viernes, 5 de diciembre de 2014

COMPARAR NUESTRA VIDA


Es esta una tendencia malsana…, que todos tenemos. Desde que nacemos, tenemos una tendencia a la comparación, el elemento comparativo lo tenemos a flor de piel. Se nos imbuye desde nuestros primeros pasos, incluso sin saberlo nosotros todavía, somos objeto de comparación. Las madres empiezan ya a comparar sus bebés, con los de sus amigas. Más tarde en la escuela, se nos pone de ejemplo, al alumno más aventajado y se nos compara con él. Se nos compara nuestros progresos, con los de los demás, por medio de los exámenes. Se celebran competiciones atléticas, y se comparan los resultados de acuerdo con el orden de llegada en una determinada carrera o competición. En el rendimiento de nuestro trabajo profesional, se nos compara constantemente con el rendimiento de nuestros compañeros. Se diría que la vida es una constante comparación, de la vida de uno con la de los demás.

Este sistema, tiene una bondad, que es la de servir de acicate, para estimular los rendimientos de las personas. Pero tiene también un terrible defecto, y es que a base de estar considerando los rendimientos de los demás. A base de estar siempre comparando y deseando progresar, se llega a un momento en que se estimula la envidia, y en los demás, no se ve a hermanos, sino como dice San Josemaría Escrivá, en su libro "Camino”, se ven peldaños para subir, se pisotea a los demás.

Todos estamos, imbuidos en comparar nuestras vidas con las de los demás, y llegar a saber si la sociedad nos considera un triunfador o un fracasado. En el orden material, esto es muy importante, por ejemplo en una sociedad como la anglosajona, en la que se estima mucho una serie de valores materiales de la persona, que si son relativamente necesarios, pero no hasta el extremo de hacerle olvidar al hombre que además de vida corporal, también debe de desarrollar la vida de su alma.

Por otro lado está la humillación del fracasado, que se siente menospreciado y objeto de mucha falta de caridad fraterna de los demás hacia él. Y no nos damos cuenta que posiblemente, lo más seguro es que sin ser consciente de ello, el fracasado sea una persona muy querida por Dios, pues a su condición de fracasado se le une la de ser humillado y ya sabemos que Dios, ama la humildad y detesta la soberbia, que es a lo que le induce al triunfo a la persona, el deseo de triunfar para que todo el mundo le admire, para así poder tener un pedestal más alto que el de los demás y desde el cual, poder mirar a los demás por encima de su hombro.

Poco a poco, el Señor, va viendo con tristeza, que en este mundo, la comparación entre nosotros lentamente está machacando algo mucho más importante que es el amor, sobre todo el amor fraterno muy querido por Dios. Más importante que los rendimientos materiales en el desarrollo de la vida de las personas., son los rendimientos de sus avances en el amor a Dios y a los demás..

Más de una vez he escrito en estas glosas, y en otros escritos míos, sobre todo en los libros publicados, que nosotros hemos venido a este mundo, para superar una prueba de amor a Dios, y que nuestras vidas en este mundo si creemos en las palabras del Señor, hemos de cumplimentar esta prueba Dios nos ha donado una capacidad de actuar por nuestra cuenta, que denominamos libre albedrío, del que solo en este mundo, disponemos los seres humanos y nadie más. Ningún otro ser viviente dispone de libre albedrío y todos ellos sin excepción cumplen a la perfección las leyes dictadas por Dios que denominamos leyes de la naturaleza, a diferencia de nosotros que continuamente las estamos incumpliendo, con lo cual demostramos nuestra falta de amor a Dios.

