Sigo explicando los carismas que
aparecen en 1 Cor 12, 7. Expliqué en un blog anterior que los carismas que aquí
enumera San Pablo pueden dividirse en cuatro bloques. El primero, formado por
la palabra de Sabiduría y la palabra de Conocimiento, se refiere a palabras
inspiradas que instruyen y mueven a un cambio de vida. Hoy entramos en el
preciosísimo carisma de la palabra de conocimiento. Algunos también la llaman
“palabra de ciencia”.
La palabra de conocimiento
consiste en una certeza que el Espíritu Santo pone en el corazón del creyente
sobre alguna circunstancia de la vida de alguien, del pasado, del presente o
del futuro. Puede tomar forma de una idea insistente en la mente o de una
imagen intensa y repetitiva. Por ejemplo, en el diálogo con la samaritana,
Jesús le dice que ha estado con cinco maridos, y que el hombre con el que ahora
está no es su marido. Recibe una luz para conocer una circunstancia del
presente de la vida de aquella mujer, y al decírsela, la mujer se da cuenta de
que tiene delante, al menos, a alguien que habla de parte de Dios (cf. Jn 4, 16
– 19). Es una palabra de conocimiento referida al presente.
En otra ocasión, cuando a Jesús
le traen a Natanael, nos cuenta San Juan: “Vio Jesús que se acercaba Natanael y
dijo de él: «Ahí tenéis a un israelita de verdad, en quien no hay engaño» Le
dice Natanael: «¿De qué me conoces?» Le respondió Jesús: «Antes de que Felipe
te llamara, cuando estabas debajo de la higuera, te vi.» Le respondió Natanael:
«Rabbí, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el Rey de Israel.» Jesús le contestó:
«¿Por haberte dicho que te vi debajo de la higuera, crees? Has de ver cosas
mayores.» (Jn 1, 47 – 50). No sabemos qué le pasó a Natanael debajo de la
higuera, pero ciertamente el hecho de que Jesús le dijera que “le vio bajo la
higuera” hizo que Natanael inmediatamente se diera cuenta de que Jesucristo es
Dios. Se trata de una palabra de conocimiento del pasado, que sirve como un
signo de fe para Natanael.
En otra ocasión, cuando Jesús va
a celebrar la pascua con sus discípulos, les envía por delante, diciéndoles
exactamente qué se van a encontrar y qué deben hacer: os encontraréis un hombre
con un cántaro, seguidle y en la casa en que entre hablad con el dueño,
preparad la cena… (Mc 14, 13 – 16). Es una palabra de conocimiento sobre el
futuro, que Jesús recibe para encontrar el lugar donde celebrará la Institución
de la Eucaristía y que después se convertiría en el lugar de reunión de los
primeros cristianos, donde se derramó el Espíritu Santo el día de Pentecostés.
Es importante comprender que la
palabra de conocimiento no es una intuición humana, o un presentimiento. La
Nueva Era asegura que existen personas que tienen “dones extraordinarios”
naturales, capacidades innatas que les permiten leer la mente o tener
premoniciones. Por un lado, es dudoso que existas esos dones de un modo
“natural”, y más bien pueden ser atributos del espíritu maligno. Por otro lado,
la palabra de conocimiento es siempre un carisma del Espíritu Santo, es decir,
algo que él hace en nosotros si nos dejamos, y que le da gloria sólo a Él. No
existen personas con “carisma de palabra de conocimiento”. Sino que el Espíritu
Santo concede en ocasiones este carisma a algunas personas, como un don suyo,
que da a quien quiere, como quiere y cuando quiere, y no como un don que una
persona posea por sí misma.
La palabra de conocimiento se
puede recibir en cualquier momento, ciertamente, pero en mi experiencia las más
de las veces se recibe cuando uno está orando por otros, ya sea en la oración
personal, ya sea en la oración de intercesión en voz alta. Muchas veces orando
por gente, he recibido palabras de conocimiento sobre sus vidas, sobre su
historia, y Dios se ha valido de ello para destapar pecados que estaban sin
confesar, o recuerdos que estaban bloqueados.
Orando por una persona que estaba
siendo molestada por el enemigo, me vino clara al corazón la imagen de un
aborto que no había confesado; esa palabra se corroboró, y el confesarlo le
ayudó a su liberación. Y es que en ocasiones hay circunstancias de la vida de
una persona, o pecados cometidos, que les atan, o impiden una liberación
integral de un influjo diabólico; la palabra de conocimiento es un instrumento
precioso de caridad que ayuda a las personas con dificultades a poder poner
todas las circunstancias de su vida bajo la todopoderosa misericordia de Dios,
incluso aquellas que se han bloqueado, se han olvidado, o se han callado por
vergüenza.
Hablando con otra persona que
estaba en un momento bajo emocional, me vino con fuerza la imagen de un abuso
sexual que había padecido; el Señor puso en mi corazón incluso el lugar donde
había tenido lugar, para desbloquear ese recuerdo, de modo que ella pudiera
iniciar un proceso de sanación de esa herida. Fue tan explícita la imagen que
aquella persona quedó impresionada, y esa palabra de conocimiento fue para ella
un impulso muy fuerte en su fe, además del descubrimiento de la herida que
estaba dando origen a sus sufrimientos. Una vez más se manifestó el poder de
caridad de la palabra de conocimiento, que Dios nos da porque ha venido a
“sanar los corazones desgarrados” (cf. Is 61, 1ss).
