EL FUNERAL DE ESTADO SIGUE LEVANTANDO CRÍTICAS POR
SU ESCENOGRAFÍA
El funeral de Estado, homenaje a las
víctimas lo llaman ahora desde Moncloa, que se celebró el pasado jueves en
Madrid por las víctimas del coronavirus
sigue trayendo cola por la estética del acto organizado por las autoridades
del Estado.
Si en las
redes sociales o en columnas de opinión como la de Ramón Pérez Maura en ABC
destacaban la escenografía masónica del
funeral, ahora es Miquel Giménez el que en Voz Populi el que critica este “funeral neopagano” en el
intento de sustituir la religión cristiana por la del Estado.
Por su
interés ofrecemos la columna
íntegra de Miquel Giménez en Voz
Populi:
UN
FUNERAL NEOPAGANO
Sentados en círculo alrededor de una llama. Adiós, humanismo cristiano.
Hola, neopaganismo
Jorge
Vestrynge afirmó a propósito de Fraga que era una lástima que fuese tan
católico. “Con una dosis de paganismo, habría
podido llegar muy lejos”. Que la persona que ha inspirado esa nueva
ideología que persigue enterrar las señas de identidad de la cultura occidental
dijera eso no es baladí. En esta época, se libra una denodada batalla para
sustituir la religión y las tradiciones por algo nuevo. Es el
advenimiento de la Era del Hijo que profetizó Aleyster Crowley. Hay que matar
al Padre y sustituir a Dios por una nueva religión: la del estado.
Se
intentó con bastante éxito en el Tercer Reich y en la URSS. Puesto que la masa
necesita creer, seamos nosotros quienes les proporcionemos dioses, santos,
reliquias y supersticiones, decían. Hay algo obscenamente perturbador en la
momia de Lenin y, a la vez, atrayente. De la misma manera sucedía con los
caídos en el Putsch de Múnich, cuyos féretros reposaban en la galería de la
Feldherrensatrsse, lugar al que anualmente las SS procesionaban de noche con
antorchas para renovar su juramento de fidelidad al Führer. Toda idea absoluta conlleva la creación de su cosmogonía y eso requiere
barrer las creencias pasadas.
Esa es la
intención de algunos dirigentes políticos españoles, crear una nueva liturgia
para el consumo de masas, con sus nuevas festividades, sus dogmas, sus
rituales, sus mitos y su panteón de deidades. Se evidencia en el empeño que
ponen en sacralizar determinadas fechas como el ocho de marzo. No son laicos, a
pesar de que se queden afónicos de tanto gritarlo; por el contrario,
son profundamente religiosos en tanto que creyentes, lo que sucede es que su fe
es muy distinta de la nuestra, dado que es una fe que se fundamenta
en la negación del espíritu y en la afirmación del materialismo.
Si
alguien tenía dudas cerca del profundo cambio en nuestra sociedad, ahí tienen
el denominado acto de homenaje a las víctimas de la pandemia, un funeral de
estado que ni fue funeral ni de estado. Fue un acto mágico, puesto que la
disposición del cuadrado dentro del circulo significa para los versados en
ocultismo el triunfo de lo material sobre lo angélico, la cuadratura del
círculo. Quienes así lo dispusieron no podían ignorar tal simbolismo. Lo
repetimos: esa religión aparentemente laica ni es ajena al
ocultismo, ni es tampoco inocente. Recordemos
el acto. Vean esa llama en medio, en el centro del círculo, representando a los
que ya no moran corpóreamente entre nosotros, pero sí en espíritu.
Es la
llama purificadora que el antiguo Tubal Caín entregó a la humanidad para que
aprendieran a dominar el fuego y a forjarlo; noten el círculo, representación
del ciclo solar, ciclo también de fuego, que contiene un cuadrado en su
interior, el ser humano, aherrojado en los límites del mundo material. Un
erudito hebreo amigo mío, que vio por televisión aquello, me dijo que se había
estremecido. “He ahí al hombre luciferino animado por la llama
eterna consiguiendo dominar la materia, para su propia transformación”. Uno podrá o no estar de acuerdo con el
hermetismo, el Zohar, la Kaballah, las tesis de Rosenkreutz o los rituales del
Rito Escocés Antiguo y Aceptado que revelan como a través del nuevo Maestro el
espíritu del fundador masónico, Hiram Abif, se reencarna y vive de nuevo. Da lo
mismo. Pero, empíricamente, el acto que presenciamos este jueves no tiene
equivalente en los que hemos podido ver en otros países. Su carga esotérica era
tremenda y en modo alguno casual.
Resumiendo:
desterrando los símbolos tradicionales – enseña nacional, cruces,
liturgias católicas, entre muchas otras cosas – se ha introducido en la psique
colectiva un nuevo tiempo, una nueva manera de hacer, de ritualizar el dolor. Es una fe que viene a asesinar a la antigua. Y
la vida es símbolo y ritual, como afirmaron personas tan sabias como Gurdjieff,
Fulcanelli, Robert Ambelain o Pawels y Bergier.
Fue un ritual neopagano, repito.
Eso debería dar que pensar a aquellos que sepan de lo que estoy hablando.
También a usted, Señor, que ostenta entre otros el título de Rey de Jerusalén y
al que están intentando convencer de que la Era del Hijo ha llegado. Y ya sabe
lo que ha de pasar para que tal cosa suceda…
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