El hombre tiene un alma espiritual, es persona. Es imagen de Dios porque es capaz de conocerle y amarle.
Por: P. Clemente González | Fuente: Catholic.net
Una vez que había creado
las infinitas estrellas, la tierra con sus montañas, mares, bosques y todo tipo
de animales, Dios, según la Sagrada Escritura, formó su obra culmen diciendo:
“Hagamos al hombre a nuestra imagen y nuestra semejanza, para que domine sobre
los peces del mar, sobre las aves del cielo, sobre los ganados y sobre todas
las bestias de la tierra y sobre cuantos animales se muevan sobre ella.” (Gen
1,27)
A imagen de Dios no quiere decir que Dios tiene semejanza física con el hombre.
Dios no tiene piernas, manos canas ni una barba blanca. Cuando la Biblia habla
del hombre a imagen de Dios, se refiere al hecho de que el hombre tiene un alma
espiritual. Está por encima de los otros seres vivientes que habitan en la
tierra. El hombre no es una cosa, sino una persona. El Hombre, por tanto, puede
pensar; puede amar a otras personas; puede componer una sinfonía; puede escoger
el bien; todas las cosas que ni un perro, ni una lagartija ni ningún otro
animal puede hacer. Pero, aunque podamos hacer todas estas cosas, debemos
preguntarnos ¿por qué Dios nos hizo así?
Ciertamente Dios, que sabe todo, no necesita que nosotros pensemos, ni que le
toquemos alguna sinfonía, pues los ángeles cantan mucho mejor que nosotros. La
razón es que Dios nos ha hecho a su imagen para conocerle y amarle. De todas
las criaturas visibles, sólo el hombre es “capaz de
Dios.” De todas las cosas de este mundo, sólo el hombre está llamado a
vivir con Dios en el mundo más allá. Y siendo a Imagen de Dios, el hombre está
llamado a amar: primero a Dios y luego a todo el
que tiene semejanza con Dios, es decir, a cada persona humana, pues cada
persona está hecha a imagen de Dios.
Santa Catalina de Siena, platicando con Dios un día sobre la creación del
hombre, exclamó: “Por amor lo creaste, por amor le
diste un ser capaz de gustar tu Bien eterno.” Cada uno de nosotros debe
llegar a la misma conclusión y decir a Dios: “Por
amor me creaste a tu imagen para que yo sea capaz de gustarte para siempre en
el cielo.”
La imagen de Dios es Cristo. Él nos ha revelado cómo es Dios. A la petición que
Felipe hace a Jesús en la última cena de que “muéstranos
al Padre y nos basta”, Jesús replica: “Quien
me ha visto a mí, ha visto al Padre, ¿cómo dices tú muéstranos al Padre?
(Jn 14,8-11).
Por otro lado, cuando se dice que el hombre es imagen de Dios, se quiere
indicar con ello que tanto el hombre como Dios tienen algo en común y es el
conocimiento, el amor, la libertad; en otras palabras, el alma del hombre es lo
que lo hace semejante a Dios.
Sin embargo, por el pecado el hombre nace con una imagen deformada. Cristo, al
redimirnos, no solo rehízo esta imagen desfigurada por el pecado, sino que nos
ha dejado dones para embellecerla aún más: nos dejó
la gracia, a la Iglesia y en ella a los sacramentos. Por eso el momento
de la crucifixión es la mayor muestra de amor, de libertad. El hombre se conoce
mejor a esta luz. Y muchas realidades que eran incomprensibles como el
sufrimiento humano y la muerte se comprenden y aclaran gracias a que Cristo se
encarnó, nos redimió y resucitó. Por eso se comprende que al final del
evangelio Jesús ordene a los discípulos que vayan por todo el mundo y bauticen
en nombre de la Trinidad y enseñen lo que Él ha mandado (Mt 28, 19 y ss).
Se puede encontrar material sobre este tema en la Gaudium et Spes Cap. 12 y 24,
Nuevo Catecismo 356 y ss.
Dios es la fuente de todo bien, de toda vida, de todo amor, de toda donación,
de toda alegría. Nadie precede a Dios. La creación consiste precisamente en el
hecho de que Dios, cuando no había absolutamente nada, decidió que las cosas
existiesen. "Y vio Dios que era bueno", como
se repite 6 veces en Gn 1.
Entre las criaturas ocupa un lugar especial el hombre, sobre el cual Dios sopló
su aliento, es decir, dejó una huella especial. El hombre es imagen de Dios por
ser espiritual, con capacidad para pensar y para amar, para darse y para
imitar, en la medida de sus posibilidades, la generosidad de un Dios que no
deja de amar, que no puede despreciar nada de lo que ha hecho, porque es "amigo de la vida" (Sb 11,26).
No es correcto, por lo tanto, preguntar cuál es la imagen de Dios, pues no
existe nada anterior a él. Sin embargo, podemos descubrir algo de su "rostro" al ver a cada hombre, pues,
desde que Cristo vino al mundo, todo gesto de amor que hagamos al otro está
hecho a Él ("a mí me lo hicisteis",
Mt 25,40).
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