Es esta una tendencia malsana…, que todos tenemos. Desde que nacemos, tenemos una
tendencia a la comparación, el elemento comparativo lo tenemos a flor de piel.
Se nos imbuye desde nuestros primeros pasos, incluso sin saberlo nosotros
todavía, somos objeto de comparación. Las madres empiezan ya a comparar sus
bebés, con los de sus amigas. Más tarde en la escuela, se nos pone de ejemplo,
al alumno más aventajado y se nos compara con él. Se nos compara nuestros
progresos, con los de los demás, por medio de los exámenes. Se celebran
competiciones atléticas, y se comparan los resultados de acuerdo con el orden
de llegada en una determinada carrera o competición. En el rendimiento de
nuestro trabajo profesional, se nos compara constantemente con el rendimiento
de nuestros compañeros. Se diría que la vida es una constante comparación, de
la vida de uno con la de los demás.
Este sistema, tiene una bondad, que es la de servir de acicate, para
estimular los rendimientos de las personas. Pero tiene también un terrible
defecto, y es que a base de estar considerando los rendimientos de los demás. A
base de estar siempre comparando y deseando progresar, se llega a un momento en
que se estimula la envidia, y en los demás, no se ve a hermanos, sino como dice
San Josemaría Escrivá, en su libro "Camino”, se ven peldaños para subir,
se pisotea a los demás.
Todos estamos, imbuidos en comparar nuestras vidas con las de los demás,
y llegar a saber si la sociedad nos considera un triunfador o un fracasado.
En el orden material, esto es muy importante, por ejemplo en una sociedad como
la anglosajona, en la que se estima mucho una serie de valores materiales de la
persona, que si son relativamente necesarios, pero no hasta el extremo de
hacerle olvidar al hombre que además de vida corporal, también debe de
desarrollar la vida de su alma.
Por otro lado está la humillación del fracasado, que se siente
menospreciado y objeto de mucha falta de caridad fraterna de los demás hacia
él. Y no nos damos cuenta que posiblemente, lo más seguro es que sin ser
consciente de ello, el fracasado sea una persona muy querida por Dios, pues a
su condición de fracasado se le une la de ser humillado y ya sabemos que Dios,
ama la humildad y detesta la soberbia, que es a lo que le induce al triunfo a
la persona, el deseo de triunfar para que todo el mundo le admire, para así
poder tener un pedestal más alto que el de los demás y desde el cual, poder
mirar a los demás por encima de su hombro.
Poco a poco, el Señor, va viendo con tristeza, que en este mundo, la
comparación entre nosotros lentamente está machacando algo mucho más importante
que es el amor, sobre todo el amor fraterno muy querido por Dios. Más
importante que los rendimientos materiales en el desarrollo de la vida de las
personas., son los rendimientos de sus avances en el amor a Dios y a los
demás..
Más de una vez he escrito en estas glosas, y en otros escritos míos,
sobre todo en los libros publicados, que nosotros hemos venido a este mundo,
para superar una prueba de amor a Dios, y que nuestras vidas en este mundo si
creemos en las palabras del Señor, hemos de cumplimentar esta prueba Dios nos
ha donado una capacidad de actuar por nuestra cuenta, que denominamos libre albedrío, del que solo en este
mundo, disponemos los seres humanos y nadie más. Ningún otro ser viviente
dispone de libre albedrío y todos ellos sin excepción cumplen a la perfección
las leyes dictadas por Dios que denominamos leyes de la naturaleza, a
diferencia de nosotros que continuamente las estamos incumpliendo, con lo cual
demostramos nuestra falta de amor a Dios.