En una ocasión sentí en la
oración personal que un seminarista iba a ser fuertemente tentado por una mujer
en el verano que comenzaba, y que debía tener mucho cuidado; también esa
palabra se corroboró. Aunque cuando le dije lo que había sentido me miró con
cara de escepticismo, después me contó que esa palabra se había cumplido. Sin
embargo, no superó la tentación, y acabó dejando el seminario. Eso me enseñó
que la palabra de conocimiento es un don de la misericordia divina, pero que no
anula nuestra libertad, ya que este chico finalmente cayó en la tentación, a
pesar del aviso cariñoso de Dios. Y es que los carismas nunca anulan la
libertad, sino que la potencian.
En la vida de muchos sacerdotes y
hombres de fe, a lo largo de toda la historia, se ha concedido este carisma, y
aún hoy se sigue concediendo. Un amigo mío se confesó por primera vez después
de años con un sacerdote, y no sabía por dónde empezar. De pronto el sacerdote
empezó a recibir palabras de conocimiento, y empezó a decirle sus pecados. Mi
amigo se quedó impresionado, y sólo podía decir: “sí… sí…”. Fue un signo
decisivo en su conversión. Dios le dio esa palabra de conocimiento al sacerdote
para facilitar a mi amigo su primera confesión después de años, y también para
sellar con un signo extraordinario su conversión.
La palabra de conocimiento es un
don impresionante, y deslumbrante, pero como todo carisma conlleva siempre un
riesgo y una humillación. La palabra de conocimiento puede aparecer como una
idea insistente o una imagen persistente, que uno siente que el Espíritu Santo
pone en su corazón y que debe decir, ya que se le concede para el bien de la
persona para la que la recibe. Pero decirla supone jugársela a equivocarse, a
quedar mal, o a ir de iluminado, y que te tilden como tal. No es agradable
recibir una certeza sobre la vida de otra persona que no sabes si es verdad, ni
arriesgarte a decírsela, sin saber si hay una correspondencia o si la persona
te tomará por loco. Los carismas siempre son humillantes, nunca jamás llevan a
la glorificación de la persona que los recibe. Y conllevan siempre una cruz
proporcional.
También es cierto que cuando uno
ha recibido varias palabras de conocimiento, puede distinguir con más facilidad
cuándo vienen del Espíritu Santo o cuándo vienen de uno mismo; si bien es
verdad, que al final siempre es necesario hacer un acto de fe y saberse como un
instrumento de Dios. Es necesario estar dispuesto a quedar mal por amor a Dios
para recibir una palabra de conocimiento.
Uno también puede recibir una
palabra de conocimiento sobre su propia vida, aunque es menos habitual. En una
ocasión un joven me dijo que había recibido la palabra de que si no hubiera
cambiado de vida, habría dejado embarazada a una chica, y su vida habría
cambiado radicalmente. En las oraciones de sanación, también se puede recibir
una palabra de conocimiento sobre alguien que se está sanando en ese momento.
Es algo muy sobrenatural, y yo lo he presenciado. De pronto el que dirige la
oración recibe la palabra, por ejemplo, de que una persona que tiene tal
enfermedad está sintiendo calor en tal sitio, y el Señor la está sanando. Y
después se corrobora esa palabra de conocimiento. Es un signo impresionante
para los que están allí.
En una ocasión, celebrando misa
en una parroquia de Tenerife, con una comunidad de la que no conocía a nadie,
recibí una palabra de conocimiento sobre una mujer que había perdido a su hijo
en un accidente, y que no soltaba ese lastre; y lo dije en voz alta, diciendo
que Dios le pedía que soltase a su hijo en sus manos, que Él cuidaría de él, y
que debía soltar ya ese recuerdo que le atormentaba. Una mujer se me acercó
después, llorando a lágrima viva, con el corazón sanado: la palabra de
conocimiento se refería a ella. En esa misma misa, recibí otra Palabra que
hablaba de un padre que no escuchaba a su hijo y le presionaba, etc. Y poco
después otra referida a un joven que tenía determinados problemas con su padre,
etc. Al acabar la misa se me acercó un matrimonio con su hijo. El padre y el
hijo venían pálidos. Nunca iban a la Iglesia, pero ese día la mujer les había
“obligado” a ir y quedaron profundamente impresionados: ambas palabras de
conocimiento se referían a ellos, y fueron un signo que Dios quiso darles para
que volvieran a la fe.
Podría contar muchos casos,
propios y ajenos, que manifiestan la pervivencia de este carisma en la Iglesia
para los que quieren abrirse a él. En ocasiones el Señor ha puesto en mi
corazón a una persona concreta que necesitaba algo, y le he escrito o llamado
justo en el momento que necesitaban. Es un carisma que puede hacer mucho bien a
la Iglesia y al mundo. Pero insisto, los carismas nunca son para la
glorificación de la persona. Siempre conllevan una humillación y un riesgo, y
tienen una doble finalidad: la edificación de la Iglesia y la evangelización.
Para
recibir este carisma sólo es necesario abrir el corazón a al gracia del
Espíritu y estar dispuesto a jugársela diciendo lo que el Señor ponga en el
corazón a la persona a la que vaya destinada la palabra. Si no estamos
dispuestos a jugarnos nuestra buena fama y reputación por el Señor, él nunca
nos dará sus carismas. Repito: si no estamos dispuestos a quedar mal, a quedar
como locos o iluminados, si no estamos dispuestos a morir a nosotros mismos, el
Señor no nos dará sus carismas, porque sabe que no los ejerceremos. Que el
Señor siga derramando este carisma, y que todos los cristianos nos abramos al
don del Espíritu Santo para que siga manifestando con su poder que Jesús está
vivo y tiene poder. Amén.
Jesús
María Silva Castignani
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