Cuando en la iglesia vemos el honor que merece el altar,
debemos elevar los pensamientos.
El altar es revestido de manteles, con flores y cirios; se venera
con una inclinación profunda cada vez que se pasa delante de él; el sacerdote
lo besa.
Es una Mesa santa, el ara del sacrificio, el signo de Cristo, roca de la
Iglesia, piedra angular. Es el símbolo de la Mesa celestial, allá donde Cristo invita a todos los
que quieran acudir, con el traje de bodas, a las nupcias del Cordero y la
Iglesia.
Al ver en la iglesia el altar, hemos de pensar también en aquel altar interior,
el propio corazón, que
debe ofrecer sacrificios y holocaustos de alabanza al Señor.
La misión de Cristo y
del Espíritu Santo que, en la liturgia sacramental de la Iglesia, anuncia,
actualiza y comunica el Misterio de la salvación, se continúa en el corazón que
ora. Los Padres espirituales comparan a veces el corazón a un altar. La oración
interioriza y asimila la liturgia durante y después de la misma. Incluso cuando
la oración se vive “en lo secreto” (Mt 6,
6), siempre es oración de la Iglesia, comunión con la Trinidad Santísima (cf
Institución general de la Liturgia de las Horas, 9) (CAT 2655).
Así como en la Iglesia se ofrece la
Víctima santa en el altar, en el altar de nuestro corazón hemos de ofrecernos
nosotros a Dios.
Así como
en la Iglesia se eleva la súplica al Padre en el altar, en el altar de nuestro
corazón hemos de elevar nuestras súplicas constantes a Dios.
Así
como en la Iglesia el altar es incensado con suave olor para que la alabanza
llegue al cielo, en el altar de nuestro corazón hemos de ofrecer siempre el
incienso de nuestra alabanza a Dios.
“Los
dos altares, esto es, el interior y el exterior, puesto que el altar es símbolo
de la oración, considero que significan aquello que dice el Apóstol: “Oraré con
el espíritu, oraré también con la mente". Cuando, pues, ‘quisiere orar en el corazón’, entraré en el altar
interior, y eso considero que es también lo que el Señor dice en los
Evangelios: ‘tú, en cambio, cuando ores, entra en
tu cuarto y cierra tu puerta y ora a tu Padre en lo escondido’. Quien, pues,
así ora, como dije, entra en el altar del incienso, que está en el interior”
(Orígenes, Hom. in Num, X, 3, 3).
“Ofreced vuestros cuerpos como una víctima viva. (…) Este
será vuestro culto espiritual” (Rm
12, 1). En el altar del corazón ofrecemos sacrificios vivos, los de la vida
cotidiana, los sacrificios interiores, espirituales.
Esta
mesa santísima requiere todo honor. Se cubre con un mantel, en diseño y forma
que sea proporcionado al altar. Sobre el altar o cerca de él, el crucifijo con
la imagen del Señor y los candeleros. También puede haber un discreto ornato de
flores. Se coloca el Misal y también, si hace falta, un micrófono lo más
discreto posible. Sólo esto puede estar sobre el altar.
Sólo esto: no cancioneros,
folios, ni sobre el altar depositar esa cantidad de ofrendas salvajes y tan
creativas: una bola del mundo, un balón, un libro de-no-sé-qué, etc., ni
utilizarlo para colgar carteles por delante como si el altar fuera un
expositor.
Veamos lo que dice la Ordenación
general del Misal romano:
304.
Por reverencia para con la celebración del memorial del Señor y para con el
banquete en que se ofrece el Cuerpo y Sangre del Señor, póngase sobre el altar
donde se celebra por lo menos un mantel de color blanco, que en lo referente a
la forma, medida y ornato se acomode a la estructura del mismo altar.
305. Obsérvese moderación en el
ornato del altar.
Durante el tiempo de Adviento
el altar puede adornarse con flores, con tal moderación, que convenga a la
índole de este tiempo, pero sin que se anticipe a la alegría plena del
Nacimiento del Señor. Durante el tiempo de Cuaresma se prohíbe adornar el altar
con flores. Se exceptúan, sin embargo, el Domingo Laetare (IV de Cuaresma), las
solemnidades y las fiestas.
Los arreglos florales sean
siempre moderados, y colóquense más bien cerca de él, que sobre la mesa del
altar.
306. Sobre la mesa del altar se
puede poner, entonces, sólo aquello que se requiera para la celebración de la
Misa, a saber, el Evangeliario desde el inicio de la celebración hasta la
proclamación del Evangelio; y desde la presentación de los dones hasta la
purificación de los vasos: el cáliz con la patena, el copón, si es necesario,
el corporal, el purificador, la palia y el misal.
Además, dispónganse de manera
discreta aquello que quizás sea necesario para amplificar la voz del sacerdote.
307. Colóquense en forma
apropiada los candeleros que se requieren para cada acción litúrgica, como
manifestación de veneración o de celebración festiva (cfr. n. 117), o sobre el
altar o cerca de él, teniendo en cuenta, tanto la estructura del altar, como la
del presbiterio, de tal manera que todo el conjunto se ordene elegantemente y
no se impida a los fieles mirar atentamente y con facilidad lo que se hace o se
coloca sobre el altar.
308. Igualmente, sobre el altar, o
cerca de él, colóquese una cruz con la imagen de Cristo crucificado, que pueda
ser vista sin obstáculos por el pueblo congregado. Es importante que esta cruz
permanezca cerca del altar, aún fuera de las celebraciones litúrgicas, para que
recuerde a los fieles la pasión salvífica del Señor.
Pero sobre el altar
no se pueden colocar imágenes, tampoco las reliquias que se vayan a venerar
después de Misa: “Tampoco se colocarán sobre la mesa del altar reliquias
de santos, cuando se expongan a la veneración de los fieles” (Ritual
dedicación iglesias y altares, cap. IV, n. 10); ni se deben dejar libros, cajas de cerillas, etc.,
como tampoco se deja sobre el altar las vinajeras, el lavabo de la Misa, etc…, sino en la credencia (mesa auxiliar). Todo
debe corresponder a la santidad del altar.
¡Ay! ¡Qué limpieza hay que hacer de altares! ¡Y limpiar la
mentalidad que emplea el santo altar para poner de todo encima!
Javier Sánchez
Martínez
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