«Entonces
fue conducido Jesús al desierto por el Espíritu para ser tentado por el
diablo».
Después
de haber ayunado cuarenta días con cuarenta noches, sintió hambre. Y
acercándose el tentador le dijo: Si eres Hijo de
Dios, di que estas piedras se conviertan en panes. El, respondiendo,
dijo: Escrito está: No sólo de pan vive el hombre,
sino de toda palabra que procede de la boca de Dios.
Luego, el
diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso sobre el pináculo del Templo. Y le
dijo: Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo. Pues
escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus
ángeles, para que te lleven en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra
alguna piedra.
Y le
respondió Jesús: Escrito está también: No tentarás
al Señor tu Dios. De nuevo lo llevó el diablo a un monte muy alto, y le
mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le dijo: Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras.
Entonces
le respondió Jesús: Apártate Satanás, pues escrito
está: Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo darás culto» (Mt).
Las
tentaciones se dan tras cuarenta días y cuarenta noches de oración y ayuno.
Siente hambre, se agota, experimenta las limitaciones del cuerpo, la mente
también es influida por el cansancio y el hambre y la soledad.
Satanás
elige el momento más adecuado para tentarle, aquel en que está debilitada la
humanidad. Ahí, en situación extrema, es donde se verá si Cristo acepta el reto
que le va a plantear.
Es
posible que la creencia en la divinidad de Jesús lleve a pensar, que en el
fondo, las tentaciones son externas y ficticias, como de mentirijillas. Pero no
es así: real fue el dolor y la muerte, y real es el
hambre y la sed. Jesús experimenta la trepidación de la tentación, ve el
lado positivo que toda tentación propone, y descubre lo negativo, más o menos
oculto, pero que acabará saliendo a relucir. De ahí, también, que la victoria
sea real, humana. El resultado final confirma a Satanás que se puede ser fiel
al proyecto amoroso del Padre, que es posible cumplir la voluntad de Dios
también como hombre, a pesar de las alternativas que se le ponen delante.
Es cierto
que las tentaciones tienen un sentido de ejemplo para que los hombres venzan
las provocaciones al mal. Es un primer nivel no despreciable. Muchos ven en las
tentaciones las tres concupiscencias: el desorden de la sensualidad y la carne,
la llamada de la soberbia y del orgullo, y la inquietud por el dinero y el
poder. Las respuestas de Cristo aciertan en las soluciones, el espíritu está
sobre la materia y debe regirla; la humildad lleva a confiar en Dios; y el
poder es para servir a Dios y a los demás. De hecho, es frecuente entre los
hombres que el primer obstáculo en el que muchos quedan atrapados sea la
sensualidad del comer, del beber o la impureza. Un segundo nivel, tienta la
soberbia y el amor propio, y viene el ansia de dominar a los demás. En un
tercer nivel el mundo como fin último del hombre, engloba todas las sugerencias
del mal cuando se coloca en lugar de Dios.
Las tres
tentaciones tienden a quebrar el mesianismo de Jesús. Pero hay un nivel más
profundo. Veamos la tentación primera. Jesús tiene cuerpo en su doble vertiente
de sentido y afectividad, tiene, por tanto necesidades sensitivas y afectivas.
La tentación dice: «Si eres Hijo de Dios, di que
estas piedras se conviertan en panes», es decir haz un milagro con tu
poder de Hijo de Dios para satisfacer tus necesidades. El pan es el alimento
para la vida; pero, al satisfacerla, se encuentra un placer en la función
natural. Jesús nunca dice que eso sea malo. Lo mismo ocurre con la procreación
que añade a los efectos del cuerpo la satisfacción del afecto. Nada dice el
texto de la extensión de la tentación; pero entre los hombres estas cuestiones
son universales. Jesús añade la dificultad del ayuno y del celibato,
prescindiendo libremente del uso legítimo de esas tendencias corporales y
afectivas por un amor más alto. Ahí incide la tentación: transforma el gozo natural en amor propio; benefíciate,
búscate en algo tan natural como estas satisfacciones, o ¿acaso son malas?.
