miércoles, 14 de julio de 2010

DON DE SEGURIDAD


Como sabemos, que todo absolutamente todo lo que poseemos, lo hemos recibido de Dios.

Todo es un puro don recibido de Dios, desde la propia vida de cada uno de nosotros, hasta la más insignificante capacidad que podamos tener, todo lo hemos recibido de Dios. Por lo cual el término don abarca un conjunto de posibilidades de examen, tremendamente grande.

Siguiendo el viejo adagio romano, de que: Bien se explica quien bien distingue”, primeramente diré que amén de otras clases de dones, esencialmente todos los dones se dividen en: Dones naturales, cuales son aquellos que forman parte de nuestra naturaleza humana, como por ejemplo: saber cantar, saber bailar, saber dibujar, etc.,... y dones sobrenaturales, que son aquellos que nos son especialmente donados por Dios y que sobrepasan el poder y la virtud natural. Se llaman gratis data. Por ejemplo, pertenecen a esta clase, los bienes de sabiduría y ciencia, que el Señor donó a Salomón y los carismas de que habla San Pablo. Estos dones sobrenaturales son siempre bienes de carácter espiritual, que se nos facilitan por media de la acción del Espíritu Santo.

Los dones del Espíritu Santo pues, son hábitos sobrenaturales infundidos por Dios en las potencias del alma para recibir y secundar con facilidad las mociones del propio Espíritu Santo. El alma no podría adquirir los dones por sus propias fuerzas ya que transcienden infinitamente, de todo el orden puramente natural. Los dones solo los poseen en algún grado, todas las almas en gracia, ya que estos son incompatibles con el pecado mortal. Manifiesta el teólogo P. Royo Marín, que los dones son todos perfectísimo, pero sin duda se encuentran jerarquizados. El primer gran don de Dios en la cumbre de la pirámide es el don de la sabiduría, y en la base se encuentra el don de temor de Dios. El orden de menor a mayor será pues; don de temor de Dios, don de fortaleza, don de piedad, don de consejo, don de ciencia, don de entendimiento y don de sabiduría.

Por la moción divina de los dones, el Espíritu Santo, inhabitante en el alma, rige y gobierna inmediatamente nuestra vida sobrenatural. Ya no es la razón humana la que manda y gobierna; es el Espíritu Santo mismo, que actúa como regla, motor y causa principal única de nuestros actos virtuosos, poniendo en movimiento todo el organismo de nuestra vida sobrenatural hasta llevarlo a su pleno desarrollo. En definitiva podemos asegurar que, la función específica de los dones consiste en adaptar o preparar el alma, para que reciba de una manera efectiva las iluminaciones e impulsos del Espíritu Santo que mora en ella.

El número de dones sobrenaturales que un alma puede recibir del Espíritu Santo, viene fijado desde el texto del profeta Isaías, en el que con referencia al nacimiento de Nuestro Señor, él profetisa: "Saldrá un vástago del tronco de José, y un retoño de sus raíces brotará. Reposará sobre él el espíritu de Yahvé: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor de Yahvé (Is 11,1-2). Isaías menciona solo seis dones a los que la tradición cristiana ha convertido en siete. En todo caso, según la terminología y el simbolismo bíblico, el número siete significa una plenitud indeterminada, por lo que no puede insistirse demasiado en un número concreto y exhaustivo de los dones. Cualquier moción del Espíritu Santo, es en realidad un verdadero don del mismo Espíritu Santo. No podemos pues limitar las actuaciones divinas, a un número determinado. Los dones sobrenaturales que el Señor puede donar a un alma son de toda clase y condición.

Y entre estos dones no encasillados entre los siete conocidos, tenemos una serie de dones que nos son imprescindibles para caminar hacia Dios. El primero de ellos es el don de la fe y de el, derivan otra serie de dones como pueden ser el don de la perseverancia, o el don de la confianza en el Señor, y concretamente aquí, el don que encabeza el título de esta glosa: El don de la seguridad. El don de la seguridad de un alma en las actuaciones divinas sobre ella, deriva del don de la confianza en Dios. Los dones son como racimos de cereza, se quiere escoger uno y unidos a él salen otros dones.

