Adelantó
la Primera Comunión en atención a su muerte: ansiaba comulgar cada día.
Se la oía
a menudo conversando con su Ángel Custodio, al que decía ver, como también a su
amada Virgen. Cuando recibe a Jesús Eucaristía, con sólo seis años de edad, se
enamora hasta tal punto que insiste y obtiene poder comulgar cada día.
Esperaba con ansia la comunión y se impacientaba si el sacerdote tardaba, era
su única queja. Laura Degan, que subió al
Cielo siendo niña, pronto hará 25 años, nos enseña que si aún no estamos en la
Felicidad, es sólo porque no nos dejamos amar totalmente por ese Dios que lo
puede todo. Costanza Signorelli cuenta la historia en La Nuova Bussola Quotidiana:
LA
NIÑA EUCARÍSTICA A LA QUE LE GUSTABA CANTAR A LA VIRGEN
Es el 8
de septiembre, fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, y la madre,
Paola, le pregunta a su
pequeña: "Dime, Laura, ¿hoy hay fiesta en el Paraíso?". Su hijita
asiente con la cabeza y responde: "¡Sí, mamá!
¡Con el Pan de los Ángeles!". Y cuando lo dice parece compartir una
inmensa alegría. Pero, ¿cómo es posible que una
niña de sólo cinco años, con su sencillez, pueda tener tanto
conocimiento de las cosas del Cielo?
En este,
como en la gran cantidad de diálogos que la madre y la hija tuvieron en el
breve camino juntas, hay encerrado un misterio insondable. Es el misterio de
una niña que, con sólo seis años, sube al Paraíso
tras haber recorrido su vida en compañía de la Virgen María, los Santos y su
Ángel custodio. Es el misterio de una criatura tan sumergida
en el amor de Jesús, que deseaba nutrirse más con la Eucaristía que con
cualquier otro "alimento" terrenal.
Es el misterio de una pequeña tan confidente del Cielo que conocía sus secretos
más hermosos, esos que permanecen escondidos a los adultos.
EL
PLAN DEL CIELO, UNA CARRERA DE AMOR
Pues
bien, que Laura Degan era
una niña especial es algo que se comprende desde el día de su nacimiento, el 13
de diciembre de 1987: sus espesos cabellos negros y
sus ojos tan despiertos hablan de una niña llena de vida.
Y como
tal se revela al poco tiempo. Correr, saltar y subirse donde podía eran las
pasiones de Laura. Como esa vez en la que echa a correr dentro de un campo de
maíz, haciendo perder totalmente su rastro y creando el pánico entre sus
familiares. O esa otra cuando, jugando al escondite, la pequeña encuentra un
lugar para esconderse tan perfecto que todo el pueblo acabó buscándola. En
resumen, que Laura está llena de entusiasmo, energía y alegría de
vivir: en
Cervarese Santa Croce, pequeño municipio de mil almas en la provincia de Padua,
todos la conocen y la aman. Sin embargo, nadie puede aún imaginar con
qué plan misterioso el Cielo ha unido a sí a esa maravillosa criatura.
No pasa
mucho tiempo cuando este empieza a desvelarse. Es el 25 de febrero de 1990. En
breves instantes, la vida de la familia Degan sufre un vuelco terrible:
tras una serie de pruebas médicas, los doctores les comunican que la pequeña
Laura, que tiene sólo dos años de edad, tiene una
enfermedad incurable. Sus padres, terriblemente afectados por la
noticia, deciden de inmediato ir al Santuario de San Leopoldo Mandic,
conscientes de que su hija, además de los mejores cuidados médicos, tiene que
ser encomendada a los cuidados celestes. Cuando llegan al convento de Santa
Croce (Padua) la madre, Paola,
con un trozo del hábito bendito de San Leopoldo acaricia el rostro de Laura
justo en el lugar donde se ha manifestado la enfermedad. La pequeña, como toda
respuesta, besa las sandalias del santo, expuestas como reliquias, y con las
manos juntas reza al "abuelo Poldo" para que la cure.
Me
vestiré de ángel es una de las principales fuentes testimoniales
sobre este pequeña santa.
Ese gesto
sencillo y espontáneo es el símbolo del total abandono y la plena confianza con
los que esta niña del Cielo afrontará cada día su dolorosísima enfermedad.
