Hace varios días escribí una glosa acerca del tema de la caída de los ángeles.
Me puse a repasar viejas notas que tenía de libros leídos, para documentarme y refrescar la memoria sobre el tema y contra las opiniones más extendidas, tropecé con una afirmación del fundador de los Redentoristas, San Alfonso María Ligorio, que en relación a la razón que motivó la caída de los ángeles reprobados, decía: “…, la razón del porqué se encuentra en la falta de oración y escribe: “Lo mismo dice San Gelasio hablando de los ángeles rebeldes; recibiendo la gracia de Dios en vano, no quisieron permanecer fieles en la oración”. Me dejó perplejo la afirmación y me puse a meditar sobre ella, ya que yo personalmente, no imaginaba a mi ángel de la guarda rezando el Rosario. Pensaba que la necesidad de orar era más bien propia de nosotros que de los ángeles.
Y sin embargo San Alfonso María Ligorio, como no podía ser de otra forma, tiene razón: Los ángeles necesitan orar. Como sabemos de las tres clásicas formas o clases de oración que la persona puede practicar: oración vocal, mental y contemplativa, es esta última la más sublime de las tres y a la que más difícilmente podemos acceder. La oración vocal es simple y está al alcance de cualquiera, incluso de un alma que no se encuentre en estado de gracia. En la oración mental o meditación la cosa se complica mucho más, ya que no es imprescindible pero si casi necesario tener una cierta práctica para meditar. Con la perseverancia en la meditación siempre se adquiere, una mayor facilidad para su práctica, pero es que además es necesario mantener una lucha con el maligno, que satura nuestra mente de imágenes y problemas que nos distraen del objetivo principal. En cuanto a la oración contemplativa, esta es la más difícil o la más fácil de practicar, ya que la adquisición de esta clase de oración es un don de Dios, y como todo don o regalo, el Señor se lo otorga a quien y cuando quiere. Pero también previamente y aquí está la dificultad, hemos de luchar para ponernos en situación de predisposición a recibir este don de Dios. Podemos desear la oración contemplativa, pero no está en nuestras manos el obtenerla si Dios estima que no es el momento conveniente. Lo que si es conveniente si queremos llegar a ser contemplativos, es estar siempre y en todo momento de nuestras vidas en predisposición suficiente para recibir este don del Señor.
Orar a Dios, sea en la forma que sea y en la clase de oración que sea, es siempre establecer una forma, de contactar con Él. En este contacto o intento de contacto por nuestra parte, implícitamente nosotros reconocemos y le manifestamos varias cosas muy importantes. La primera y la más fundamental a sus divinos ojos, es la de que le amamos. Y le demostramos que le amamos, cuales quiera que sea la pureza de la oración. Si hemos ido a una iglesia, o nos hemos encerrado en nuestra habitación para orar, tal como Él nos dice: “Tú, cuando ores, entra en tu cámara y, cerrada la puerta, ora a tu Padre, que está en lo secreto: y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensara” (Mt 6,6). Y en este momento de oración, si a pesar de todo estamos pensando en las musarañas, no importa, Él sabe que le estamos demostrando amor. Aunque nuestra obligación sea siempre la de luchar contra las musarañas.
Una segunda cosa que le manifestamos implícitamente al Señor en la oración, es el reconocimiento que hacemos de su omnipotencia total y nuestra absoluta pequeñez. La oración es un acto de humildad ante Dios, que aunque sea nuestro Padre, no por ello deja de ser nuestro Dios, al que le debemos todo lo que somos y sobre todo, no tratemos de olvidar el santo temor, que también debemos tener y que siempre es fuente de grandes beneficios, pues este es uno de los siete dones principales que el Espíritu Santo nos proporciona. La oración también lleva implícitamente en ella, un acto de fe en su existencia, pues nadie que no cree en la existencia de Dios, se dedica a orar a Dios.
¿Y cómo oran los ángeles?
Los ángeles como sabemos por la Biblia, están siempre contemplando el rostro de Dios. “Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos” (Mt 18,10). Las intervenciones en la vida de su protegido de la tierra no impiden de ningún modo al ángel de la guarda, contemplar sin cesar el rostro de Dios en el cielo: Nuestro ángel, es un contemplativo en la acción, y activo en la contemplación. La oración de los ángeles es siempre contemplativa de la misma forma que así será también la nuestra, de los que se salven se entiende. En el parágrafo 329 del Catecismo de la Iglesia católica, podemos leer: “S. Agustín dice respecto a ellos señala: "Angelus officii nomen est, non naturae. Quaeris nomen huius naturae, spiritus est; quaeris officium, angelus est: ex eo quod est, spiritus est, ex eo quod agit, Angelus" ("El nombre de ángel indica su oficio, no su naturaleza. Si preguntas por su naturaleza, te diré que es un espíritu; si preguntas por lo que hace, te diré que es un ángel") (Psal. 103, 1,15). Con todo su ser, los ángeles son servidores y mensajeros de Dios. Porque contemplan "constantemente el rostro de mi Padre que está en los cielos" (Mt 18,10), son "agentes de sus Orden es, atentos a la voz de su palabra" (Sal 103, 20).