La
respuesta de Jesús es clara: no son malas, pero «No
sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que procede de la boca de
Dios». Si el diablo le hubiese propuesto algo ilícito Jesús lo habría
tenido que rechazar, de forma obligada; pero, en esta primera tentación, Jesús
rechaza algo que en sí no es malo, pero se trata de vivir un amor que vaya más
allá del amor propio y de la satisfacción que producen cosas buenas. Y rechaza
decir que esas realidades sean malas y pecaminosas, aunque deben someterse a un
amor superior. No se trata sólo de superar la gula y la impureza, sino de vivir
un amor espiritual superior. De hecho, el Hijo de Dios es sobrio con
naturalidad, y conviene que no tenga descendencia según la carne, sino sólo
según el espíritu. El amor al Padre y a los hombres debe estar por encima de
cosas que en otros son buenas y santificantes, pero a Él se le ha pedido más.
El amor a su misión debe ser superior al tirón de los sentidos y de la
afectividad, e incluso del deseo de tener una descendencia humana. Jesús
responde con unas palabras del libro de la Sabiduría en las que señalan que el
placer de los sentidos no es malo dentro de su función natural, pero no es
todo. El amor sensitivo y el afectivo son buenos, pero existe el amor
espiritual. El que ama con este amor espiritual supera las atracciones de lo
sensible, sin decir que sean malas, aunque pueden serlo por desorden o por
exceso. El primer combate ha concluido, aunque la tentación acechará a Jesús
toda la vida, especialmente en la cruz, donde el dolor será máximo. El amor de
verdad pudo más.
La
segunda tentación es más profunda y complicada. El diablo cita el salmo 91
diciendo: «Si eres Hijo de Dios, arrójate abajo.
Pues escrito está: Dará órdenes acerca de ti a sus ángeles, para que te lleven
en sus manos, no sea que tropiece tu pie contra alguna piedra». El
demonio sigue tentando a Jesús, a partir de lo que, en Él, forma parte de su
ser: era hijo de Dios y confía en el Padre como
nadie lo ha hecho jamás en la tierra, por eso Satanás plantea la posibilidad de
la salvación de la humanidad a través de un milagro. Esto es posible
tanto para Dios, como para el que lo pide con fe: quiere salvar a la humanidad.
Se trata de dejar boquiabiertos a los hombres ante la manifestación de un poder
sobrenatural. La gentes quedarían admiradas ante el éxito del nuevo salvador.
Se creía en aquellos momentos que el Mesías anunciaría la salvación de Israel
desde aquel pináculo del templo de altura imponente. Le sugiere que las gentes
veneran a los triunfadores y se convertirán con esa acción milagrosa. Le oculta
con engaño que se puede introducir la vanidad de ser admirado por lo
prodigioso, y se abandona el camino de humildad.
Jesús
podía usar su poder, no sólo en los milagros para ser admirado y admitido por
todos. Pero quedaría oculta – u oscurecida- la manifestación del amor, un amor
que no puede esconder ni un ápice de amor propio; y es precisamente en la cruz
en la que la máxima humildad revela el mayor amor.
La
tentación es contra el mismo Dios como se ve en la respuesta de Jesús: «Escrito
está también: No tentarás al Señor tu Dios». ¿Es
posible tentar a Dios? Sí. No porque Dios pueda pecar, cosa imposible;
sino, en el sentido de que Él se decida a cambiar su proyecto de salvación; la
tentación, esta vez, se dirige a que Jesús rechace el camino más difícil, que
es el del dolor y la expiación, el de la muerte y el del sacrificio, y le
propone el de utilizar el de una salvación evidentemente sobrenatural que,
prácticamente, le asegure el éxito entre los suyos. Otro camino de salvación,
sí; pero menos reveladora del amor.
Y Cristo,
el Hijo, elige la sabiduría del amor del Padre; rechaza el camino del triunfo
humano lejos del camino de la humildad, tan rodeado de piedras, persecuciones,
insultos y muerte. ¿Acaso no puede arrasar a todos
los perseguidores y aplastarlos como gusanos? Sí puede, pero el camino
humilde permite encontrar excusas a los díscolos y tratarles con misericordia,
aunque con la estricta justicia sólo merecerían castigo e ira. No tentar a Dios
es confiar en su misericordia y su decreto de salvación del hombre a través de
un sacrificio perfecto, oculto a los ojos del mundo.
