Jamás olvidemos que
todas las bendiciones, grandes o pequeñas, fueron y serán posibles porque el
Señor nos abrió la puerta para recibirlas. Nuestras fuerzas, capacidad y entusiasmo son su regalo, por eso, nunca
caigamos en la vanagloria.
En Deuteronomio 8:13-14 dice: “Cuando haya aumentado mucho el
número de tus rebaños y tu ganado, y se haya multiplicado tu plata y tu oro,
junto con todo lo demás, ¡ten mucho cuidado! No te vuelvas orgulloso en esos
días y entonces te olvides del Señor tu Dios, quien te rescató de la esclavitud
en la tierra de Egipto”.
Jamás hay que olvidar que todas las bendiciones que hemos
recibido proceden de Dios. Desde la más grande, hasta la más pequeña. Él nos
rescató de Egipto, que simboliza haber sido libres de la condenación, por medio
del perdón en la cruz. Desde esta salvación tan grande, como las cosas pequeñas
de cada día, han venido a nosotros porque una puerta de bendición ha sido
abierta. A medida que vamos recibiendo nuevas bendiciones, debemos ser más humildes
que nunca. Reconociendo plenamente que la gracia del Señor nos ha alcanzado.
Las fuerzas, inteligencia y oportunidades, también han sido provistas por Él.
Cuanto más recibimos, más responsabilidad tenemos. El Señor nos advierte esto
antes de que las bendiciones lleguen, para que no nos volvamos necios y le
demos siempre la gloria a Él.
Oremos así:
“Dios mío, todo lo que he recibido procede de ti. Te doy
gracias de antemano por toda pequeña y gran bendición que vendrá a mi vida.
Todo lo que puedo hacer, es porque los cielos están abiertos sobre mí. Padre,
te doy toda la gloria, en el nombre de Jesús. Amén”
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