¿Y ello por qué? Pues por la sencilla razón de que Dios quiere saber quiénes le aman y hasta donde llega su amor. El amor para ser reconocido exige libertad. Dios es la única fuente de amor porque Dios en su simplicidad, es amor y solo amor (1Jn 4,16). Nuestro amor es solo un reflejo del amor de Dios, reflejo que Él nos ha donado, para amarle a Él y amarnos entre nosotros. La exigencia de libertad en el amor la podemos ver entre nosotros mismos. Cuando una persona no a ama otra, no hay fuerza que la obligue a amar, porque se es libre en amar o no amar

Dios nos ha creado a todos y cada uno de nosotros, como criaturas irrepetibles con una singularidad tan personal y propia de cada uno de nosotros, que jamás, no ha existido en el mundo ni existirá otra persona, como nosotros. Y nos ha creado por amor para cumplir con una misión específica, que Dios nos ha señalado dentro del su Plan general que Él tiene, para el desarrollo de su amor en la humanidad. Todos somos libres para cooperar con Dios en sus deseos, o por el contrario darle la espalda, y actuar, seguir los deseos que nos proponen, este mundo, el demonio y la propia carne.

Con respecto a nuestra carne material, entre las naciones se organizan numerosas competiciones de sentido materia no espiritual. El triunfo solo puede ser para uno. Que sepamos en las olimpiadas o en otros juegos olímpicos, en cada especialidad del deporte solo existe una medalla de oro o una copa de plata para el vencedor, Cuando veo en TV un programa deportivo y la entrega de los trofeos a los vencedores, siempre mi pensamiento, está en los derrotados; cuanto sufrimiento innecesario y lo que es muchas veces peor, cuantas envidia, maledicencia y otros deseos inaceptable se originan en los derrotados y los que forman parte de su equipo. En la mayoría de los casos los derrotados, no aceptan la humillación de su derrota, y salen a flote una serie de justificaciones, que todos conocemos y que tratan de quitarle el mérito al vencedor.

La comparación humana, nos lleva a supervalorar los triunfos materiales. No ocurre así en el superior mundo del espíritu. Claro que como nuestras almas carecen de la Luz divina, que puede iluminar los ojos de nuestras almas, estos carecen en general, de la visión de belleza que tiene un alma, que vive habitualmente en gracia de Dios. Solo a muy corto número de personas, Dios les ha otorgado ya en vida terrenal, la posibilidad de ver con los ojos de sus almas.

Es este otro campeonato que es mucho más importante, que los de los Juegos olímpicos, porque aquí lo que se juega una persona, no es la efímera gloria, que le da su cuerpo tras muchos sufridos entrenamientos, cuerpo este que a lo sumo, durará unos años más, para desaparecer eternamente.

Campeonato importante es el de nuestra alma, no el de nuestro cuerpo, es el ganar la lucha ascética que nos llevará a una eterna felicidad. Personalmente, cuando empecé a caminar por las sendas de Señor inmediatamente me asaltó la comparación, y me preguntaba, ¿seré mejor que aquél o peor?, ¿cómo estaré de cerca de la meta, que eres Tú?, ¿podré algún día ser tan santo como san fulanito o san menganito?, ¿cómo de grande será mi santidad? He de reconocer, que el móvil inicial para buscarte, era el de asegurarme un buen puesto arriba. Es decir, estaba plenamente atiborrado de la zebedeitis, de los hijos del Zedebeo. Hoy gracias a Dios, me río de todas estas preguntas, a las que nunca, naturalmente, encontré respuestas.

Lo importante es amar al Señor, porque el ser amado por Dios, todos lo tenemos garantizado. Todo lo demás son pamplinas. A mí, ahora, aquí, lo único que me preocupa es amarle cada vez más. Cualquiera que sea mi puesto a su lado, yo ya lo sé que este, será el mejor para mí, porque será el que Dios quiere que sea, sea este lo que sea. Mi puesto será expresión de esa especial relación individual única, que tenemos todas las personas que aman al Señor. Nadie jamás ha tenido con Dios, la relación de cada uno de nosotros tenemos y habremos tenido cuando seamos llamados a nuestro encuentro con Él, ni nadie jamás volverá a tenerla, porque del camino de cada uno hacia Dios, es único, especial e irrepetible, como también, lo es para todo el mundo..

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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