El
segundo gran símbolo de abandono tiene lugar al cabo de un tiempo, cuando los
padres de Laura, para encontrar algo de paz, dejan que un amigo les lleve a
Vago di Lavagno, a ver al hermano Vittorino Faccia,
discípulo directo de San
Juan Calabria.
Pues
bien, durante la Adoración Eucarística llevada a cabo por el devotísimo fraile,
Laura abandona los brazos de su madre y se dirige hacia el religioso, al que no
había visto nunca antes, para que acaricie su rostro
enfermo con la Custodia. Todos se quedan sin palabras al ver una
criatura tan pequeña correr con toda su inocencia al encuentro de Jesús. Pero
este no es más que el inicio de una increíble y larga historia de amor.
CON
LA MADRE CELESTE, SUFRIR ES DULCE
Llega el
día de la primera gran prueba: la operación quirúrgica para
extirpar el tumor. Es
precisamente en esta ocasión cuando, sin falta y puntual, la Virgen María da un
paso adelante, Ella, la que se manifestará a lo largo del camino, como una
verdadera Madre celestial, siempre presente al lado de su hija predilecta.
Sólo
Paola obtiene el permiso de entrar con Laura en quirófano; a pesar de la
pre-anestesia, su hija está muy inquieta. De repente deja de quejarse y, de
manera totalmente inesperada, la pequeña pide: "¡Mamá, cántame el Ave María!". La mujer, entonces, entona suavemente y
sonriendo las estrofas de la oración, mientras dentro de su corazón derrama
lágrimas de dolor. Gracias a la poderosa presencia de la Virgen, la madre y la
hija encuentran la paz y Laura, por fin, se duerme.
Son
innumerables las veces que se manifestará esta fortísima
unión entre Laura y la Madre de Jesús. Y
es sobre todo en los momentos de especial dolor cuando la Virgen mostrará su
amoroso auxilio.
Es el 1
de agosto de 1994 y la pequeña está encamada desde hace día debido a fuertes
dolores; de repente su familia, convencida de que estaba durmiendo, la oyen cantar con voz fuerte en el piso de arriba. Suben rápidamente a verla, no entienden cómo es
posible que la niña tenga ganas de cantar dadas sus pésimas condiciones de
salud. Cuando entran en la habitación encuentran a Laura como en éxtasis
mientras canta el himno de la Virgen de Czestochowa, repitiendo
sin cesar: "¡Deja que viva cerca de ti!". La niña está tan
extasiada por ese amor místico que sólo al cabo de mucho tiempo se da cuenta de
la presencia de su familia y pide que la dejen sola.
Más. En
la noche entre el 8 y el 9 de septiembre de 1994, sucede que los padres oyen
claramente la voz de Laura que susurra: "Sí,
sí, vale, lo he entendido, vale". Paola le pregunta a su hija con
quién está hablando. Con gran naturalidad, la niña les explica que el Niño Jesús y la Virgen se han sentado en su cama y le han acariciado
la frente porque sentía mucho dolor. La madre y la abuela, sorprendidas, le hacen
alguna pregunta más sobre el contenido de la conversación que ha tenido con
esas "extraordinarias" presencias
celestiales. La pequeña, sin embargo, responde que es un secreto, que no puede
decirlo. Lo que sí puede decir es que Jesús tenía unos cinco años y que la
Virgen llevaba un vestido largo y gris. En lo que respecta a su Ángel custodio,
al que dice ver más a menudo, a su madre, llena de curiosidad, le responde: "¡Tú habla con tu Ángel custodio, que yo hablo
con el mío!".
Esa Madre
del Cielo, que cuida de Laura como si fuera su jardín florecido, pronto le hace
saber que tiene una única voluntad: llevar a la pequeña a Su Jesús. Y de hecho…
HAMBRE
DE JESÚS EUCARISTÍA
Las
condiciones de salud de Laura empeoran cada vez más. Paola apoya el deseo de su
hija de recibir por primera vez a Jesús
Eucaristía. Laura tiene seis años y no ve la hora de hacer la Primera
Comunión.
La tarde
del 6 de julio de 1994 llega el permiso del párroco de adelantar ese día, que
Laura sentía que era fundamental: ¡no se puede describir la emoción de la niña
cuando recibió a Jesús dentro de sí! A partir de ese momento, Laura quiere comulgar cada día.
