Meditación sobre la verdad y la hipocresía.
Por: Pedro García, misionero claretiano | Fuente:
Catholic.net
Al leer el Evangelio nos encontramos con un
Jesús todo bondad, que acoge a todos los pecadores, y que, sin embargo no
tolera a unos hombres con los cuales está en lucha frontal.
Son los fariseos y los escribas, a los que llama con una palabra que, desde
Jesús, se ha convertido en uno de los vocablos más odiosos del diccionario,
como es la palabra ¡Hipócrita!...
Llamar a uno ¡hipócrita! ha venido a ser un
baldón y la mayor vergüenza.
La hipocresía es la mentira utilizada para aparecer ante los demás bueno y
noble escondiendo toda la maldad que se lleva dentro.
Pero, para empezar de una manera más amable y positiva, se me ocurre el caso
bonito, que leí no hace mucho, sobre un papá que quiso formar a su niño en la
sinceridad que nos pide Jesús.
El pequeño fue sorprendido
en una mentira, y el papá le dio una lección que no olvidaría nunca, de modo
que después el joven y el hombre ya no dijo jamás una falsedad.
Tomó el papá al hijito mentiroso, lo llevó delante del Crucifijo, y le dictó
despacio esta oración que el niño iba repitiendo: Jesús, yo te he ofendido. Mis
labios se han ensuciado con una mentira. Ven, y límpiamelos.
Las lágrimas le empezaron a
correr al niño por las mejillas. Pero el papá, sin inmutarse, tomó un trozo de
algodón que aplicó a los labios de la imagen de Jesús, lo empapó después con
alcohol, se lo pasó bien por los labios a su hijo, y le hizo seguir con la
oración:
Señor, purifícame y perdóname. Haz mi corazón sincero, y que nunca salga de mí
otra mentira.
Todos estaremos conformes en dar a ese papá una cátedra de sicología y de
pedagogía en la universidad...
Jesús se encontró en su predicación de buenas a primeras con una oposición
terrible de parte de los que dominaban al pueblo: los escribas y los fariseos.
Los fariseos, de gran influencia en el pueblo, formaban un partido
religioso-político que oprimía a la gente humilde con capa de santidad y de fidelidad
a la ley de Dios, mientras que ellos se las sabían arreglar de mil maneras para
librarse de lo que les exigía esa misma ley dada por Moisés.
Los escribas eran los intérpretes de la ley y brazo derecho de los fariseos.
Unos y otros vivían en la mentira, procedían con doblez, y exigían con rigor
insoportable la observancia de una ley que ellos no querían guardar.
La mejor definición de los escribas y fariseos la dio el mismo Jesús cuando los
llamó sepulcros blanqueados, muy bonitos por fuera pero por dentro llenos de
podredumbre...
Pronto vino el enfrentamiento de los escribas y fariseos con Jesús. Era
imposible entenderse la mentira con la verdad, el rigor con la mansedumbre, la
justicia despiadada con el perdón misericordioso... Y Jesús, al denunciarlos
ante el pueblo, usó siempre la expresión ¡Hipócritas!
Jesús no soportaba la hipocresía porque ésta es la falsificación de la vida, la
perversión del pensamiento, la profanación de la palabra. Al mentir, el
hipócrita quiere pensar como habla, y vivir después como piensa, es decir,
siempre en contradicción con la verdad.
El mentiroso e hipócrita se encuentra muy pronto con el rechazo total, como le
pasaba en los tiempos de Jesús al personaje más importante del mundo, a
Tiberio, el emperador de Roma. Era el dueño de todo el mundo conocido, pero al
mismo tiempo era tan mentiroso, que, como dice un escritor romano de sus días,
ya nos se le creía aunque dijera la verdad...
Aquella antipatía de Jesús con los fariseos, es la misma que sentimos también
nosotros con cualquier persona que procede con dolo. Aguantamos toda clase de
defectos en los demás, porque todos nos sentimos débiles y sabemos ser
generosos con el que cae.
Pero usamos una medida diversa con el que nos miente. No lo soportamos, y le
aplicamos la sentencia de la Biblia: La esperanza del impío hipócrita se desvanecerá.
El hipócrita y mentiroso no puede esperar nada de nadie, porque se le rechazará
del todo.
Todo lo contrario le ocurre a la persona sincera. Quien dice la verdad siempre,
aunque le haya de costar un disgusto, se gana el aprecio de todos y todos
confían en ella. Es el premio del sentir, vivir y decir la verdad.
Jesucristo nos lo dijo con una sentencia bella y profunda, cargada de mucha
sicología: La
verdad os hará libres.
Quien nunca dice una mentira y confiesa siempre la verdad, y vive conforme a
sus convicciones, es la persona más libre que existe. No oculta nada. Es
transparente como el cristal. Y de ella dice Jesús como de Natanael: Un israelita en quien no hay engaño. Un cristiano o una
cristiana sin doblez...
Sentimos todo lo contrario por aquel que dice y vive siempre la verdad. Ante él
nos inclinamos reverentes. Porque es todo un hombre o toda una mujer. Nos
fiamos de su palabra. Le tenemos por el ser más valiente y digno de respeto.
La verdad, como dice Jesús, le hace libre, y nos demuestra tener un corazón y
unos labios tan limpios como el niño que aún no ha dicho la primera mentira....
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