La carmelita descalza Santa Teresa Benedicta de la Cruz, en el mundo Edith Stein, escribía: “La oración es contemplar el rostro del Eterno. Esto lo alcanzamos, solo cuando el espíritu está vigilante en lo más profundo y cuando está desapegado de todos los negocios y gustos terrenos que le aturden”. A este grado más alto la santa lo denomina oración de quietud. “A la desbordante actividad del entendimiento sigue un recogimiento de todas las potencias del alma. El alma ya no es capaz de hacer grandes cabriolas intelectuales y decidir resoluciones concretas; se ve abrumada por algo que se le echa encima sin poderlo resistir; es la presencia divina que la en sombra y la reposa”.
Para Jean Lafrance, en principio amar no es ser heroico en el desinterés, sino que por el contrario, esta perfección no viene hasta el final. Amar es, primero, ser atraído, seducido, cautivado por el rostro de ternura del Señor: es haber sido fascinado por el mendigo del amor. De la misma manera que es imposible orar sin haber visto este rostro, es imposible amar a los hermanos si no hemos comprendido que Dios es amor…. Nosotros ahora aquí abajo, requerimos a nuestra voluntad para que se ponga a orar, pero la oración tal como la entendemos nosotros aquí, es verdaderamente un don puesto que nuestros ojos deben mirar para entrever cualquier reflejo del rostro del Padre… El día en que hayamos visto de verdad el rostro de ternura de Dios, ya no nos plantearemos ninguna cuestión sobre la oración continua, no sobre la manera de buscarla o encontrarla, sino que nos esforzaremos todo lo que podamos para soportar cada día tal peso de gloria.
Ahora lo que tenemos que pensar es que si el desarrollo de nuestra vida espiritual es deficiente, también será deficiente la capacidad de visión de nuestros ojos del alma y deficientemente también, podremos ver en el más allá, el rostro de Dios y tener pleno conocimiento de Él, que precisamente es en esto, en lo que consiste la plenitud de la gloria que nos espera.
La carmelita descalza Santa Teresa Benedicta de la Cruz, en el mundo Edith Stein, escribía: “La oración es contemplar el rostro del Eterno. Esto lo alcanzamos, solo cuando el espíritu está vigilante en lo más profundo y cuando está desapegado de todos los negocios y gustos terrenos que le aturden”. A este grado más alto la santa lo denomina oración de quietud. “A la desbordante actividad del entendimiento sigue un recogimiento de todas las potencias del alma. El alma ya no es capaz de hacer grandes cabriolas intelectuales y decidir resoluciones concretas; se ve abrumada por algo que se le echa encima sin poderlo resistir; es la presencia divina que la en sombra y la reposa”.
Para Jean Lafrance, en principio amar no es ser heroico en el desinterés, sino que por el contrario, esta perfección no viene hasta el final. Amar es, primero, ser atraído, seducido, cautivado por el rostro de ternura del Señor: es haber sido fascinado por el mendigo del amor. De la misma manera que es imposible orar sin haber visto este rostro, es imposible amar a los hermanos si no hemos comprendido que Dios es amor…. Nosotros ahora aquí abajo, requerimos a nuestra voluntad para que se ponga a orar, pero la oración tal como la entendemos nosotros aquí, es verdaderamente un don puesto que nuestros ojos deben mirar para entrever cualquier reflejo del rostro del Padre… El día en que hayamos visto de verdad el rostro de ternura de Dios, ya no nos plantearemos ninguna cuestión sobre la oración continua, no sobre la manera de buscarla o encontrarla, sino que nos esforzaremos todo lo que podamos para soportar cada día tal peso de gloria.
Ahora lo que tenemos que pensar es que si el desarrollo de nuestra vida espiritual es deficiente, también será deficiente la capacidad de visión de nuestros ojos del alma y deficientemente también, podremos ver en el más allá, el rostro de Dios y tener pleno conocimiento de Él, que precisamente es en esto, en lo que consiste la plenitud de la gloria que nos espera.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
No hay comentarios:
Publicar un comentario