El Santo Job,toleró a este demonio cuando fue atormentado con ambas tentaciones, pero en ambas salió victorioso con el vigor constante de la Paciencia y con las armas de la piedad.
Primero
perdió cuanto tenía, pero con el cuerpo ileso, para que cayese el ánimo, antes de
atormentarle en la carne, al quitarle las cosas que más suelen estimar
los hombres,
y dijese contra Dios algo, al perder aquellas cosas por las que se pensaba que Job servía a Dios.
y dijese contra Dios algo, al perder aquellas cosas por las que se pensaba que Job servía a Dios.
Fue
afligido también con la pérdida instantánea de todos sus hijos, de modo que los que recibió uno a uno, los perdiera de una vez, como si
su mayor número no se le hubiera otorgado para mostrar la plena felicidad, sino
para acumular calamidad.
Al
padecer todas estas cosas, permaneció inconmovible en su Dios, apegado a su divina
voluntad, pues a Dios no podía perderle sino por su propia voluntad. Perdió
las cosas, pero retuvo al que se las quitó para encontrar en él lo que
permanece para siempre. Pues tampoco se las había quitado el que tuvo voluntad
de dañar, sino el que había dado la potestad de tentar.
Job, fue más cauto que Adán, entonces el enemigo se ensañó con el cuerpo, no en las cosas externas al
hombre, sino que hirió, cuanto pudo, al hombre mismo. De la cabeza a los pies
ardían los dolores, manaban los gusanos, corría la purulencia.
Pero el espíritu permanecía
íntegro en un cuerpo pútrido y toleró, con una piedad inviolable y una
paciencia incorruptible, los horribles suplicios de la carne que se corrompía.
La esposa estaba presente, pero no ayudaba nada al marido, sino que más bien le
impulsaba a blasfemar contra Dios.
No se la había llevado el diablo
con los hijos como hubiera hecho un ingenuo en el arte de hacer daño, pues en
Eva había aprendido cuán necesaria era la esposa al tentador.
Sólo que ahora no encontró otro Adán a quien pudiera seducir por medio
de la mujer. Más cauto fue Job en los dolores que Adán entre flores.
Éste fue vencido en las delicias,
aquél venció en las penas, éste consintió en la dulzuras, aquél resistió en la
torturas.
Estaban
también presentes los amigos, pero no para consolarle en el
mal, sino para hacerle sospechoso del mal. Pues no podían creer que el que
tanto padecía pudiera ser inocente, y su lengua no callaba lo que su conciencia
ignoraba.
Así, entre los crueles tormentos del cuerpo, el alma se cubría de falsos
oprobios.
Pero Job toleró en su carne los propios dolores, y en su corazón los
ajenos errores. A la esposa corrigió en su insensatez, y a los amigos enseñó la
sapiencia, y en todo conservó la paciencia.
La virtud del alma que se
llama, Paciencia es un don de Dios tan grande, que Él mismo, que nos la otorga, pone
de relieve la suya, cuando aguarda a los malos hasta que se corrijan.
Así, aunque Dios nada puede padecer, y el término paciencia se deriva de
padecer (patientia, a patiendo), no
solo creemos firmemente que Dios es paciente, sino que también lo confesamos
para nuestra salvación.
Pero ¿quién podrá explicar con
palabras la calidad y grandeza de la paciencia de Dios, que nada padece pero
tampoco permanece impasible, e incluso aseguramos que es pacientísimo?
Así pues, su paciencia es
inefable como lo es su celo, su ira y otras cosas parecidas.
Porque si pensamos estas cosas
a nuestro modo, en Él,
ciertamente, no se dan así. En efecto, nosotros no sentimos ninguna de estas
cosas sin molestias, pero no podemos ni sospechar que Dios, cuya naturaleza es
impasible, sufra tribulación alguna.
Así, tiene celos sin envidia,
ira sin perturbación alguna, se compadece sin sufrir, se arrepiente sin corregir una maldad propia. Así es paciente sin pasión.
