Tenemos experiencia de cómo
algunos enfermos son realmente evangelizadores. Lo hemos visto y nos hemos
quedado impactados por la vida y el testimonio que están ofreciendo en la
enfermedad, extendiendo, como un bálsamo, luz, paz y serenidad a quienes le
rodean, hablando con un amor infinito del Señor, para sorpresa de quienes le
visitan y que, tal vez, esperarían palabras más amargas, de queja o reproche al
Señor.
El enfermo evangeliza. El enfermo
(santo) evangeliza dando testimonio de la fuerza del Señor en su debilidad,
hablando palabras de fe, aceptando con paz el sufrimiento, orando y
ofreciéndose.
"En un tiempo en el que se
oculta la cruz, vosotros, aceptándola sois testimonios de que Jesucristo quiso
abrazarla para nuestra salvación" (Juan Pablo II, Disc. a los jóvenes
enfermos y minusválidos, Santiago de Compostela, 19-agosto-1989).
Normalmente esto no se improvisa.
Previamente, durante años, habrá vivido de fe, esperanza y caridad; habrá
estado unido realmente al Señor mediante la liturgia, los sacramentos y la
oración que habrán configurado su alma. Cuando llega la enfermedad, aflora todo
lo vivido antes, lo acumulado, lo preparado en horas de oración. Entonces
evangelizará el enfermo.
Otras veces, como milagros de la
gracia, es la misma enfermedad la que se constituye en una llamada del Señor a
quien, tal vez, ha vivido muy fríamente su fe. Aquí se le manifiesta el Señor y
la enfermedad se convierte en momento de conversión profunda y,
transformándose, el enfermo es evangelizado y evangeliza a su vez.
El sufrimiento, y en general, la
enfermedad, es también un camino de santidad posible, cuando se acepta unido a
Cristo; por eso se puede evangelizar.
"Ese sufrimiento tiene otra
vertiente sublime: da una gran capacidad espiritual, porque el sufrimiento es
purificación para uno mismo y para los demás, y si es vivido en la dimensión
cristiana puede convertirse en un don ofrecido para completar en la propia
carne "lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo,
que es la Iglesia". Por esto, el sufrimiento capacita para la santidad,
dado que encierra grandes posibilidades apostólicas y tiene un valor salvífico
excepcional cuando va unido a los sufrimientos de Cristo. Es inconmensurable
también la fuerza evangelizadora que posee el dolor" (ibíd.).
Los
enfermos evangelizan cuando viven conscientemente su situación de sufrimiento
como un camino de santidad. ¡Magníficas lecciones de amor a Cristo crucificado!
Javier Sánchez Martínez
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