lunes, 8 de diciembre de 2014

BUSCAR LA RELACIÓN CON DIOS


En el mundo material de nuestras vidas…, siempre queremos prosperar y para ello estamos siempre buscando la relación humana, que nos facilite la ocasión de dar un paso adelante, en nuestra actividad laboral. Estamos continuamente buscando ocasiones de relacionarnos, para que, a través de ellas encontremos oportunidades. Como es lógico, siempre buscamos estas oportunidades, en personas que nos las puedan ofrecer y huimos del contacto de aquellas personas de las que pensamos que nada podemos obtener y si perder, si resulta que es ella la que busca su oportunidad en nosotros, tratamos de evitarla. Desde luego que no es muy caritativa esta actitud, pero es la que observan la mayoría de las personas en este mundo, que no es desde luego y desgraciadamente el Reino de Dios, pero las cosas ahora funcionan y son así.

            Desde luego, que además del mundo material de nuestro cuerpo, existe en nuestro ser otro mundo, que es el de nuestra alma al que general y desgraciadamente no se le hace mucho caso. Sea por desconocimiento, o por no ver de inmediato, un beneficio real y tangible, una gran mayoría de personas desaprovechan la oportunidad más importante que se les puede ofrecer en su vida, cual es, la de relacionarse con Dios. Hay que aprovechar esta oportunidad única que la vida nos ofrece y aquel que la aprovecha con perseverancia, termina siempre palpando en su vida el tremendo beneficio que se puede obtener, y no ya, en el más allá, sino también en este más acá, en el cual nos encontramos, concretamente ya en esta vida.

Como todos sabemos el medio más usual y extendido para relacionarse con Dios, aunque no el único, es la oración. Decimos, no el único, porque también la lectura espiritual es un medio de relacionarse con Dios, ya que en definitiva es una forma de orar. Todo medio o procedimiento que nos acerque a Dios es una forma de contactar con Él, pero es la oración la forma más extendida y conocida.

            De la oración, se puede afirmar que es el medio al que el Señor en los evangelios, le prestó más atención. Siendo tan, importante la Eucaristía, el Señor no, nos recomendó nunca que comulgásemos frecuentemente, ni siquiera de vez en cuando, pero si nos dejó dicho más de una vez, que orásemos con perseverancia, constantemente. Así una de las veces manifestó: “…, conviene orar perseverantemente y no desfallecer”. (Lc 18,1). En el huerto de los olivos, Él se retiró a orar y volvió para ver a sus discípulos y los encontró dormidos y les dijo: “Vigilad y orar para que no caigáis en tentación”. (Mt 26,41).

De la misma manera que todos tenemos cuerpos diferentes, también nuestras almas son diferentes y cada una de ellas, se relaciona con Dios tal como somos todos, criaturas creadas por Dios y por razón de amor, en forma singular y distinta, por lo que nuestros caminos de encuentro con Dios son todos diferentes, nadie contacta y se relaciona con Dios de igual forma.

La oración, es una expresión de nuestra naturaleza singular y única, tal como Dios nos ha creado a todos diferentes unos de otros, y se puede afirmar sin duda alguna, que cada ser humano tiene un distinto camino para acceder a Dios, y si resulta que la oración es un vehículo para recorrer ese camino, también ella será distinta en cada ser humano. De aquí que no exista una única clase de oración, sino tantas clases, como seres humanos hemos sido, somos, fueron los que ya no pisan este mundo y serán los que nos sucedan.

Seguir milimétricamente los caminos de oración y encuentro con Dios que tuvo cada uno de los santos ya canonizados, es imposible e innecesario. Lo que si es bueno recoger de los santo, nada más que las experiencias y consejos que abundantemente nos han dejado ellos, los santos que nos han precedido, así como normas de carácter genérico, pero nunca normas concretas de aplicación al pie de la letra.

Las oraciones redactadas por santos y beatos, en momentos de una intensa relación afectiva de fuego de amor al Señor, no es malo usarlas, y cada lector de estas oraciones ellas le crearán u distinto impacto de amor a Dios. Pero toda oración que sea la propia, creada por uno mismo, en momentos de intenso amor al Señor; esta oración tiene un mayor a los ojos del Señor y para nosotros, también. Son los primeros garabatos que hace un niño en el colegio y se los regala a su madre, para ella esos garabato serán siempre una obra literaria de máxima categoría. Pueda ser que no sea correcta literariamente hablando o incluso que algún pensamiento de ella, solo tenga valor para su autor pero para Dios tiene un extraordinario, valor porque Él en nosotros, lo que más aprecia es la intencionalidad.