¿Y ello por qué? Pues por la sencilla razón de que Dios quiere saber
quiénes le aman y hasta donde llega su amor. El amor para ser reconocido exige
libertad. Dios es la única fuente de amor porque Dios en su simplicidad, es
amor y solo amor (1Jn 4,16). Nuestro amor es solo un reflejo del amor de Dios,
reflejo que Él nos ha donado, para amarle a Él y amarnos entre nosotros. La
exigencia de libertad en el amor la podemos ver entre nosotros mismos. Cuando
una persona no a ama otra, no hay fuerza que la obligue a amar, porque se es
libre en amar o no amar
Dios nos ha creado a todos y cada uno de nosotros, como criaturas
irrepetibles con una singularidad tan personal y propia de cada uno de
nosotros, que jamás, no ha existido en el mundo ni existirá otra persona, como
nosotros. Y nos ha creado por amor para cumplir con una misión específica, que
Dios nos ha señalado dentro del su Plan general que Él tiene, para el
desarrollo de su amor en la humanidad. Todos somos libres para cooperar con
Dios en sus deseos, o por el contrario darle la espalda, y actuar, seguir los
deseos que nos proponen, este mundo, el demonio y la propia carne.
Con respecto a nuestra carne material, entre las naciones se organizan
numerosas competiciones de sentido materia no espiritual. El triunfo solo puede
ser para uno. Que sepamos en las olimpiadas o en otros juegos olímpicos, en
cada especialidad del deporte solo existe una medalla de oro o una copa de
plata para el vencedor, Cuando veo en TV un programa deportivo y la entrega de
los trofeos a los vencedores, siempre mi pensamiento, está en los derrotados;
cuanto sufrimiento innecesario y lo que es muchas veces peor, cuantas envidia,
maledicencia y otros deseos inaceptable se originan en los derrotados y los que
forman parte de su equipo. En la mayoría de los casos los derrotados, no
aceptan la humillación de su derrota, y salen a flote una serie de
justificaciones, que todos conocemos y que tratan de quitarle el mérito al
vencedor.
La comparación humana, nos lleva a supervalorar los triunfos materiales.
No ocurre así en el superior mundo del espíritu. Claro que como nuestras almas
carecen de la Luz divina, que puede iluminar los ojos de nuestras almas, estos
carecen en general, de la visión de belleza que tiene un alma, que vive
habitualmente en gracia de Dios. Solo a muy corto número de personas, Dios les
ha otorgado ya en vida terrenal, la posibilidad de ver con los ojos de sus
almas.
Es este otro campeonato que es mucho más importante, que los de los
Juegos olímpicos, porque aquí lo que se juega una persona, no es la efímera
gloria, que le da su cuerpo tras muchos sufridos entrenamientos, cuerpo este
que a lo sumo, durará unos años más, para desaparecer eternamente.
Campeonato importante es el de nuestra alma, no el de nuestro cuerpo, es
el ganar la lucha ascética que nos llevará a una eterna felicidad.
Personalmente, cuando empecé a caminar por las sendas de Señor inmediatamente
me asaltó la comparación, y me preguntaba, ¿seré mejor que aquél o peor?, ¿cómo
estaré de cerca de la meta, que eres Tú?, ¿podré algún día ser tan santo como
san fulanito o san menganito?, ¿cómo de grande será mi santidad? He de
reconocer, que el móvil inicial para buscarte, era el de asegurarme un buen
puesto arriba. Es decir, estaba plenamente atiborrado de la zebedeitis, de los hijos del Zedebeo.
Hoy gracias a Dios, me río de todas estas preguntas, a las que nunca,
naturalmente, encontré respuestas.
Lo importante es amar al Señor, porque el ser amado por Dios, todos lo
tenemos garantizado. Todo lo demás son pamplinas. A mí, ahora, aquí, lo único
que me preocupa es amarle cada vez más. Cualquiera que sea mi puesto a su lado,
yo ya lo sé que este, será el mejor para mí, porque será el que Dios quiere que
sea, sea este lo que sea. Mi puesto será expresión de esa especial relación
individual única, que tenemos todas las personas que aman al Señor. Nadie jamás
ha tenido con Dios, la relación de cada uno de nosotros tenemos y habremos
tenido cuando seamos llamados a nuestro encuentro con Él, ni nadie jamás
volverá a tenerla, porque del camino de cada uno hacia Dios, es único, especial
e irrepetible, como también, lo es para todo el mundo..
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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