La
tercera tentación es aún más honda. Jesús se proclamará, como había sido
profetizado, rey de justicia, de paz, de prosperidad, de victoria, y ahí
incidirá la seducción: «De nuevo lo llevó el diablo
a un monte muy alto, y le mostró todos los reinos del mundo y su gloria, y le
dijo: Todas estas cosas te daré si postrándote me adoras». Puede parecer
un acoso alocado, pero es en esta tentación donde la frialdad de la astucia
diabólica es mayor y la lucha más frontal. Le propone un reino donde impere la
justicia, la ley buena, la paz. El diablo le dice: “somos
inteligentes, podemos organizar un reino de justicia. Toma el poder político,
impón un reino en el que todos puedan, y deban, ser justos; y así podrán
alcanzar la salvación que tú propones. No está fuera de tus posibilidades
organizar un movimiento que llegue más lejos que lo que realizó un hombre como
Alejandro Magno”. Y ante los ojos de Cristo desfilan los reinos humanos
que se han sucedido en la historia desde las formas de organización más
rudimentarias y primitivas, en las que tantos hombres sobrevivieron
malviviendo, hasta las grandes como Babilonia, China, India, Persia, Grecia,
Roma; y el esplendor de esos reinos refulge lleno de gloria. ¿Será posible hacer algo mejor? Es posible, es más,
es deseable para unos hombres que suspiran por la paz, la justicia, la libertad
y la prosperidad. Si además es un reino religioso, mejor que mejor: será nada
menos que el reino de Dios entre los hombres. Dios en las leyes, en la
economía, en el arte, en las ciencias, en la convivencia, en la familia y en
toda organización humana.
Pero hay
dificultades que el diablo oculta, y no en vano será llamado por Jesús «príncipe de este mundo». Es fácil que los
poderosos con el poder; se cieguen, se sirvan a sí mismos, se mundanicen en
todos los sentidos de la palabra. Pero, sobre todo, se trata de que los hombres
conviertan su corazón, que el reino de Dios anide en su interior y después se
transmita a lo exterior. Dios respeta la libertad de los hombres, no quiere
imponerse desde arriba, sino desde el amor personal.
La
respuesta de Jesús es más tajante que en los casos anteriores: «Entonces le respondió Jesús: Apártate Satanás».
Ya no puede soportar más insidia, y hace un acto de acatamiento a la sabiduría
amorosa del Padre. Dios sabe más; el reino será realidad en los que quieran: no será quitada la libertad a los hombres. Cierto
que la pueden usar para burlarse de Dios, pero siempre tendrán al alcance su
misericordia. El reino se realizará en cada corazón y a través de cada hombre
en su actividad humana, y de ahí a todas las estructuras humanas. La existencia
del pecado obstaculizará la justicia y el progreso; pero al final el Padre me
enviará como rey y como juez para los que quieren -mal o bien- vivir en libertad,
esta es la grandeza humana y la sabiduría del Padre. Es difícil aceptar la
libertad, pero sin ella es imposible el amor, y en este reino es esencial,
hasta el punto de que no hay justicia posible sin libertad; todo el engaño de
la tentación está ahí: suprimir el amor de la
creación y rechazar el amor de Dios cuya gloria es la vida amorosa del hombre,
no un engreimiento soberbio del que quiere ser admirado, «pues escrito está: Al
Señor tu Dios adorarás y a Él sólo darás culto» Esto es el reino de
Dios: la justicia de Dios entre los hombres y el
que ellos veneren y acaten la perfección del amor divino.
«Entonces lo dejó el diablo, y los ángeles vinieron y le servían». Es el primer triunfo en la primera batalla en el
interior de Cristo y vence. Los ángeles, que también habían vencido, se alegran
con el triunfo del Hombre, y le consuelan. Pero la suerte está echada; las
batallas seguirán de un modo casi continuo hasta el final especialmente en la
Pasión.
Reproducido
con permiso del Autor,
Enrique
Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias
pedidos a
eunsa@cin.es
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