Por supuesto que de ambos, del cuerpo y del alma hemos de preocuparnos y a los dos hemos de cuidarlos.
Pero es el caso, de que en muchos, el 99,99% por no decir el 100% de sus preocupaciones y cuidados se los lleva el cuerpo. Para muchos el alma o bien es un algo inexistente, o si se trata de alguien que tenga la categoría de seudocientífico de tres al cuarto, para él, el alma si existe pero está dentro del cerebro y está constituida por la interrelación de las neuronas cerebrales y se quedan tan frescos, es decir, el alma al ocupar un espacio, pasa a ser materia. Como bien sabemos lo espiritual no precisa de una ubicación espacial o en relación con la materia que la rodea.
Pues bien, para empezar a tratar de explicar algo, hay que partir de la base de que existe un mundo palpable y visible y otro invisible e impalpable; el primero es el mundo denominado material y el segundo el inmaterial o espiritual; a la categoría del primero pertenece nuestro cuerpo, a la del segundo nuestra alma. El alma no es la mente o inteligencia, ni la memoria, ni la voluntad, estas solo son las potencias del alma, los elementos que el alma tiene a su disposición para su actuación.
Al ser el cuerpo pura materia y ser visible y palpable, no son muchas las diferencias religiosas que existen acerca de la definición de lo que es el cuerpo. Pero en el caso del alma son muchas y variadas las ideas existentes acerca de todo lo que se refiere tanto a la existencia del alma como a sus manifestaciones exteriores. Desde la antigüedad, la existencia del alma y sus manifestaciones, han sido siempre las bases del desarrollo de toda clase de religiones.
Pero a nosotros lo que nos interesa es la doctrina católica acerca de todo lo referente al alma. Para la teología católica, la persona humana dispone de cuerpo y alma y esta alma, una sola por cada persona, nace con la persona, pues antes de la concepción de la persona, el alma no ha tenido una vida pre-corporal. El alma no tiene origen en la materia, y dada su pertenencia a un orden superior al material, no ha sido creada por el cuerpo. El alma es creada e infundada inmediatamente por Dios en el momento de la concepción, a partir de ese momento el alma creada por Dios lo es con carácter inmortal, cualquiera que sea su final en esta vida, sea santificada o reprobada para la eternidad. Si el alma resulta santificada por haber superado la prueba de amor, que ha de pasar en este mundo, podrá tener la visión plena del rostro de Dios, y de la luz de amor y felicidad que de Él emana en una eterna vida futura.
Los anteriores principios de la doctrina católica, no son necesariamente conocidos por la fe. La fe ayuda a descubrir antes algunas realidades, pero, por ejemplo, la espiritualidad e inmortalidad del alma no se conocen sólo por la fe sino que basta la razón: si el hombre realiza acciones de tipo espiritual, es porque posee un principio espiritual que llamamos alma. A diferencia de lo material, que al final siempre muere o desaparece, lo espiritual nunca muere, no puede morir, una vez creado por Dios, tiene carácter inmortal.
Tenemos pues cuerpo y alma. De los cuidados del cuerpo no vamos a tratar aquí, pues bien que los conocemos todos. No solo cuidamos el cuerpo sino que lo sobre cuidamos e inclusive tratamos de modificarlo creándole otra apariencia distinta a la que Dios le dispuso. ¡Ah!, que distinto sería todo si cuidásemos con el mismo esmero a nuestra alma. En las coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre hay una estrofa que merece la pena reseñarla aquí: “Si fuese en nuestro poder tornar la cara hermosa corporal, como podemos hacer el ánima gloriosa angelical, ¡qué diligencia tan viva tuviéramos toda hora, y tan presta, en componer la cautiva, dejándonos la señora descompuesta!”. Y tanto cuidado para qué, se pregunta uno, ya que el cuerpo no es agradecido, el resultado final siempre será la senectud, un estado previo a la muerte que muy pocos saben apreciar debidamente y estar orgullosos de él, en vez de menospreciarlo como es la norma en los demás, sobre todo en los que se encuentran en estados anteriores; madurez, juventud o adolescencia.
Por el contrario el alma es mucho más agradecida, nunca envejece, y en la medida que la cuidamos y nos preocupamos de ella, siempre está rejuveneciéndose, aumentando su nivel de relación con su Creador. Cuanto más ama a su Creador, más se adorna ella, y más perfectamente se acerca a la contemplación del rostro de Dios.
Los cuidados del al alma implican, la adquisición de nuevas cualidades o perfeccionamiento de las que ya tiene. Con la reiterada repetición de buenas acciones, el alma acrecienta sus cualidades espirituales y estas crean una línea de conducta o hábito que se transforma en virtud. Este proceso de embellecimiento del alma humana se acelera con la intervención divina, en cuanto el Señor derrama sus dones sobrenaturales elevando a tal categoría los naturales de un alma entregada a Él. Esto sucederá cuando Dios quiera, pero podemos acelerar el proceso si se lo pedimos con insistencia y procuramos agradarle con generosidad. Los canales que tenemos a nuestra disposición para la obtención de estos dones, son los sacramentos, por medio del empleo de ellos recibiremos las gracias divinas que nos son necesarias.
Solos por sí mismos, nosotros no podemos avanzar. Necesitamos la ayuda divina, tal como ya nos dejó dicho el Señor: "Yo soy la vid verdadera y mi Padre es el viñador. Todo sarmiento que en mí no lleve fruto, lo cortará; y todo el que dé fruto, lo podará, para que dé más fruto. Vosotros estáis ya limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí y yo en vosotros. Como el sarmiento no puede dar fruto de sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permaneciereis en mí” (Jn 15,1-4).
Por el contrario el alma humana puede retroceder e incluso podemos llegar a matarla. En el plano humano, el alma se empobrece cuando no se ejercitan sus facultades. La inteligencia y la voluntad necesitan de ejercicio para su desarrollo. En este sentido, la pereza y la dejadez causan mucho daño. Incluso de forma material se puede dañar además del cuerpo el alma, por ejemplo, tomando drogas. En el plano sobrenatural, el daño mayor para el alma lo produce el pecado. El pecado puede ser mortal, en cuyo caso hemos cortado la relación don Dios, hemos matado el alma, pues su vida y crecimiento está precisamente en la unión con Dios y la recepción de gracias o dones divinos. Si el pecado es venial hemos debilitado ese nexo de unión del alma con Dios.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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