¡Ven Espíritu Santo!
Por obra del
Espíritu Santo es la Encarnación del Verbo divino en las entrañas benditas de
la Virgen María. Y en la Encarnación es donde se inicia la plenitud de la
salvación, la renovación total de la humanidad. Por obra del Espíritu Santo.
(J.M.Iraburu/InfoCatólica) Por obra del Espíritu Santo es
la Encarnación del Verbo divino en las entrañas benditas de la Virgen María.
Así lo confesamos en el Credo. Y en la Encarnación es donde se inicia la
plenitud de la salvación, la renovación total de la humanidad, en una segunda
Creación. Por obra del Espíritu Santo.
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Por
obra del Espíritu Santo volvemos a nacer los hombres, esta vez como hijos de
Dios, «nacidos del agua y el Espíritu» (Jn 3,5). La santificación de los hombres realizada por Cristo, en la
comunicación del Espíritu Santo, no va a ser solamente un nuevo camino moral al
que se invita a un hombre que es meramente hombre. Es mucho más que eso. La
santificación instaurada por la fe en Cristo consiste primariamente en una
elevación ontológica:
Los cristianos somos realmente
«hombres nuevos», «nuevas criaturas» (Ef 2,15; 2 Cor 5,17), «hombres celestiales» (1 Cor 15,45-46), «nacidos
de Dios», «nacidos de lo alto», «nacidos del
Espíritu» (Jn 1,13; 3,3-8). Es el nacimiento lo que da la naturaleza. Y
nosotros, que nacimos una vez de otros hombres, y de ellos recibimos la
naturaleza humana, después en Cristo y en la Iglesia, por el agua y el
Espíritu, nacimos una segunda vez del Padre divino, y de él recibimos una
participación en la naturaleza divina (1 Pe 1,4).
La santificación obrada por la
gracia de Cristo no produce, pues, en el hombre un cambio accidental (como el
hombre que por un golpe de fortuna se enriquece, pero sigue siendo el mismo),
no es algo que afecte sólo al obrar (el bebedor que se hace sobrio), sino que
es ante todo, por obra del Espíritu Santo, una transformación ontológica, que
afecta al mismo ser del hombre, a su naturaleza.
El hombre viejo, el de la
primera Creación, el del primer Adán, fue creado al comienzo del mundo: «formó Yahvé Dios al hombre del polvo de la tierra, y le
inspiró en el rostro aliento de vida, y fue el hombre ser animado» (Gén
2,7); es el terrenal, el que fracasó por el pecado. Y el hombre nuevo, el de la
segunda Creación, el que viene del segundo Adán, es en la plenitud de los
tiempos, por obra del Espíritu Santo hombre espiritual, gracias a nuestro Señor
y Salvador Jesucristo, que repite aquella escena primera del Génesis: «Sopló
sobre ellos y les dijo: «recibid el Espíritu Santo»
(Jn 20,22).
Si Cristo en su obra de
salvación no hubiera llegado a la comunicación del Espíritu Santo en
Pentecostés, de nada nos hubiera servido su Encarnación, su predicación del
Evangelio, su muerte en la Cruz, su Resurrección y Ascensión al cielo.
Seguiríamos siendo hombres terrenales, adámicos, pecadores. Es la comunicación
del Espíritu Santo que Cristo hace desde el Padre lo que nos hace nacer de
nuevo como hijos de Dios, como nuevas criaturas.
Dios «nos
ha salvado en la fuente de la regeneración, renovándonos por el Espíritu Santo,
que abundantemente derramó sobre nosotros por Jesucristo, nuestro Salvador» (Tit
3,5).