Pero ahora voy a exponer, en cuanto el Señor me lo conceda y la brevedad del presente discurso lo consienta, la naturaleza de la paciencia humana de modo que podamos comprenderla y también procuremos tenerla.
Pero ahora voy a exponer, en cuanto el Señor me lo conceda y la brevedad del presente discurso lo consienta, la naturaleza de la paciencia humana de modo que podamos comprenderla y también procuremos tenerla.
La auténtica paciencia humana,
digna de ser alabada y de llamarse virtud, se muestra en el buen ánimo, con el que toleramos los males, para no
dejar de mal humor los bienes que nos permitirán conseguir las cosas mejores.
Pues los impacientes, cuando no quieren padecer cosas malas, no consiguen escapar de ellas, sino sufrir males mayores.
Pues los impacientes, cuando no quieren padecer cosas malas, no consiguen escapar de ellas, sino sufrir males mayores.
Pero los
que tienen paciencia prefieren soportar los males antes que cometerlos y no cometerlos antes que soportarlos, aligeran el mal que toleran con
paciencia y se libran de otros peores en los que caerían por la impaciencia.
Pues los bienes eternos y más grandes no se pierden mientras no se rinden a los males temporales y mezquinos: porque no son comparables los padecimientos de esta vida con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros. Y también: lo que en nuestra tribulación es temporal y leve, de una forma increíble, nos produce un peso eterno de gloria.
Pues los bienes eternos y más grandes no se pierden mientras no se rinden a los males temporales y mezquinos: porque no son comparables los padecimientos de esta vida con la gloria futura que se ha de revelar en nosotros. Y también: lo que en nuestra tribulación es temporal y leve, de una forma increíble, nos produce un peso eterno de gloria.
Veamos, pues, qué duros trabajos y dolores soportan los hombres por las
cosas que aman,
viciosamente, y cómo se juzgan más felices con ellas cuanto más infelizmente
las codician.
¡Qué de cosas peligrosísimas y muy molestas afrontan, con suma
paciencia, por unas falsas riquezas, unos vanos honores o unas pueriles
satisfacciones!
Los vemos
hambrientos de dinero, de gloria y de lascivia, y, para
conseguir esas cosas, tan deseadas y una vez adquiridas no carecer de ellas,
soportar, no por una necesidad inevitable sino por una voluntad culpable, el
sol, la lluvia, los hielos, el mar y las tempestades más procelosas, las
asperezas e incertidumbres de la guerra, golpes y heridas crueles, llagas
horrendas. E, incluso,
estas locuras les parecen, en cierto modo, muy lógicas.
Efectivamente, se piensa que
la avaricia, la
ambición, la lujuria y otros mil pasatiempos más son cosas inocentes mientras
no sirvan de pretexto para cometer algún delito o un crimen prohibido por las
leyes humanas.
Es más, cuando alguien soportó
grandes trabajos y dolores, sin cometer fraude, para adquirir o aumentar su
dinero, para
alcanzar o mantener sus honores, o para luchar en la palestra o cazar, o para
exhibir algo plausible en el teatro, no parece una nonada dejar sin reprensión
esa vanidad popular, sino que es exaltada con las mayores alabanzas, como está
escrito:
porque se alaba al pecador en los apetitos de su alma . Pues la fuerza de los deseos lleva a tolerar trabajos y dolores, y nadie acepta espontáneamente lo que causa dolor, sino por aquello que causa placer.
porque se alaba al pecador en los apetitos de su alma . Pues la fuerza de los deseos lleva a tolerar trabajos y dolores, y nadie acepta espontáneamente lo que causa dolor, sino por aquello que causa placer.
Mas, como digo, se juzgan
lícitas y permitidas por las leyes, esas apetencias por las que soportan, con la mayor paciencia, trabajos
y asperezas, los que inflamados por ellas tratan de satisfacerlas.
¿Y qué decir, cuando los
hombres soportan grandes calamidades, no para castigar crímenes notorios sino
para perpetrarlos?
