¡Que tengamos todos un buen año! Que podamos presentarnos delante del Señor con las manos llenas.
Por: Francisco Fernández Carvajal | Fuente:
encuentra.com
Un día de balance. Nuestro tiempo es breve. Es
parte muy importante de la herencia recibida de Dios.
Actos de contrición por nuestros errores y pecados cometidos en este año que
termina. Acciones de gracias por los muchos beneficios recibidos.
PROPÓSITOS
PARA EL AÑO QUE COMIENZA
I. HOY, ES UN BUEN MOMENTO PARA HACER
BALANCE DEL AÑO QUE HA PASADO Y PROPÓSITOS PARA EL QUE COMIENZA. Buena oportunidad para pedir perdón por lo que
no hicimos, por el amor que faltó; buena ocasión para dar gracias por todos los
beneficios del Señor. La Iglesia nos recuerda que somos peregrinos. Ella misma
está presente en el mundo y, sin embargo, es peregrina (1). Se dirige hacia su
Señor peregrinando entre las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios
(2).
Nuestra vida es también un camino lleno de tribulaciones y de consuelos de
Dios. Tenemos una vida en el tiempo, en la cual nos encontramos ahora, y otra
más allá del tiempo, en la eternidad, hacia la cual se dirige nuestra
peregrinación. El tiempo de cada uno es una parte importante de la herencia
recibida de Dios; es la distancia que nos separa de ese momento en el que nos
presentaremos ante nuestro Señor con las manos llenas o vacías. Sólo ahora,
aquí, en esta vida, podemos merecer para la otra. En realidad, cada día nuestro
es un tiempo que Dios nos regala para llenarlo de amor a Él, de caridad con
quienes nos rodean, de trabajo bien hecho, de ejercitar las virtudes…, de obras
agradables a los ojos de Dios. Ahora es el momento de hacer el tesoro que no
envejece. Este es, para cada uno, el tiempo propicio, éste es el día de la
salud (3). Pasado este tiempo, ya no habrá otro.
El tiempo del que cada uno de nosotros dispone es corto, pero suficiente para
decirle a Dios que le amamos y para dejar terminada la obra que el Señor nos
haya encargado a cada uno. Por eso nos advierte San Pablo: andad con prudencia, no como necios, sino como sabios,
aprovechando bien el tiempo (4), pues pronto
viene la noche, cuando ya nadie puede trabajar (5). Verdaderamente es
corto nuestro tiempo para amar, para dar, para desagraviar. No es justo, por
tanto, que lo malgastemos, ni que tiremos ese tesoro irresponsablemente por la
ventana: no podemos desbaratar esta etapa del mundo que Dios confía a cada uno
(6).
San Pablo, considerando la brevedad de nuestro paso por la tierra y la
insignificancia que tienen las cosas en sí mismas, dice: pasa la sombra de este
mundo (7). Esta vida, en comparación de la que nos espera, es como su sombra.
La brevedad del tiempo es una llamada continua a sacarle el máximo rendimiento
de cara a Dios. Hoy, en nuestra oración, podríamos preguntarnos si Dios está
contento con la forma en que hemos vivido el año que ha pasado. Si ha sido bien
aprovechado o, por el contrario, ha sido un año de ocasiones perdidas en el
trabajo, en el apostolado, en la vida de familia; si hemos abandonado con
frecuencia la Cruz, porque nos hemos quejado con facilidad al encontrarnos con
la contradicción y con lo inesperado.
Cada año que pasa es una llamada para santificar nuestra vida ordinaria y un
aviso de que estamos un poco más cerca del momento definitivo con Dios.
No nos cansemos de hacer el bien, que a su tiempo
cosecharemos, si no desfallecemos. Por consiguiente, mientras hay tiempo
hagamos el bien a todos (8).
II. AL HACER EXAMEN ES FÁCIL
QUE ENCONTREMOS, en este año que termina, omisiones en la caridad,
escasa laboriosidad en el trabajo profesional, mediocridad espiritual aceptada,
poca limosna, egoísmo, vanidad, faltas de mortificación en las comidas, gracias
del Espíritu Santo no correspondidas, intemperancia, mal humor, mal carácter,
distracciones más o menos voluntarias en nuestras prácticas de piedad… Son innumerables los motivos para terminar el año pidiendo perdón al Señor,
haciendo actos de contrición y de desagravio. Miramos cada uno de los días del año y cada día hemos de pedir
perdón, porque cada día hemos ofendido (9). Ni un solo día se escapa a esta
realidad: han sido muchas nuestras faltas y
nuestros errores. Sin embargo, son incomparablemente mayores los motivos
de agradecimiento, en lo humano y en lo sobrenatural. Son incontables las
mociones del Espíritu Santo, las gracias recibidas en el sacramento de la
Penitencia y en la Comunión eucarística, los cuidados de nuestro Ángel Custodio, los méritos alcanzados al ofrecer nuestro trabajo
o nuestro dolor por los demás, las numerosas ayudas que de otros hemos
recibido. No importa que de esta realidad sólo percibamos ahora una parte muy
pequeña. Demos gracias a Dios por todos los beneficios recibidos durante el
año.