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Por
obra del Espíritu Santo nace la Iglesia. Claramente lo sabemos, gracias
al relato de San Lucas en los Hechos de los Apóstoles: «Cuando
llegó el día de Pentecostés, estando todos juntos en un lugar, se produjo de
repente un ruido del cielo, como el de un viento impetuoso… y quedaron todos
llenos del Espíritu Santo» (Hch 2). Ahora es cuando se cumple plenamente
la obra de Cristo, Salvador del mundo. La Encarnación del Hijo divino, el
Evangelio, la muerte en la Cruz, la Resurrección, la Ascensión, hacen posible
Pentecostés, cuando por obra del Espíritu Santo, nace la Iglesia, el Cuerpo
mismo de Cristo.
El Espíritu Santo es
el alma que vivifica, unifica y mueve a la Iglesia. Y hace su obra por íntimos
movimientos de su gracia y también por la mediación de gracias externas.
1. Por el impulso suave y eficaz
de su gracia interior el Espíritu Santo mueve el Cuerpo de Cristo y cada uno de
sus miembros. Él produce día a día la fidelidad y fecundidad de los
matrimonios. Él causa por su gracia la castidad de las vírgenes, la fortaleza
de los mártires, la sabiduría de los doctores, la solicitud caritativa de los
pastores, la fidelidad perseverante de los religiosos. Y Él es quien, en fin,
produce la santidad de los santos, a quienes concede muchas veces hacer obras
grandes, extraordinarias, como las de Cristo, y «aún mayores» (Jn 14,12).
2. Pero también es el Espíritu
quien, por gracias externas, que a su vez implican y estimulan gracias
internas, mueve a la Iglesia por los profetas y pastores que la conducen. En la
Iglesia hay una gran diversidad de dones y carismas, de funciones y
ministerios, pero «todas estas cosas las hace el único y mismo Espíritu» (1Cor
12,11). Aquel Espíritu, que antiguamente «habló por los profetas», es el que
ilumina hoy en la Iglesia a los «apóstoles y profetas» (Ef 2,20).
«Imponiéndoles Pablo las manos, descendió sobre ellos el Espíritu Santo, y
hablaban lenguas y profetizaban» (Hch 19,6-7; cf. 11,27-28; 13,1; 15,32;
21,4.9.11).
Es el Espíritu Santo quien
elige, consagra y envía tanto a los profetas como a los pastores de la Iglesia,
es decir, a aquellos que han de enseñar y conducir al pueblo cristiano (cf.
Bernabé y Saulo, Hch 11,24;13,1-4; Timoteo, 1Tim 1,18; 4,14). Igualmente, los
misioneros van «enviados por el Espíritu Santo» a
un sitio o a otro (Hch 13,4; etc.), o al contrario, por el Espíritu Santo son
disuadidos de ciertas misiones (16,6). Es Él quien «ha
constituido obispos, para apacentar la Iglesia de Dios» (20,28). Y Él es
también quien, por medio de los Concilios, orienta y rige a la Iglesia desde
sus comienzos, como se vio en Jerusalén al principio: «el
Espíritu Santo y nosotros mismos hemos decidido» (15,28)…
* * *
Por
obra del Espíritu Santo se realiza la Eucaristía, el gran Mysterium fidei que
actualiza el sacrificio pascual de Cristo en la Cruz. En la
invocación del Espíritu Santo (epiclesis) que en todas las Plegarias
eucarísticas precede a la Consagración, se contempla la transubstanciación como
obrada por el Espíritu Santo. Por obra del Espíritu Santo es la Encarnación del
Hijo, y por obra del Espíritu Santo se hace presente Cristo en el pan y el vino
consagrados: «Por eso, Padre, te suplicamos que
santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti [el
pan y el vino], de manera que sean Cuerpo y Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y
Señor nuestror» (Pleg. euc. III). Y como la Eucaristía, todos los
sacramentos santifican por obra del Espíritu Santo.