¿No nos cuentan los escritores de literatura civil de cierto nobilísimo parricida de la patria que podía soportar el hambre, la sed y el frío, y que su cuerpo podía tolerar el ayuno, el frío, el insomnio más de lo que nadie pudiera creer?
¿Y qué diré de los ladrones que, cuando acechan a los viandantes, pasan noches sin dormir, y para asaltar a los inocentes transeúntes someten su alma dañada y su cuerpo a todas las inclemencias del cielo? Algunos de ellos se atormentan entre sí con tal rigor, que su entrenamiento para los castigos en nada difiere de los castigos, pues tal vez no los tortura tanto el juez para arrancarles la verdad como los torturan sus cómplices para que no canten en el tormento.
¿No nos cuentan los escritores de literatura civil de cierto nobilísimo parricida de la patria que podía soportar el hambre, la sed y el frío, y que su cuerpo podía tolerar el ayuno, el frío, el insomnio más de lo que nadie pudiera creer?
¿Y qué diré de los ladrones que, cuando acechan a los viandantes, pasan noches sin dormir, y para asaltar a los inocentes transeúntes someten su alma dañada y su cuerpo a todas las inclemencias del cielo? Algunos de ellos se atormentan entre sí con tal rigor, que su entrenamiento para los castigos en nada difiere de los castigos, pues tal vez no los tortura tanto el juez para arrancarles la verdad como los torturan sus cómplices para que no canten en el tormento.
Y, sin embargo, en todo esto,
la paciencia es cosa más
de admirar que de alabar, mejor dicho, no es de admirar ni de alabar, porque no
es tal paciencia. Es una terquedad admirable, pero no se trata de paciencia.
Aquí no hay, justamente, nada que alabar, nada útil para imitar.
Y, si juzgamos rectamente, un alma es digna de tanto mayor suplicio cuanto más somete a los vicios los medios de la virtud. La paciencia es compañera de la sapiencia, no esclava de la concupiscencia; es amiga de la buena conciencia, no enemiga de la inocencia.
Y, si juzgamos rectamente, un alma es digna de tanto mayor suplicio cuanto más somete a los vicios los medios de la virtud. La paciencia es compañera de la sapiencia, no esclava de la concupiscencia; es amiga de la buena conciencia, no enemiga de la inocencia.
Así pues, cuando veas que alguien tolera algo pacientemente, no te
apresures a alabar su paciencia mientras no aparezca el motivo de su padecer.
Cuando éste es bueno, aquélla es verdadera; cuando éste no se mancha con la codicia, entonces aquélla se aparta de la falsedad; cuando aquél se hunde en el crimen, entonces se yerra en darle a ésta el nombre de paciencia. Pues, así como todos los que saben participan de la ciencia, no todos los que padecen participan de la paciencia, sino que los que viven rectamente su pasión, ésos son alabados como verdaderos pacientes, y son coronados con el galardón de la paciencia.
Cuando éste es bueno, aquélla es verdadera; cuando éste no se mancha con la codicia, entonces aquélla se aparta de la falsedad; cuando aquél se hunde en el crimen, entonces se yerra en darle a ésta el nombre de paciencia. Pues, así como todos los que saben participan de la ciencia, no todos los que padecen participan de la paciencia, sino que los que viven rectamente su pasión, ésos son alabados como verdaderos pacientes, y son coronados con el galardón de la paciencia.
Los humanos, por esta vida
temporal y su salud, toleran males horrendos, de modo admirable, incluso por sus pasiones y
sus crímenes, así nos amonestan cuánto hemos de sufrir por una vida buena, para
que luego pueda ser eterna, y sin ningún límite de tiempo ni detrimento de
nuestro interés, con una felicidad verdadera y segura.
El Señor ha dicho: en vuestra paciencia poseeréis vuestras almas.