El don de seguridad en Dios, es aquel que nos asegura que pase los que nos pase se bueno o sea malo esto, está siempre impulsado si es un bien, o permitido si es un mal, por Nuestro Señor. Y como resulta que a Él solo le interesa nuestra eterna felicidad, tenemos que llegar a la conclusión de que todo lo que nos ocurre sea bueno o malo esta siempre orientado por Dios para llevarnos a la eterna felicidad que Él desea para nosotros. De aquí la lógica expresión del jesuita P. Teilhard de Chardin: “todo lo que nos pasa es siempre adorable. A Dios las cosas de este mundo y sobre todo las del orden material, no le preocupan sino solo en cuanto ellas nos ayuden a nuestra eterna salvación. Él sabe muy bien que hemos sido creados para una eterna felicidad, y que esta ansia de felicidad que el ser humano tiene dentro de sí, no la puede saciar plenamente en este mundo, sino solo en la vida eterna que le espera. San Agustín decía: Señor, he sido creado para Ti, y mi corazón está inquieto hasta que descanse en Ti. Dios desea nuestra eterna felicidad y todo lo que nos ocurre o pasa está dispuesto por Dios para que vayamos hacia Él.

Sea bueno o malo lo que recibamos de sus divinas manos viene, y es lo que más nos conviene, aunque no lo comprendamos.

El don de seguridad, no solo lleva implícito el don de la confianza en Dios, pues si carecemos de confianza en Dios no podremos nunca desarrollar espiritualmente la adquisición de nuestro don de seguridad, es decir, saber que nunca nada malo nos puede pasar aunque lo consideremos terrible, si vivimos en su gracia, sino también el don de la aceptación de su divina voluntad, sea esta la que sea. Este último don es sí, en su grado superlativo, lo que conocemos como abandono y entrega de un alma a la voluntad de Dios.

El don de seguridad, es el estar siempre seguros, valga la redundancia, de que todo lo que nos pase, sea bueno o malo, es un regalo que Dios nos proporciona para que caminemos más firmemente hacia Él. Es un regalo que el Señor da a la persona que lo tiene a Él una paz y felicidad que a su vez esta, solo se puede experimentar, si deseamos este don.

Y no solo me refiero a la pertenencia de bienes espirituales, sino que este don abarca también la resolución de las cuestiones materiales y para ello solo basta que volvamos a leer este pasaje evangélico: "Por eso os digo: No os inquietéis por vuestra vida, por lo que habéis de comer o de beber, ni por vuestro cuerpo, por lo que habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad como las aves del cielo no siembran, ni siegan, ni encierran en graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? ¿Quién de vosotros con sus preocupaciones puede añadir a su estatura un solo codo? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Aprended de los lirios del campo, como crecen; no se fatigan ni hilan. Pues yo os digo que ni Salomón en toda su gloria se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana es arrojada al fuego, Dios así la viste, ¿no hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No os preocupéis, pues, diciendo: ¿Que comeremos, que beberemos o que vestiremos? Los gentiles se afanan por todo eso; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad. Buscad, pues, primero el reino y su justicia, y todo eso se os dará por añadidura. No os inquietéis, pues, por el mañana; porque el día de mañana ya tendrá sus propias inquietudes; bástale a cada día su afán (Mt 6,25-34).

Si nos preocupamos más de buscar el Reino de Dios, que de las cosas materiales, estad seguros que alcanzaremos el don de la seguridad de que Dios nunca nos va a abandonar. Muy claramente se lo manifestó tanto a Santa Teresa de Jesús como a Santa Catalina de Siena, en revelaciones privadas, en las que le dijo, con unas u otras palabras: Tú ocúpate de Mí, que yo ya me ocuparé de Ti. Y al final tal como el Señor nos promete, todo lo demás se nos dará por añadidura.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo

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