Es bueno leer las biografías de los santos y tomar nota de sus actitudes frente a los problemas de la vida. Pero la auténtica imitación que debemos de seguir es el comportamiento de Cristo en esta vida, por dos fundamentales razones: la primera es, porque por razón de amor, si lo amamos a Él debemos de sentir el deseo de imitarle, ya que es norma característica del amor, la de que el amador siempre trate de imitar a su amado. La segunda razón es de orden práctico pues nunca nos equivocaremos en dar los pasos que el Señor dio en sus días.

            Tenemos pues, que partir de la base, sobre la cual ya hemos hablado en varias glosas en otros libros y no nos cansaremos de repetir, que cada alma es un mundo aparte, completamente diferente, una de otra que pudiera parecer gemela. Dios ha querido hacernos a todos desiguales, y no solo físicamente y genéticamente, sino lo que es más importante: espiritualmente. Esto determina que cada uno de nosotros tengamos como ya hemos escrito aquí, un camino distinto para acceder a Dios, por lo que todas las experiencias ajenas, de santos y autores, nos valen siempre con carácter genérico, pero nadie puede miméticamente seguirse los mismos pasos, de un santo o una santa.

Porque es en la oración, en donde más se pone de manifiesto, la singularidad humana y dado que la oración es una relación personal del hombre con Dios, esta relación es diferente para cada uno de nosotros, por eso ninguna oración es completamente parecida a otra. Es más, incluso en la misma persona, esta varía en su forma de orar de acuerdo con el nivel de vida espiritual que ella vaya adquiriendo.

Siempre se da un gran paso en la vida espiritual, cuando uno descubre su forma personal de orar, la cual corresponde siempre a un modo propio, que Dios nos ha dado a cada uno. Se puede pensar, que cuando una persona, ha encontrado su forma definitiva de orar, su forma de contactar con Dios, esta persona se ha integrado ya en la Luz divina.

            Pero en la vida espiritual, ha de transcurrir mucho tiempo, antes de que uno encuentre su forma definitiva de orar, pues ello presupone haber llegado al final de camino o estar ya muy cerca de ese final. La forma de orar se va cambiando, en cada uno de nosotros, en la medida en que se avanza hacia Dios, porque la llegada a una nueva meta, abre necesariamente nuevos horizontes y objetivos, que antes no eran posibles de divisar. Dios nos lleva adelante de modo gradual y como por etapas, entre dolores y consuelos, y sin descubrirnos nunca al principio y de golpe, todos los recovecos, ascensiones y bajadas del camino.

No todos los tramos del camino son humanamente comprensibles. Estos tramos, lo adornan, o lo hacen dramático, sucesos y circunstancias imprevisibles o al menos no previstas. Son eventos que de entrada no se entienden bien, hasta más tarde, uno comprende que aquello que en su día calificamos de malo, resulta que ha sido lo mejor que nos podía haber ocurrido. En general, cuando ya ha pasado algún tiempo, es cuando pasamos a comprender la necesidad que teníamos, de pasar por esos amargos momentos que en su día, no entendíamos porque Dios nos los permitía. Esto es lo que quiere Dios y espera de cada uno de nosotros, que le busquemos libremente, pues libremente nos ha creado. Que le busquemos dentro de nuestra singularidad humana, que es tan querida por Él, sin tratar de imitar a nadie salvo a Él, que siempre ha de ser el espejo donde hemos de mirarnos.

¿Qué es lo que Cristo haría en mi lugar? Es la pregunta que continuamente debemos de estar haciendo nos frente a cualquier contingencia humana, frente a todas las situaciones que diariamente la vida nos ofrece. Y si tenemos dudas acerca de lo que debemos de hacer, utilicemos dentro de nuestro amor a Cristo, nuestra singular personalidad, que si esta, está impregnada de ese amor a nuestro Redentor podemos estar seguros de que siempre acertaremos.

Pero todo lo anterior, ha de ser siempre desarrollado dentro de los cauces marcados por su Iglesia, pues para ello Él la estableció, ya que es a través de ella, donde hemos de encontrarle a Él. El tema es muy claro a San Pedro el Señor tajantemente le dijo: “Y Yo te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificare mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán frente a ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo lo que atares sobre la tierra quedara atado en los cielos, y todo lo que desatares sobre la tierra quedara desatado en los Cielos”. (Mt 16,13-20).

Nada hay más suicida e insensato que tratar de encontrar a Cristo al margen de su propia Iglesia.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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