No dijo: Poseeréis vuestras fincas, vuestras honras y vuestras lujurias, sino
vuestras almas. Si tanto sufre el alma para alcanzar la causa de su perdición, ¿cuánto
debe sufrir para no perderse? Y, para mencionar algo que no es pecaminoso, si
tanto sufre por la salud de su cuerpo en las manos de los médicos que cortan o
cauterizan, ¿cuánto debe sufrir por su salvación entre los arrebatos de sus
enemigos? Los médicos tratan el cuerpo con
tormentos para que no muera, pero los enemigos nos amenazan con castigos y la
muerte corporal, para empujarnos al infierno donde mueran cuerpo y alma.
Verdad es que miramos más
prudentemente por el propio cuerpo cuando despreciamos su salud temporal, por la justicia, y por la justicia
toleramos con paciencia los castigos y la muerte. Porque de la redención última y definitiva del cuerpo habla el Apóstol
cuando dice: dentro de nosotros, gemimos, esperando la adopción de hijos, la
redención de nuestro cuerpo.
Después prosigue: en esperanza hemos sido salvados; pero la esperanza que se ve no es esperanza, ya que lo que uno ve, ¿cómo lo espera?, y si esperamos lo que no vemos, por la paciencia lo esperamos.
Después prosigue: en esperanza hemos sido salvados; pero la esperanza que se ve no es esperanza, ya que lo que uno ve, ¿cómo lo espera?, y si esperamos lo que no vemos, por la paciencia lo esperamos.
Así pues, cuando nos torturan
algunos males pero no nos destruyen las malas obras, no solo poseemos nuestra alma
por la paciencia, sino que cuando por la paciencia se aflige y se sacrifica el
cuerpo temporalmente, se lo recupera con una salud y una seguridad eterna, y
por el dolor y la muerte se conquista una salud inviolable y una inmortalidad
feliz.
Por eso, Jesús, al exhortar a
sus mártires a la paciencia, les prometió también la integridad futura del
mismo cuerpo que no ha de perder, no digo ya un miembro, sino ni siquiera un pelo: En verdad os digo,
dice, que no perecerá un cabello de vuestra cabeza.
Y como dice el Apóstol: nadie tuvo jamás odio a su carne. Vele, pues, el hombre fiel más por la paciencia que por la impaciencia, por la salud de su carne y compare los dolores del presente, por grandes que sean, con la inestimable ganancia de la incorrupción futura.
Y como dice el Apóstol: nadie tuvo jamás odio a su carne. Vele, pues, el hombre fiel más por la paciencia que por la impaciencia, por la salud de su carne y compare los dolores del presente, por grandes que sean, con la inestimable ganancia de la incorrupción futura.
Así pues,
aunque la paciencia sea una virtud del espíritu, el alma
ha de practicarla tanto en sí misma como en su cuerpo. En sí misma se practica
la paciencia cuando, mientras el cuerpo permanece ileso e intacto y se lo
incita a una acción desafortunada, como una torpeza de obra o se le invita de
palabra a ejecutar o decir algo que no es conveniente o decente, y sufre con
paciencia todos los males para no cometer mal alguno de palabra o de obra.
Hijo, al entrar al servicio de Dios, mantente en justicia y temor, y
prepara tu alma para la tentación. Humilla
tu corazón y aguanta, para que, al final, florezca tu vida.
Acepta
todo lo que te sobrevenga, aguanta en el dolor y sé
paciente con humildad. Porque se prueba a fuego el oro y la plata, pero los hombres se hacen
aceptables en el camino de la humillación. Y en otro
lugar se dice: Hijo, no decaigas en
la disciplina del Señor ni desmayes cuando seas reprendido por Él.
Pues al que Dios ama, le castiga; y azota a todo hijo que le es aceptable. Aquí se dice hijo aceptable como arriba se dijo hombres aceptables. Pues
es muy justo que los que fuimos expulsados de la felicidad primera del paraíso,
por una apetencia contumaz de las delicias, seamos aceptados de nuevo por la
paciencia humilde de los trabajos.
Hemos sido fugitivos por hacer el
mal, pero seremos acogidos por padecer el mal. Porque allí delinquimos contra
la justicia, y aquí sufrimos por la justicia.
www.iterindeo.blogspot.com
Publicado por Wilson f.
No hay comentarios:
Publicar un comentario