A veces, las cosas
me envuelven de tal manera, que no siento deseos de rezar, pero porque sé que
es preciso voy a Su encuentro a través de la oración.
Por: n/a | Fuente: DiocesisdeCelayaMX.blogspot.com
Hay momentos en que no siento la menor voluntad de dialogar con algunas
personas, pero, porque es necesario, acabo dejando de lado mi voluntad y voy a
su encuentro, converso, trabajo, convivo y sigo frente a ellas. Con Dios no es
diferente. A veces, las cosas me envuelven de tal manera, que no siento deseos
de hablar con Él, es decir, de rezar, pero porque sé que es preciso, y además
dependo de Su gracia, voy a Su encuentro a través de la oración.
Claro que ello exige compromiso y perseverancia porque, en realidad, la
vida de oración es una conquista diaria; y como toda conquista no está exenta
de luchas, es necesario luchar para ser orante.
En este sentido, santa Teresa de Jesús afirma, en su autobiografía, que
oración y vida cómoda no combinan en nada; ella recuerda que una de las mayores
victorias del demonio es convencer a alguien de que no es necesario rezar.
O sea, cuando se trata de la vida de oración es necesario tener
conciencia de que se trata de una lucha espiritual, y para vencer el único
camino es rezar con o sin voluntad. Si escojo guiarme sólo por mi querer, corro
el riesgo de ser una persona vacía, sin sentido.
Sé que, con el paso del tiempo y el cúmulo de actividades, corremos el
serio riesgo de, poco a poco, ir dejando la oración de lado o rezar de
cualquier manera hasta llegar a un “desierto
espiritual” y sentir una cierta apatía respecto a la oración. Pero es justamente
en ese momento cuando necesitamos ir más allá de los sentimientos y considerar
que el “desierto también es fecundo” cuando se vive en Dios, ¡y por su misericordia en nuestra vida todo es gracia!
Consolaciones y desolaciones, alegría y tristeza, pérdidas y ganancias,
todo es fruto del amor de Dios, quien permite que vivamos las pruebas mientras
nos llama a crecer y a fructificar en toda y cualquier circunstancia. Por
tanto, en el punto en que te encuentras ahora, vuelve a fijar tu alma en Dios y
permite que Él la devuelva a Sí mismo, por la fuerza de la oración.
Al absorber tanta agitación y estímulos en nuestros días, acabamos
perdiendo el contacto con nuestra verdadera esencia, y quedamos tan distraídos
y preocupados con todo lo que está pasando a nuestro alrededor, que acabamos
fragmentados, confusos e inseguros, sin acordarnos de dónde venimos, dónde
estamos y menos aún, a dónde vamos. Sólo Dios puede reorientarnos.
Jesús tenía conciencia de ello cuando dijo a sus discípulos: “Velen y oren para no caer en la tentación” (Mateo
26,41); yo diría, principalmente, la tentación de olvidar quién eres y cuál es
tu papel en este mundo.
Dejo aquí algunas pistas que pueden servir para abrir camino en tu
relación con Dios. Cuando encuentres tu propio camino, caminarás libremente y
cada vez más experimentarás la alegría que se encuentra en la presencia de Dios
por medio de la oración.
1- Escoge el horario y el tiempo que quieres dedicar a tu oración y
procura ser fiel a ese propósito. Así como nos alimentamos diariamente, la
oración tiene que ser el alimento diario del alma, pase lo que pase.
2- Fundamenta tu oración en la Palabra de Dios y en Su verdad. Habla con
Él con confianza y sin reservas, como quien habla con un amigo. Así encontrarás
la paz y la armonía interior que tanto buscas, pues, como enseña san Juan de la
Cruz, “el conocimiento de uno mismo es fruto de la intimidad
con Dios, y es el medio esencial para la libertad interior”.
3- Reza con humildad, deteniéndote siempre en la palabra “Hágase tu voluntad”. Acuérdate de que tu oración
no puede estar motivada simplemente por gusto o exigencia, sino, por encima de
todo, por gratuidad y confianza en la misericordia de Dios.
4- Practica lo que rezas y no desvincules tus obras de la oración, pues una
cosa está totalmente relacionada con la otra. Caridad, perdón, alegría,
confianza, fraternidad y paciencia son características de quien reza.
5- Ten tu propio ritmo de oración. La imitación y la comparación no ayudan
en nada. La vida de los santos, por ejemplo, son flechas que apuntan al cielo
pero eres tú quien debe dar tus propios pasos para llegar hasta él.
Deseo que en cada amanecer y también en las “noches
oscuras” experimentes por la oración que el amor es la verdadera
felicidad, y que esta consiste en amar y sentirse amado. Y nadie nos ama tanto
como Dios. Si alguna vez pierdes la voluntad de rezar, ya sabes lo que tienes
que hacer: ¡reza igual y sé feliz!
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