* * *
Por
obra del Espíritu Santo se produce la vida cristiana en todos sus aspectos. El Espíritu
Santo es así el principio vital de una nueva humanidad. En efecto, Jesucristo, «el Señor, es Espíritu» (2Cor 3,17), y unido al
Padre y al Espíritu Santo es para los hombres «Espíritu
vivificante» (1Cor 15,45). Él habita en nosotros, y nosotros nos vamos
configurando a su imagen «a medida que obra en
nosotros el Espíritu del Señor» (3,18; cf, Gál 4,6). Por tanto, todas
las dimensiones de la vida cristiana han de ser atribuidas a la acción del
Espíritu Santo que procede del Padre y del Hijo. En San Pablo se afirma todo
esto con especial claridad:
§ Es el Espíritu
Santo el que nos hace hijos en el Hijo, es decir, Él es quien produce en
nosotros la adopción filial divina (Rm 8,14-17).
§ Es el Espíritu
Santo, el Espíritu de Jesús, el que nos mueve internamente a toda obra buena
(Rm 8,14; 1Cor 12,6).
§ Es el Espíritu
Santo –el agua, el fuego– quien nos purifica del pecado (Tit 3,5-7; cf. Mt
3,11; Jn 3,5-9).
§ Es él quien
enciende en nosotros la lucidez de la fe (1Cor 2,10-16). «Nadie puede decir
«Jesús es el Señor» sino en el Espíritu Santo» (12,3).
§ El levanta
nuestros corazones a la esperanza (Rm 15,13).
§ Si nosotros
podemos amar al Padre y a los hombres como Cristo los amó, eso es porque «la
caridad de Dios se ha derramado en nuestros corazones por la fuerza del
Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rm 5,5).
§ El Espíritu
Santo es quien llena de gozo y alegría nuestras almas (Rm 14,17; Gál 5,22; 1
Tes 1,6).
§ El nos da fuerza
apostólica para testimoniar a Cristo y fecundidad espiritual: «Recibiréis la
fuerza del Espíritu Santo, que descenderá sobre vosotros, y seréis mis testigos
en Jerusalén, en toda la Judea, en Samaría y hasta los extremos de la tierra»
(Hch 1,8). Por eso la fuerza para evangelizar «no es sólo en palabras, sino en
poder y en el Espíritu Santo» (1,5).
§ El es quien nos
concede ser libres del mundo que nos rodea (2Cor 3,17).
§ El hace posible
en nosotros la oración, pues viene en ayuda de nuestra total impotencia y ora
en nosotros con palabras inefables (Rm 8,15. 26-27; Ef 5,18-19).
En suma, según San Pablo, toda
la «espiritualidad» cristiana es la vida
sobrenatural que el Espíritu Santo, inhabitando en los hombres, produce en
nosotros. Y por eso afirma el Apóstol: «vosotros no
vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que de verdad el Espíritu de
Dios habita en vosotros» (Rm 8,9; cf. 10-16; Gál 5,25; 6,8).
* * *
Pidamos
siempre a Dios el Espíritu Santo, pues es el Don del Padre y del Hijo, el Don supremo del que proceden
para nosotros todos los dones y gracias. Pidiendo el Espíritu Santo, estamos
pidiendo todos los dones naturales y sobrenaturales que Dios ha de
comunicarnos.
Pidamos
también los dones del Espíritu Santo, que perfeccionan el ejercicio de las
virtudes,
facilitando en todas nuestras acciones su prontitud y seguridad en la verdad y
el bien. Es entonces cuando nuestras acciones vienen a ser realizadas ya al
modo divino, con la máxima facilidad, perfección y mérito. Pero los dones del
Espíritu Santo no pueden ser adquiridos: son dones que han de ser pedidos una y
otra vez con toda confianza al Padre celestial, por Jesucristo nuestro Señor,
pues como Él dice, «si vosotros, siendo malos,
sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial
dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?» (Lc 11,13).
«Oh Dios, crea en mí
un corazón puro, renuévame por dentro con Espíritu firme» (Sal 50,12).
Publicado
en blog Reforma o apostasía (322) Por obra del Espíritu Santo. Pentecostés
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