«Nennolina» está en proceso de
beatificación y podría ser la santa más joven de la Iglesia.
La pequeña Antonieta Meo, conocida como Nennolina, murió con apenas seis
años y medio con fama de santidad.
No llegó
a cumplir los siete años pero Antonieta Meo, conocida cariñosamente como Nennolina,
es “venerable” en la Iglesia Católica y ejemplo para la fe de los católicos,
ya sean niños, adultos o ancianos porque
la fe y la virtud no entienden de edad. Su causa de beatificación sigue abierta
y de ser declarada santa en un futuro sería la más joven. Y fama de santidad y devoción por todo el mundo no le falta.
Precisamente, este viernes 3 de julio la Iglesia recuerda a esta niña
justo cuando se cumplen 83 años de su dolorosa muerte en Roma después de que tuvieran que amputarle una pierna
debido a un osteosarcoma. La enfermedad y los duros tratamientos afectaban
mucho a la pequeña, que encontró en el sentido redentor del sufrimiento la
forma de amar a Jesús.
BENEDICTO
XVI LA PUSO COMO EJEMPLO
Benedicto XVI reconoció sus virtudes heroicas
en 2007 y pocos
días después de este reconocimiento oficial decía sobre ella a un grupo de
niños y jóvenes de Acción Católica: “Nennolina, niña romana, en su brevísima vida —sólo seis años y medio— demostró
una fe, una esperanza y una caridad especiales, así como las demás virtudes
cristianas. Aunque era una niña frágil, logró dar un testimonio fuerte y robusto del
Evangelio, y dejó una huella profunda en la comunidad diocesana de
Roma”.
Además,
añadía que “cada etapa de nuestra vida puede ser
propicia para decidirse a amar en serio a Jesús y para seguirlo fielmente. En
pocos años Nennolina alcanzó la cumbre de la perfección cristiana que todos
estamos llamados a escalar; recorrió
velozmente la "autopista" que
lleva a Jesús”.
SU
PARTICULAR PASIÓN
La
pequeña Antonieta Meo nació en Roma el 15 de diciembre de 1930 y su vida giró
en torno a la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén de la capital romana, en
cuya iglesia fue bautizada y de la que vivía en las inmediaciones. No parece casualidad que esta niña que sufrió tantos
padecimientos se criara rodeada de los elementos de la Pasión que se conservan en este templo. Ella misma se
encuentra ahora enterrada en esta basílica.
Tras su
muerte debido al tumor, con sólo seis años y medio, se
sucedieron una gran cantidad de conversiones y gracias que provocaron que buena parte de Italia pusiera
sus ojos en aquella pequeña. Poco después, su fama de santidad se extendió por
todo el mundo. Reportajes, libros y artículos se extendieron rápidamente.
El
Vaticano recoge el testimonio de una enfermera de la clínica en la que estuvo
ingresada la niña: “Una mañana, mientras ayudaba a
la enfermera que ordenaba el cuarto de la niña, entró su papá, el cual, después
de haberla acariciado, le preguntó: ‘¿sientes mucho dolor?’ Y Antonieta: ‘Papá,
el dolor es como la tela, cuanto más fuerte más valor tiene’. La
religiosa añadió: ‘Si no lo hubiese escuchado con mis propios oídos, no lo hubiera creído”.
UNA
VIDA ESPIRITUAL DE ALTURA
Ya con la
pierna amputada y con la ayuda de una prótesis empezó a asistir a la escuela
primaria a los 6 años. Sufría muchos dolores pero todo se lo ofrecía a Jesús. “Cada paso que doy que sea una palabrita de
amor”, dijo.
Como
ejemplo de esta fuerza interior y de su madurez espiritual pese a su edad quiso
celebrar el aniversario de la amputación con un gran almuerzo
y una novena a la Virgen de Pompeya porque gracias a esta intervención había
podido ofrecer su sufrimiento a Jesús.
Finalmente,
la noche de Navidad de 1936 recibió con fervor la Prima Comunión y pocos meses
después la Confirmación, sacramentos que le adelantaron debido a su estado. Y
es que la amputación de la pierna no había bloqueado el
tumor, que se extendió a la cabeza, a la mano, al pie, a la garganta
y a la boca.
LAS
CARTAS AL NIÑO JESÚS
Pero si
por algo se conoce la vida espiritual de la pequeña Nennolina es por sus cartas
escritas al Niño Jesús. La niña se las dictaba a su
madre, que las escribía y luego Antonieta las dejaba en su mesilla debajo de
una imagen de Jesús de niño para
que por la noche las leyera.
Es
precisamente la profundidad de lo que dice aunque mediante el lenguaje de un
niño lo que impresionaría a miles de personas, incluidas
papas como Benedicto XVI o Pablo VI.
Tras leer
estas cartas, Montini, futuro Papa Pablo VI y
santo, escribirá: "Obrando en las almas por las
vías más misteriosas, concede a muchos penetrar, mediante la
lectura de la vida de esta niña de menos de siete años, el misterio de esa
sabiduría que se esconde a los soberbios y se revela a los pequeños".
La
primera carta está fechada a 15 de septiembre de 1936. “Querido
Jesús, hoy voy de paseo y voy a mis monjas y les digo que quiero hacer la
primera comunión en Navidad. Jesús ven pronto a mi corazón que yo te
abrazaré muy fuerte y te besaré.
Oh, Jesús, quiero que te quedes siempre en mi corazón”, escribía la
pequeña Nennolina.
"DAME
ALMAS"
Pocos
días después debajo de la estatuilla del Niño Jesus dejaba otra carta: “Querido Jesús, yo te quiero mucho, te lo quiero repetir
que te quiero mucho. Yo te ofrezco mi corazón. Querida Virgen, tú
eres muy buena, toma mi corazón y llévaselo a Jesús”.
Nennolina,
sin saberlo, se convertiría en una apóstol de la gracia: “Hoy
he sido algo caprichosa, pero tú Jesús bueno, toma en brazos a tu niña...”.
Otro día
dictó a su madre: “Tú ayúdame que sin tu ayuda
no puedo hacer nada" o
"tú ayúdame con tu gracia, ayúdame tú, que sin
tu gracia nada puedo hacer. Te lo ruego, Jesús bueno, consérvame siempre la
gracia del alma".
En otra
misiva dejaba escrito a sus apenas seis años: “Mi
buen Jesús, dame almas, dame muchas, te lo pido de verdad, te lo pido para que hagas que sean buenas y puedan ir
contigo al Paraíso”.
La pequeña se encuentra enterrada en la basílica de la Santa Cruz de
Jerusalén en Roma.
SU
MUERTE Y SU FAMA DE SANTIDAD
No se
olvidaba del prójimo en sus escritos y decía también: “Te
rezo por aquel hombre que ha hecho tanto daño”; “te rezo por aquel pecador que
ya sabes, que es tan viejo y que está en el hospital de San Juan”.
El 3 de
julio de 1937, Nennolina susurró a su padre sus últimas palabras:
“Jesús, María, mamá, papá...”. Dice
la madre que se quedó mirando fijamente frente a ella, y después exhaló un
sostenido suspiro. A la mañana siguiente, una multitud de vecinos
conocedores de la vida tan extraordinaria de esta jovencita, transportó con
emoción y lágrimas en los ojos el pequeño ataúd blanco a la Basílica de la
Santa Cruz de Jerusalén en Roma.
A su
muerte dejó más de cien cartas dedicadas a Jesús, a María, a Dios Padre, al
Espíritu Santo, a santa Inés y a Teresita del Niño Jesús.
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