todo por los pobres como Dios le estaba inspirando, hubiera acabado con la paciencia del más santo, que no de ella. De hecho obedeciendo demostró que su prioridad no era la obra que Dios le encomendaba, sino seguir su voluntad.
Y qué no pensarían los que habían experimentado la acción de Dios a través del Padre Pío en sus vidas, al ver que a éste se le prohibía decir Misa y confesar durante años, recluyéndole en su convento. Motivos había para ser cautelosos, pero también muchas razones humanas entremezcladas, como se puede leer en cualquiera de sus biografías.
En resumen: bendita comunidad eclesial que tanto sirve para santificar, aunque como decía un gran amigo, a algunas personas en ella sólo se las puede querer en Cristo (y añadía que las quería en tal manera que prefería no tratarlas mucho, para que no se estropeara lo de seguir queriéndolas tanto).
Por supuesto alguno de los ejemplos que pongo no son sólo de persecución o incomprensión pura y dura; a veces la prudencia, el discernimiento y otras legítimas consideraciones han de ser ponderadas, y desde fuera es muy aventurado juzgar una decisión ajena.
Aún así, no me negarán que de vez en cuando sale cada personaje en la Iglesia, que habría hecho mejor con quedarse en casa tranquilito y dedicarse a otra cosa.
Son gajes del oficio de cristiano, y de ser Iglesia, y creo que nos equivocaríamos si pretendiéramos que ésta fuera una sociedad perfecta.
Eso sí, a mí me resulta gracioso pensar cómo se lo pasará de bien Dios con nuestras tonterías, deleitándose en sacar adelante su voluntad perfecta, a través de nuestros motivos entremezclados, a veces pecaminosos y errados, a veces inspirados por el más puro deseo de santidad.
Al empezar a escribir este blog, pensé en solicitar de los lectores ejemplos de “cantadas” de estas, pero mucho me temo que sería abrir la veta a todo tipo de críticas intraeclesiales, que en el fragor de la actualidad considero dañinas. Para eso ya tenemos muchos blogs que día a día se escriben en la red, en medios propios y ajenos.
¿Se atreve en cambio alguien a contar “metidas de pata” eclesiales puestas en perspectiva sobrenatural, cuyos protagonistas ya no vivan y les sirvieron para santificarse?
Absténganse críticos sin visión sobrenatural, y guardianes de la ortodoxia sin sentido del humor, por favor…
José Alberto Barrera
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