Por mucho que queramos a nuestra Madre celestial…, nunca podremos
sobrepasar el grado de intensidad de amor, que Ella nos tiene a todos y cada
uno de nosotros. En la Cruz le dijo el Señor a Ella: “Mujer, he ahí a tu hijo.
Después dice al discípulo: He ahí a tu madre”. (Jn 19,26-27). Y a partir de ese momento la
humanidad entera tuvo el regalo de una madre celestial no carnal sino
espiritual. Y como sabemos que el orden espiritual está por encima del orden
material, su maternidad es lo más importante que tenemos para alcanzar la
eterna salvación, pues solo por Ella y por medio de Ella, recibimos todas las
gracias necesarias para nuestra salvación. María es la mediadora universal de
todas las gracias y dones divinos que tan necesarios nos son para nuestra
salvación.
Desgraciadamente, es muy escaso, nuestro amor a María en relación a lo que debería de
ser. Existe una diferencia entre el amor maternal terreno, que la mayoría hemos
conocido y el amor espiritual, es decir de carácter sobrenatural que María
nuestra Madre celestial nos tiene. La falta de vida espiritual de muchos,
quizás sea una de las razones por las que los hombres, no aman suficientemente
a quién tanto les ama a ellos. Porque ellos, solo creen que existe lo que ven
los ojos de su cara.
La existencia de un mínimo de fe y un cierto grado de vida espiritual,
aunque este se limite a lo que nos enseñaron nuestras madres terrenales, es
necesario tener para comprender y sentir el amor que nuestra Madre celestial
nos tiene. Pero a pesar de estos inconvenientes, no han faltado a lo largo de
estos más de 2000 años de cristiandad, locos enamorados del amor, que nos da
María, nuestra Madre celestial. Han sido pocos porque si profundizamos en tomar
conciencia del amor de nuestra Madre Maria a todo nosotros, nos damos cuenta de
nuestra ingratitud e estulticia en no entregarnos a su amor.
Querer llegar al Señor, sin pasar por María es perder el tiempo, es Ella
sola Ella, la que tiene una total capacidad de mediación, que está deseando que
se la solicitemos. Si quieres amar al Señor, busca el amor de María, nuestra
Madre que siempre lo encontrarás. Quizás sea España quien se lleve la palma en
el amor a Maria por algo se la llama la “Tierra
de María Santísima”, y entre los muchos españoles a los que se les puede
donar el título de “locos por Maria”.
Locos por amor a Maria fueron aquellos soldados de los gloriosos tercios de
Flandes, dieron muestra de este amor.
La historia merece ser contada. Ella sucedió en Kempel, una localidad al
borde del rio Mosa, en tierras flamencas. El 7 de diciembre de 1585, el Tercio del Maestre de Campo Francisco
de Bobadilla combatía por la fe católica y por España. La isla de Bommel,
situada entre los ríos Mosa y Waal, era el reducto defendido por el Tercio
Viejo, bloqueado por completo por la escuadra del protestante Almirante Holak.
Se llamaba Tercio viejo por ser el primero creado por el genio militar de
Gonzalo Fernández de Córdoba, en la conquista del Reino de Nápoles en Italia,
frente a los franceses, que se oponían a los derechos de los Reyes católicos,
Isabel y Fernando, señores de aquel Reino.
En Flandes, cinco mil hombres guarnecían la
isla, "cinco mil españoles que eran a la vez cinco mil infantes, y
cinco mil caballos ligeros y cinco mil gastadores y cinco mil diablos ", como
dijera de ellos el almirante protestante de la escuadra que asediaba a los
españoles. El bloqueo se estrecha cada día más; ya no quedan víveres, ni
pertrechos de guerra, ni ropas secas. Sólo frío y agua y barro y desesperanza.
Alejandro Farnesio, gobernador de los Países Bajos, envía unos refuerzos que
nunca llegan. Los maestres de campo. Carlos Mansfeld y Juan del Águila tratan,
en vano, de socorrer a los sitiados; no hay esperanzas de auxilio.