Mientras
es posible participa en la santa misa; pero más adelante, al tener mucho dolor,
la acompañan a recibir a Jesús en horarios tranquilos. Un día, un sacerdote, al
verla tan pequeña, afirma que seguro que la pequeña no sabe ni siquiera qué es
la comunión, a lo que ella responde rápidamente: "¡ES JESÚS!".
Después
de recibir la Eucaristía, Laura siempre se para ante la estatua de la Virgen,
la que prepara su corazón y nutre su deseo de recibir el Cuerpo de Cristo. Con
el agravarse de la enfermedad, Laura ya no puede salir de casa y está obligada
a guardar cama. El párroco de Cervarese y el de Santa Maria pasan a
verla cada día, alternándose en este acto de amor y ternura.
Laura
tiene tantos deseos de unirse a su Jesús que si los sacerdotes tardan un poco
en llegar, se impacienta y se queja: "¡Ayer a
esta hora ya había llegado!". Es una de las rarísimas ocasiones en las que
se la oye quejarse: la fuerza del espíritu de Dios que hay en ella
le hace ver cada situación a la luz del amor, la paz y la esperanza.
El 10 de
septiembre, de repente, sucede algo insólito. Son las cuatro de la mañana y
Laura pide recibir a Jesús. Implora a su familia: "¡Quiero
la comunión! ¡Quiero la comunión!". Laura la quiere en ese momento
preciso. En principio su familia piensa que se trata de un error de la niña,
que al haber perdido la vista ya no sabe cuándo es de
día y cuándo de noche. No es esto
lo que pasa, pero lo comprenderán más tarde. Los padres llaman a don Rino al
final de la mañana y, cuando llega, el párroco les regaña porque se da cuenta
de la extraordinaria petición.
Laura,
con su rostro desfigurado, sólo puede recibir un pequeño fragmento de la
Eucaristía, como un grano de arroz, en una cuchara, con unas gotas de agua. Don
Rino consigue responder a tiempo el deseo de Laura. De hecho, unas horas más
tarde, las condiciones de la pequeña empeoran enormemente y por la noche la
situación parece ser más grave que nunca. ¿LA PEQUEÑA LO SABÍA?
EL
CIELO CAE SOBRE LA TIERRA: LAURA SUBE AL PADRE
Las
últimas horas de Laura en la tierra son inolvidables. Es el 11 de septiembre de
1994 y sus condiciones de salud son más graves de lo habitual. La pequeña
respira con dificultad y su rostro es una única herida dolorosa. A su alrededor
toda una familia sufre, impotente ante tanto dolor. El doctor Luigi Zanesco, entonces jefe de servicio de Oncología
Pediátrica de Padua, confiará más adelante a la familia que, en tantos años de
carrera médica, nunca había visto un caso tan doloroso como el de
Laura. ¿Cómo se puede permanecer
impasibles o profesionales ante el rostro de una niña como el de Jesús en la
cruz, marcado como si tuviera las espinas de Su corona, y de cuya boca sale
sangre inocente?
Y sin
embargo, Laura aparece serena, como iluminada por una
luz sobrenatural, abandonada confiada en las manos del Padre. En esas pocas horas que le quedan de vida en la
tierra, en más de una ocasión se incorpora, se sienta en la cama y eleva
los brazos al Cielo. Es evidente para todos que Laura está abrazando una
Presencia que la asiste y que la abraza primero. A las 13:50 sólo su madre está
junto a ella. Paola levanta la mirada hacia el cuadro de la Dolorosa que está colgado en la pared,
encima de la cama, apoya una imagen del Padre Pío sobre la garganta de su hija, que tanto lo amaba,
e invoca la última oración por ella. En ese instante, Laura exhala el último
suspiro entre los brazos maternos.
Los
signos de la excepcionalidad de esta vida se ven enseguida. El dolor de la
separación está mitigado por una insólita paz, como si de repente el cielo
hubiera caído sobre la tierra. El sufrimiento deja espacio a la felicidad de
Cristo que reina en los corazones. Y mientras Laura corre detrás de su angelito
a la Luz del Señor, Paola le pide al párroco, don Rino, que las campanas suenen
a fiesta, para que todos en el pueblo sepan que la niña mártir ha
dejado de sufrir y ha subido,
volando, al Paraíso.
Traducido por Elena Faccia Serrano.
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