La obediencia es una actitud responsable de colaboración y participación,
importante para las buenas relaciones, la convivencia y el trabajo productivo.
Una de
las cosas que más trabajo nos cuestan es someter nuestra voluntad a la orden de
otra persona. Vivimos en una época donde se rechaza cualquier forma de
autoridad, así como las reglas o normas que todos debemos cumplir. La soberbia
y el egoísmo nos hacen sentir autosuficientes, superiores, sin rendir nuestro
juicio y voluntad ante otros pretextando la defensa de nuestra libertad.
Parece
claro que el problema no radica en las personas que ejercen una autoridad, tampoco
en las normas creadas para mantener el orden, la seguridad y la armonía entre
las personas, esta dentro de nosotros mismos. Debemos evitar caer en el error
de “sentir” que obedeciendo nos convertimos en seres inferiores y sumisos
caracterizados por una libertad mutilada. Por el contrario, la obediencia nos
lleva a practicar una libertad más plena, porque echamos por la borda el pesado
lastre de la soberbia y la comodidad. ¿No son acaso una fuerte atadura e
impedimento para obedecer cabalmente?.
¿Por qué
nos cuesta tanto trabajo obedecer? Razones puede haber muchas, tal vez la más
común se da cuando no reconocemos la autoridad de la persona que manda, por
considerarla inferior, inepta, molesta o necia; cada vez que la actividad a
realizar es contraria a nuestro gusto y preferencia; porque catalogamos las
cosas como poco importantes, o debemos hacer a un lado nuestra comodidad y
descanso. Cualquiera que sea el caso el resultado es el mismo: un actuar
mecánico y porque “no nos queda más remedio”, lo cual resta mérito a todo lo
bueno que pudiéramos lograr.
No
podemos negar que algunas ocasiones obedecemos gustosamente, pero lo hacemos
por la simpatía que tenemos hacia quien lo pide, o definitivamente no nos
cuesta trabajo cumplir con la encomienda. Entonces cabe preguntarnos si la
obediencia en nosotros es un valor o es una postura que tomamos de acuerdo a
las circunstancias.
Debe
quedar claro, la obediencia no hace distinciones de personas y situaciones,
para que sea realmente un valor, debe ir acompañada de nuestra voluntad de
hacer las cosas, agregando nuestro ingenio y capacidad para obtener un
resultado igual o mejor de lo esperado. Por tanto, el obedecer es un acto
consciente, producto del razonamiento, discriminando todo sentimiento opuesto
hacia las personas o actividades.
Esto nos
lleva a considerar la manera en la que reaccionamos frente a las normas que
exigen un cumplimiento: con facilidad desobedecemos las leyes de tránsito,
buscamos la manera de simplificar cualquier tipo de trámites, cumplir con menos
requisitos o no hacer fila para hacer un pago en la ventanilla correspondiente…
no podemos pensar que el mundo debe girar alrededor de nuestros caprichos,
sometiendo todo a la aprobación de nuestro juicio.
La
obediencia requiere docilidad, traducida en seguir fielmente las indicaciones
dadas. Si consideramos que algo no es correcto podemos expresar nuestro punto
de vista, pero nunca hacer algo distinto o contrario a lo que se nos ha
solicitado.
Además de
ser dóciles debemos tener iniciativa, que consiste en poner de nuestra parte
“lo que haga falta” para cumplir mejor con nuestra tarea. Muchas veces se
manifiesta a través de los pequeños detalles: La portada y presentación final
de un informe, limpiar y colocar perfectamente los muebles que cambiamos de
lugar, acomodar en la alacena los víveres que compramos…
Ese toque
personal y final que ponemos a las cosas complementa magníficamente nuestra
obediencia, porque es una manera de identificarnos plenamente con el deseo de
quien lo ha pedido, que en el fondo, es la esencia de obedecer.
En
algunos casos y circunstancias, las personas que tienen autoridad pueden
solicitar acciones contrarias a la dignidad de las personas y ajenas a los
principios morales, como mentir, calumniar, robar… en estos y otros casos, no
estamos obligados a obedecer porque nos convertimos en cómplices de acciones
reprobables, de las cuales no nos gustaría ser los afectados.
Aunque el
aprender a obedecer parece un valor a inculcar solamente en los niños, toda
persona puede, y debe, procurar su desarrollo. Veamos algunos puntos que te
ayudarán a cultivar mejor este valor:
– La
obediencia no se determina por el afecto que puedas tener hacia la persona que
manda, concéntrate en realizar de la tarea o cumplir el encargo que se te
encomienda. Tu sentir en nada cambia el contenido de la orden.
– Ejecuta
las peticiones u órdenes sin calificar si son de tu agrado o no.
– Toda
encomienda es importante. Si es aparentemente simple, evita pensar que no corresponde
“a tu categoría”. Si no cumples con las cosas pequeñas, jamás cumplirás con las
cosas que consideras como “grandes”.
– No te
quejes por los continuos encargos que recibes. Por una parte se tiene confianza
en tu capacidad; por otra, ¿no crees que estás encubriendo tu pereza?
– Procura
eliminar de tu persona esa visión mediocre de “sólo cumplir”. Ten iniciativa:
termina las cosas al detalle dando un toque final a todo lo que hagas, es la
diferencia entre obedecer y cumplir, y eso, es lo que hace un trabajo bien
hecho.
La
obediencia nos hace sencillos porque nos enfocamos en la tarea a realizar y no
en criticar a las personas; generosos por la disponibilidad de tiempo, el
interés y entusiasmo que ponemos al servicio de los demás, generando confianza
al actuar responsablemente.
Podemos
ver que la obediencia es una actitud responsable de colaboración y
participación, dejando atrás el “hacer para cumplir”, que eso lo hace
cualquiera, poner lo que esta de nuestra parte es lo que hace de la obediencia
un valor, no sólo importante, sino necesario para las buenas relaciones, la
convivencia y el trabajo productivo.
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