El jefe enemigo propone entonces una
rendición honrosa. La respuesta de Bobadilla es inmediata: "Los
infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de
capitulación después de muertos". Ante tal respuesta, Holak recurre a
un método infalible para acabar con la resistencia española. Como las aguas del
Mosa discurrían por un canal más alto que el terreno ocupado por los soldados
españoles, abre una enorme brecha en el dique y las aguas se precipitan sobre
el campamento del Tercio viejo, que pronto se ve rodeado de ellas por todas
partes. No queda más tierra firme, que el montecillo (apenas cincuenta metros)
de Empel, donde, abandonando impedimenta y pertrechos, han de refugiarse los
soldados, so pena de perecer ahogados.
En esta situación, un soldado del Tercio
viejo, cavaba una trinchera "más para tumba que para guarecerse",
cuando tropezó con un objeto de madera allí enterrado. Era una tabla flamenca
en la que estaba pintada, en vivos colores, la Inmaculada Concepción. Téngase
en cuenta que ya en aquella época los españoles rezaban porque se realizase la
declaración dogmática de Inmaculada concepción, desde aquel 8 de diciembre
patrona de la infantería española. Comenzó el soldado a gritar y acudieron sus
compañeros que, colocando el cuadro sobre la bandera española, a modo de
improvisado altar, cayeron todos de rodillas entonando la Salve.
El Maestre Bobadilla, considerando el hecho,
como señal cierta de la protección divina, arengó así a sus soldados. "¡Soldados!
El hambre y el frío nos llevan a la derrota, pero la Virgen Inmaculada viene a
salvarnos. ¿”Queréis que se quemen las banderas, que se inutilice la artillería
y que abordemos esta noche las galeras enemigas? ¡Si queremos!", fue
la respuesta unánime de aquellos españoles.
Un viento huracanado e intensamente frío se
desató aquella tarde helando las aguas del Mosa. Los españoles, marchando sobre
el hielo en plena noche, atacan por sorpresa a la escuadra enemiga al amanecer
del día 8 de diciembre y alcanzan una victoria tan completa que hace decir al
almirante Holak: "Tal parece que Dios es español al obrar, para mí, lo
que es tan grande milagro". Aquel mismo día, entre vítores y
aclamaciones, la Inmaculada Concepción es proclamada patrona de los Tercios de
Flandes e Italia, la flor y nata del ejército español. Años después lo sería de
la Infantería Española.
No es necesario decir que el papa Pío IX por
la bula Ineffabilis Deus, del 8 de diciembre de 1854, declaro el dogma
de la Inmaculada concepción de María nuestra Madre celestial. Hoy en día es
Patrona de España, y de la mayoría de las naciones de habla hispana que tiene
también este patronazgo al igual que Portugal, Filipinas. Japón, Corea del sur,
de Polonia. Pocos sabrán que lo es también, de los Estados Unidos. En 1792, el
obispo de Baltimore, John Carroll, consagró a la recién nacida nación de los
Estados Unidos a la protección de la Inmaculada Concepción. En 1847, el papa
Pío IX formalizó dicho patronazgo.
Entre los españoles que son acreedores a este título de locos de amor
por María, se encuentra también un reciente Santo llamado Rafael Arnaiz. Nació
este, en Burgos en 1911 y fallecido de un coma diabético, a los 27 años en
1938, tras una corta vida monástica en la Trapa del Monasterio de San Isidro de
Dueñas en Palencia. Fue canonizado por Benedicto XVI en 2009.
Cuando entró en el Monasterio, escribió: “Me cansan los hombres, aun
los buenos. Nada me dicen. Suspiro todo el día por Cristo (...). El monasterio
va a ser para mí dos cosas. Primero: un rincón del mundo donde sin trabas pueda
alabar a Dios noche y día; y, segundo, un purgatorio en la tierra donde pueda
purificarme, perfeccionarme y llegar a ser santo. Yo le entrego mi voluntad y
mis buenos deseos. Que Él haga lo demás”.
Se puede pensar, sin temor a equivocarnos, que no hay santo alguno, que
no haya amado con más o menos intensidad a Nuestra Señora, pues ellos como
todos nosotros, si recibimos gracias divinas, es siempre por la intercesión
mediadora de nuestra Madre celestial.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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