La filosofía
de la acción marca la filosofía personalista con su inmanentismo
espiritualista fundacional, que sobrevalora la experiencia y la
subjetiviza, horizontalizando la vida cristiana.
Los
existencialistas han comprendido muy bien el alcance del método de inmanencia
blondeliano. Es profundamente instructivo al respecto cómo lo explica el existencialista
Nicolás Abaggnano. Comienza afirmando, acertadamente, que:
«La filosofía de
la acción es una de las formas del espiritualismo moderno. Comparte con el
espiritualismo su característica fundamental: el modo de practicar y entender
la filosofía como auscultación interior o repliegue sobre la interioridad
espiritual». [1]
Este repliegue del sujeto
sobre su interioridad subjetiva explica la ruptura entre la fe y la religión, y
el entendimiento de la primera como fiducia
intimista, en la línea de Marcel, o
utopista-humanista, en la línea de Bonhoeffer-Barth.
A continuación,
Abbagnano hace una síntesis interesante de las motivaciones de la filosofía de
la acción, idénticas a las de la filosofía personalista contemporánea:
«Mas, para los
filósofos de la acción, la conciencia es ante todo y sobre todo voluntad,
actividad, acción; esto es, actividad práctica o creadora del mundo moral,
religioso y social, más bien que facultad contemplativa o teorética. Como el
espiritualismo, la filosofía de la acción tiene interés y carácter religioso
[…] Puede reconocerse su precedente histórico menos inmediato en la doctrina de
la fe moral expuesta en la Crisis de la razón pura de Kant.» [2]
Sólo a la luz de estas
motivaciones entendemos por qué la filosofía de la acción, que es el soporte
intelectual del personalismo, es un espiritualismo y al mismo tiempo un inmanentismo.
En el personalismo
la acción prevalece sobre el ser, le permite autodeterminarse. La causa segunda
queda exaltada indebidamente, incurriendo en el humanismo pelagiano cuyas
características denunciaba, tan expresivamente, Leonardo Castellani:
«Las notas
distintivas de este humanismo son las siguientes: 1) Silencio frente
al error y frente a la herejía. 2) Complejo anticlerical. 3) Actúa en
política, pero todo su interés está en prescindir de la fe, y reducirse al
plano de lo temporal. 4) Personalismo. Persona humana por activa y por
pasiva: es la suprema razón de ser de todas las cosas; el Reino de Jesucristo
en el mundo, con sus legítimas exigencias para el hombre, queda como una verdad
poco menos que archivada, o por lo menos impracticable. El Humanismo incurre
así en Pelagianismo, o por lo menos, no toma en cuenta la necesidad de la
gracia para sanar la naturaleza humana y superar sus problemas. La persona
humana se considera únicamente como sujeto de derecho y libertades absolutas,
callando las exigencias de la fe y del orden sobrenatural.» [3]
EL MÉTODO DE INMANENCIA
En La acción (1893)
de Maurice Blondel encontramos resumidos los principales tópicos modernistas
que luego el personalismo parafraseará, acomodándolos a la ortodoxia católica y
cubriéndolos con un velo de oficialidad.
Blondel intenta una
reinterpretación no metafísica de la realidad, enfrentándola al querer, cuya
insatisfacción interpreta en clave sobrenaturalista, como exigencia de lo
sobrenatural. La idea sería más tarde asumida por de
Lubac y condenada por la Humani generis:
«Otros
desvirtúan el concepto del carácter gratuito del orden sobrenatural, pues
defienden que Dios no puede crear seres inteligentes sin ordenarlos y llevarlos
a la visión beatífica.» [4]
El método de
inmanencia de Blondel se basa en una dicotomía:
Tenemos aquí formulado el
principio dialéctico de la libertad
negativa moderna: la potencia absoluta, la capacidad de hacer o no
hacer aquello que la subjetividad desea, sin más límite que su propio querer
autodeterminante.
El método de inmanencia
consiste en postular en la naturaleza humana una exigencia necesaria de
sobrenaturalidad que colme o aplaque la insatisfacción de la voluntad, cuya acción
aspira siempre a dicho aplacamiento.
Por tanto, la experiencia subjetiva que pretende satisfacer esa necesidad del
sobrenatural queda constituida como la esencia misma de la vida interior,
incurriendo en pelagianismo. El despliegue en la historia de esta acción
subjetiva produce un progreso, un desarrollo integral, un descubrimiento de
potencialidades dormidas contenidas en la naturaleza humana, que progresa y se
autodefine existencialmente.
Será Teilhard de Chardin quien
interprete este despliegue de potencia espiritual inmanente en clave
evolucionista, dando a luz una versión vagamente cristiana del superhombre
nietzscheniano, y Maritain lo incorpore a su sueño de una nueva cristiandad
laica y democrática.
EL INMANENTISMO HORIZONTALISTA
La horizontalización de la
vida cristiana es efecto del empeño personalista en “catolizar”
el existencialismo, a la manera protestante. Porque antropologizar,
primero, supone des-sacralizar; y segundo, des-sacramentalizar. Miguel Poradowski ha resumido muy bien este fenómeno:
«La reducción
del cristianismo sólo a lo temporal, social, económico y político, es la otra
manifestación de la protestantización del catolicismo. Muchos católicos de hoy
día, imitando a los protestantes, quieren transformar la Iglesia en una
institución de beneficencia y nada más, olvidándose de las palabras de Cristo
que asegura que “no sólo de pan vive el hombre”. El pecado para muchos
católicos ya no es la ofensa de Dios; sino sólo una falta en las relaciones con
el prójimo; es un ‘’pecado social” y nada más. Todo se torna social, económico,
material, colectivo, comunista. De ahí sólo hay un paso a la completa
secularización del catolicismo, es decir, a la completa protestantización.» [6]
El giro antropológico del catolicismo fue consumado por la teología de Karl
Rahner. El inmenso prestigio del autor supuso un espaldarazo sobresaliente al
existencialismo heideggeriano. El teólogo jesuita alemán, por su enorme
autoridad en el posconcilio, contribuyó decisivamente a la inmanentización existencialista de la teología católica, a la que sumergió
en la profunda crisis que continúa hasta hoy. La pujanza de Heidegger, la
apertura al progresismo y la teología del pueblo, el hegelianismo y el kantismo
que alimentan el catolicismo de hoy, se deben en gran parte al prestigio de
Rahner.
La cuestión pastoral que se
plantea Rahner en su escrito sobre teología pastoral Una fórmula breve de la fe cristiana, [7] se
sigue planteando hoy día una y otra vez sin cesar, como uno de los tópicos más
obstinados: cómo presentar la fe cristiana
para que sea más comprensible y más aceptable para el hombre moderno.
Rahner es el “catolizador” de Heidegger, y el catalizador de su
existencialismo. Es el principal introductor de la tachadura del ser heideggeriana, de su
crítica del supuesto triunfalismo jurídico y metafísico, de su
des-ontologización de la vida cristiana. Cornelio Fabro, que ha estudiado con
especial profundidad este asunto, demostró la imposibilidad
radical del empeño
rahneriano. [8]
Es urgente restaurar la razón católica y superar
estos errores. Para ello habrá que liberarse, primero, del insano apego al
pensamiento moderno que caracteriza la mente católica de hoy.
Alonso Gracián
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