Es menester sacar fuerzas de nuevo para servir y procurar no ser ingratos,
porque con esa condición las da el Señor; que si no usamos bien del tesoro y
del gran estado en que nos pone, nos lo tornará a tomar y nos quedaremos muy
más pobres, y dará Su Majestad las joyas a quien luzca y aproveche con ellas a
sí y a los otros. ¿Pues, cómo aprovechará
y gastará con largueza el que no entiende que está rico? Es imposible, conforme
a nuestra naturaleza, a mi parecer, tener ánimo para cosas grandes quien no
entiende está favorecido de Dios; porque somos tan miserables y tan inclinados
a cosas de tierra, que mal podrá aborrecer todo lo de acá de hecho con gran
desasimiento, quien no entiende tiene alguna prenda de lo de allá (10).
Terminar el año pidiendo perdón por tantas faltas de correspondencia a la
gracia, por tantas veces como Jesús se puso a nuestro lado y no hicimos nada
por verle y le dejamos pasar; a la vez, terminar el año agradeciendo al Señor
la gran misericordia que ha tenido con nosotros y los innumerables beneficios,
muchos de ellos desconocidos por nosotros mismos, que nos ha dado el Señor.
Y junto a la contrición y el agradecimiento, el propósito de amar a Dios y de
luchar por adquirir las virtudes y desarraigar nuestros defectos, como si fuera
el último año que el Señor nos concede.
III. EN ESTOS ÚLTIMOS DÍAS
DEL AÑO QUE TERMINA Y EN LOS COMIENZOS DEL QUE EMPIEZA NOS DESEAREMOS UNOS A
OTROS QUE TENGAMOS UN BUEN AÑO.
¡Al portero, a
la farmacéutica, a los vecinos…, les diremos Feliz año nuevo! o algo semejante. Un número parecido de personas nos desearán
a nosotros lo mismo, y les daremos las gracias.
¿Pero, qué es
lo que entienden muchas gentes por un año bueno, un año lleno de felicidad,
etcétera? Es, a no dudarlo, que no
sufráis en este año ninguna enfermedad, ninguna pena, ninguna contrariedad,
ninguna preocupación, sino al contrario, que todo os sonría y os sea propicio,
que ganéis bastante dinero y que el recaudador no os reclame demasiado, que los
salarios se vean incrementados y el precio de los artículos disminuya, que la radio
os comunique cada mañana buenas noticias. En pocas palabras, que no
experimentéis ningún contratiempo (11).
Es bueno desear estos bienes humanos para nosotros y para los demás, si no nos
separan de nuestro fin último. El año nuevo nos traerá, en proporciones
desconocidas, alegrías y contrariedades. Un año bueno, para un cristiano, es
aquel en el que unas y otras nos han servido para amar un poco más a Dios. Un
año bueno para un cristiano no es aquel que viene cargado, en el supuesto de
que fuera posible, de una felicidad natural al margen de Dios. Un año bueno es
aquel en el que hemos servido mejor a Dios y a los demás, aunque en el plano
humano haya sido un completo desastre. Puede ser, por ejemplo, un buen año
aquel en el que apareció la grave enfermedad, tantos años latente y
desconocida, si supimos santificarnos con ella y santificar a quienes estaban a
nuestro alrededor.
Cualquier año puede ser el mejor año si aprovechamos las gracias que Dios nos
tiene reservadas y que pueden convertir en bien la mayor de las desgracias.
Para este año que comienza Dios nos ha preparado todas las ayudas que
necesitamos para que sea un buen año. No desperdiciemos ni un solo día. Y
cuando llegue la caída, el error o el desánimo, recomenzar enseguida. En muchas
ocasiones, a través del sacramento de la Penitencia.
¡Que tengamos
todos un buen año! Que podamos
presentarnos delante del Señor, una vez concluido, con las manos llenas de
horas de trabajo ofrecidas a Dios, apostolado con nuestros amigos, incontables
muestras de caridad con quienes nos rodean, muchos pequeños vencimientos,
encuentros irrepetibles en la Comunión…
Hagamos el propósito de convertir las derrotas en victorias, acudiendo al Señor
y recomenzando de nuevo.
Pidamos a la Virgen la gracia de vivir este año que
comienza luchando como si fuera el último que el Señor nos concede.
(1) CONC. VAT. II, Const.
Sacrosanctum concilium, 2.- (2) IDEM, Const. Lumen gentium, 8.- (3) 2 Cor 6, 2.- (4) Ef 5, 15-16.- (5) Jn 9, 4.- (6) J.
ESCRIVA DE BALAGUER, Amigos de Dios, 39.- (7) 1 Cor 7, 31.- (8) Gal 6, 9-10.-
(9) SAN AGUSTIN, Sermón 256.- (10) SANTA TERESA, Vida, 10, 3.- (11) G. CHEVROT,
El Evangelio al aire libre, p. 102.
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