El amor conyugal agoniza, el mundo no lo deja respirar, no lo deja crecer, ha tomado posesión de la expresión más sublime de afirmación del otro en cuanto otro. Pero el grito ahogado del cónyuge que quiere ser feliz, en y para el otro, para sus hijos, para Dios, alimenta una esperanza, de que sí se puede, siempre se está a tiempo, hoy es un buen día para aprender a amar.
Esposo
mío, dejemos que triunfe el amor, vamos a liberar nuestras ataduras, nuestros
apegos, nuestro yo, esa falsa libertad que daña nuestro proyecto en común, el
proyecto fijado por el Amor para cada uno de nosotros. Pienso en aquello que
podemos llegar a ser, juntos y me lleno de ilusiones, de alegría aunque tengamos
que empezar cada día ¿sabes? Me acuerdo del compromiso que te hice aquel día,
el día de nuestra boda. Sí, el mayor acto de libertad que hemos hecho en
nuestra vida, en cinco minutos comprimimos todo nuestro futuro, todo nuestro
ser en cuanto varón y mujer y nos lo entregamos el uno al otro. ¿Qué hemos
hecho de aquella donación?, todavía podemos hacer mucho. Déjame que me entregue
a ti con todo mi ser como mujer, y haz tú lo mismo conmigo de tal forma que
seamos una sola carne, un solo cuerpo, una vida juntos, en la que vivamos en
ese Reino interior que se nos da, y que tenemos dentro de sí, en la verdadera
libertad interior. Un Reino ilimitado donde se rompen todas nuestras cadenas,
nuestros miedos, donde alimentamos nuestro amor y que nos sana; una gasolina
que nunca se acaba; todo en medio de este mundo, enemigo de nuestra relación y
de todo el amor que salga de nuestra unión, pero sé que en este mar revuelto y
oscuro, si permanecemos juntos ,venceremos.
Exígeme,
a partir de ahora, que asuma tus debilidades e imperfecciones. Las hice mías
aquel día, en la boda, pero me ha costado mucho aceptarlo. Si nos diéramos
cuenta que en esas debilidades, en esos problemas, hemos encontrado el
pasaporte a la felicidad, no me he vuelto loca, en nuestro compromiso, además
de las alegrías y placeres, nos cedimos el sufrimiento, nos entregamos la cruz
y en la lucha nos hemos hecho fuertes, como rocas. También me gustaría que tu
asumas las mías, mis defectos, te animo a que, en tu libertad, elijas. No así
puedo hacer míos tus errores porque somos personas distintas, pero sí puedo
perdonarlos y te pido que así tú lo hagas, aunque sean a diario. Y así, sanados
por nuestro perdón, que surge desde el fondo de nuestros corazones, y con
nuestra entrega, vamos construyendo nuestro proyecto, nuestra historia de amor
única e irrepetible y con un valor incalculable ante los ojos del Amor.
Entonces, ¿a qué esperamos?
Una sola
carne, tu cuerpo es mío y el mío tuyo. Hombre y mujer y por tanto
complementarios, hechos y pensados para vivir en relación pues somos semejanza
del Amor. Hemos sido bendecidos con los hijos, cedidos por Dios para su
educación. Enseñémosles a ser verdaderamente libres, libertad en el amor, en la
escuela de la familia, en el único sitio donde se ama incondicionalmente a la
persona desnuda. Sí, desnuda de bienes, de apegos, de todo lo que el “mundo” valora. Hagamos un “sitio”
donde en el fondo de nuestro ser sabemos que somos queridos, amados,
valorados, por lo que somos, y por tanto donde se respeta esa capacidad de llegar
a ser…..a ¿ser qué? Esposo mío, no dejemos que nos confundan, a ser reflejo del
Amor, a ser transmisores Suyos, a ser santos, a ser felices….
Somos un
matrimonio, que ha formado una familia, cuyo núcleo es todo ese trasvase de
amor entre nosotros y nuestros hijos. Si somos imagen y semejanza de Dios, no
podemos guardarnos todo para nosotros, no vivimos aislados, e innatamente
deseamos que los otros vivan ese amor y desarrollen también ese potencial de “llegar a ser…”. Formamos parte de una sociedad. Por
último te pido que ese “alimento” que hemos
recibido y aumentado lo demos a los demás, cada uno según su capacidad, en su
entorno. Mostremos al mundo ese amor. Vamos a testimoniarlo, sin miedos, ni
vergüenzas. Seamos testigos de Cristo.
Concepción Martínez
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