jueves, 7 de mayo de 2015

OBEDIENCIA


La obediencia es una actitud responsable de colaboración y participación, importante para las buenas relaciones, la convivencia y el trabajo productivo.

Una de las cosas que más trabajo nos cuestan es someter nuestra voluntad a la orden de otra persona. Vivimos en una época donde se rechaza cualquier forma de autoridad, así como las reglas o normas que todos debemos cumplir. La soberbia y el egoísmo nos hacen sentir autosuficientes, superiores, sin rendir nuestro juicio y voluntad ante otros pretextando la defensa de nuestra libertad.

Parece claro que el problema no radica en las personas que ejercen una autoridad, tampoco en las normas creadas para mantener el orden, la seguridad y la armonía entre las personas, esta dentro de nosotros mismos. Debemos evitar caer en el error de “sentir” que obedeciendo nos convertimos en seres inferiores y sumisos caracterizados por una libertad mutilada. Por el contrario, la obediencia nos lleva a practicar una libertad más plena, porque echamos por la borda el pesado lastre de la soberbia y la comodidad. ¿No son acaso una fuerte atadura e impedimento para obedecer cabalmente?.

¿Por qué nos cuesta tanto trabajo obedecer? Razones puede haber muchas, tal vez la más común se da cuando no reconocemos la autoridad de la persona que manda, por considerarla inferior, inepta, molesta o necia; cada vez que la actividad a realizar es contraria a nuestro gusto y preferencia; porque catalogamos las cosas como poco importantes, o debemos hacer a un lado nuestra comodidad y descanso. Cualquiera que sea el caso el resultado es el mismo: un actuar mecánico y porque “no nos queda más remedio”, lo cual resta mérito a todo lo bueno que pudiéramos lograr.

No podemos negar que algunas ocasiones obedecemos gustosamente, pero lo hacemos por la simpatía que tenemos hacia quien lo pide, o definitivamente no nos cuesta trabajo cumplir con la encomienda. Entonces cabe preguntarnos si la obediencia en nosotros es un valor o es una postura que tomamos de acuerdo a las circunstancias.

Debe quedar claro, la obediencia no hace distinciones de personas y situaciones, para que sea realmente un valor, debe ir acompañada de nuestra voluntad de hacer las cosas, agregando nuestro ingenio y capacidad para obtener un resultado igual o mejor de lo esperado. Por tanto, el obedecer es un acto consciente, producto del razonamiento, discriminando todo sentimiento opuesto hacia las personas o actividades.

Esto nos lleva a considerar la manera en la que reaccionamos frente a las normas que exigen un cumplimiento: con facilidad desobedecemos las leyes de tránsito, buscamos la manera de simplificar cualquier tipo de trámites, cumplir con menos requisitos o no hacer fila para hacer un pago en la ventanilla correspondiente… no podemos pensar que el mundo debe girar alrededor de nuestros caprichos, sometiendo todo a la aprobación de nuestro juicio.

La obediencia requiere docilidad, traducida en seguir fielmente las indicaciones dadas. Si consideramos que algo no es correcto podemos expresar nuestro punto de vista, pero nunca hacer algo distinto o contrario a lo que se nos ha solicitado.

Además de ser dóciles debemos tener iniciativa, que consiste en poner de nuestra parte “lo que haga falta” para cumplir mejor con nuestra tarea. Muchas veces se manifiesta a través de los pequeños detalles: La portada y presentación final de un informe, limpiar y colocar perfectamente los muebles que cambiamos de lugar, acomodar en la alacena los víveres que compramos…

Ese toque personal y final que ponemos a las cosas complementa magníficamente nuestra obediencia, porque es una manera de identificarnos plenamente con el deseo de quien lo ha pedido, que en el fondo, es la esencia de obedecer.

En algunos casos y circunstancias, las personas que tienen autoridad pueden solicitar acciones contrarias a la dignidad de las personas y ajenas a los principios morales, como mentir, calumniar, robar… en estos y otros casos, no estamos obligados a obedecer porque nos convertimos en cómplices de acciones reprobables, de las cuales no nos gustaría ser los afectados.

Aunque el aprender a obedecer parece un valor a inculcar solamente en los niños, toda persona puede, y debe, procurar su desarrollo. Veamos algunos puntos que te ayudarán a cultivar mejor este valor:

– La obediencia no se determina por el afecto que puedas tener hacia la persona que manda, concéntrate en realizar de la tarea o cumplir el encargo que se te encomienda. Tu sentir en nada cambia el contenido de la orden.

– Ejecuta las peticiones u órdenes sin calificar si son de tu agrado o no.

– Toda encomienda es importante. Si es aparentemente simple, evita pensar que no corresponde “a tu categoría”. Si no cumples con las cosas pequeñas, jamás cumplirás con las cosas que consideras como “grandes”.

– No te quejes por los continuos encargos que recibes. Por una parte se tiene confianza en tu capacidad; por otra, ¿no crees que estás encubriendo tu pereza?

– Procura eliminar de tu persona esa visión mediocre de “sólo cumplir”. Ten iniciativa: termina las cosas al detalle dando un toque final a todo lo que hagas, es la diferencia entre obedecer y cumplir, y eso, es lo que hace un trabajo bien hecho.

La obediencia nos hace sencillos porque nos enfocamos en la tarea a realizar y no en criticar a las personas; generosos por la disponibilidad de tiempo, el interés y entusiasmo que ponemos al servicio de los demás, generando confianza al actuar responsablemente.

Podemos ver que la obediencia es una actitud responsable de colaboración y participación, dejando atrás el “hacer para cumplir”, que eso lo hace cualquiera, poner lo que esta de nuestra parte es lo que hace de la obediencia un valor, no sólo importante, sino necesario para las buenas relaciones, la convivencia y el trabajo productivo.

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