En el mundo material de nuestras vidas…, siempre queremos prosperar y
para ello estamos siempre buscando la relación humana, que nos facilite la
ocasión de dar un paso adelante, en nuestra actividad laboral. Estamos
continuamente buscando ocasiones de relacionarnos, para que, a través de ellas
encontremos oportunidades. Como es lógico, siempre buscamos estas
oportunidades, en personas que nos las puedan ofrecer y huimos del contacto de
aquellas personas de las que pensamos que nada podemos obtener y si perder, si
resulta que es ella la que busca su oportunidad en nosotros, tratamos de
evitarla. Desde luego que no es muy caritativa esta actitud, pero es la que observan
la mayoría de las personas en este mundo, que no es desde luego y
desgraciadamente el Reino de Dios, pero las cosas ahora funcionan y son así.
Desde luego, que además
del mundo material de nuestro cuerpo, existe en nuestro ser otro mundo, que es
el de nuestra alma al que general y desgraciadamente no se le hace mucho caso. Sea por desconocimiento, o por
no ver de inmediato, un beneficio real y tangible, una gran mayoría de personas
desaprovechan la oportunidad más importante que se les puede ofrecer en su
vida, cual es, la de relacionarse con Dios. Hay que aprovechar esta oportunidad
única que la vida nos ofrece y aquel que la aprovecha con perseverancia,
termina siempre palpando en su vida el tremendo beneficio que se puede obtener,
y no ya, en el más allá, sino también en este más acá, en el cual nos
encontramos, concretamente ya en esta vida.
Como todos sabemos el medio más usual y extendido para relacionarse con
Dios, aunque no el único, es la oración. Decimos, no el único, porque también
la lectura espiritual es un medio de relacionarse con Dios, ya que en
definitiva es una forma de orar. Todo medio o procedimiento que nos acerque a
Dios es una forma de contactar con Él, pero es la oración la forma más
extendida y conocida.
De la oración, se puede
afirmar que es el medio al que el Señor en los evangelios, le prestó más
atención. Siendo tan, importante la Eucaristía, el Señor no, nos recomendó
nunca que comulgásemos frecuentemente, ni siquiera de vez en cuando, pero si
nos dejó dicho más de una vez, que orásemos con perseverancia, constantemente.
Así una de las veces manifestó: “…, conviene orar
perseverantemente y no desfallecer”. (Lc
18,1). En el huerto de los olivos, Él se retiró a orar y volvió para ver a sus
discípulos y los encontró dormidos y les dijo: “Vigilad y orar
para que no caigáis en tentación”. (Mt
26,41).
De la misma manera que todos tenemos cuerpos diferentes, también
nuestras almas son diferentes y cada una de ellas, se relaciona con Dios tal
como somos todos, criaturas creadas por Dios y por razón de amor, en forma
singular y distinta, por lo que nuestros caminos de encuentro con Dios son
todos diferentes, nadie contacta y se relaciona con Dios de igual forma.
La oración, es una expresión de nuestra naturaleza singular y única, tal
como Dios nos ha creado a todos diferentes unos de otros, y se puede afirmar
sin duda alguna, que cada ser humano tiene un distinto camino para acceder a
Dios, y si resulta que la oración es un vehículo para recorrer ese camino, también
ella será distinta en cada ser humano. De aquí que no exista una única clase de
oración, sino tantas clases, como seres humanos hemos sido, somos, fueron los
que ya no pisan este mundo y serán los que nos sucedan.
Seguir milimétricamente los caminos de oración y encuentro con Dios que
tuvo cada uno de los santos ya canonizados, es imposible e innecesario. Lo que
si es bueno recoger de los santo, nada más que las experiencias y consejos que
abundantemente nos han dejado ellos, los santos que nos han precedido, así como
normas de carácter genérico, pero nunca normas concretas de aplicación al pie
de la letra.
Las oraciones redactadas por santos y beatos, en momentos de una intensa
relación afectiva de fuego de amor al Señor, no es malo usarlas, y cada lector
de estas oraciones ellas le crearán u distinto impacto de amor a Dios. Pero
toda oración que sea la propia, creada por uno mismo, en momentos de intenso
amor al Señor; esta oración tiene un mayor a los ojos del Señor y para
nosotros, también. Son los primeros garabatos que hace un niño en el colegio y
se los regala a su madre, para ella esos garabato serán siempre una obra
literaria de máxima categoría. Pueda ser que no sea correcta literariamente
hablando o incluso que algún pensamiento de ella, solo tenga valor para su
autor pero para Dios tiene un extraordinario, valor porque Él en nosotros, lo
que más aprecia es la intencionalidad.
Es bueno leer las biografías de los santos y tomar nota de sus actitudes
frente a los problemas de la vida. Pero la auténtica imitación que debemos de
seguir es el comportamiento de Cristo en esta vida, por dos fundamentales
razones: la primera es, porque por razón de amor, si lo amamos a Él debemos de
sentir el deseo de imitarle, ya que es norma característica del amor, la de que
el amador siempre trate de imitar a su amado. La segunda razón es de orden
práctico pues nunca nos equivocaremos en dar los pasos que el Señor dio en sus
días.
Tenemos pues, que partir de la
base, sobre la cual ya hemos hablado en varias glosas en otros libros y no nos
cansaremos de repetir, que cada alma es un mundo aparte, completamente
diferente, una de otra que pudiera parecer gemela. Dios ha querido hacernos a
todos desiguales, y no solo físicamente y genéticamente, sino lo que es más
importante: espiritualmente. Esto determina que cada uno de nosotros tengamos
como ya hemos escrito aquí, un camino distinto para acceder a Dios, por lo que
todas las experiencias ajenas, de santos y autores, nos valen siempre con
carácter genérico, pero nadie puede miméticamente seguirse los mismos pasos, de
un santo o una santa.
Porque es en la oración, en donde más se pone de manifiesto, la
singularidad humana y dado que la oración es una relación personal del hombre
con Dios, esta relación es diferente para cada uno de nosotros, por eso ninguna
oración es completamente parecida a otra. Es más, incluso en la misma persona,
esta varía en su forma de orar de acuerdo con el nivel de vida espiritual que
ella vaya adquiriendo.
Siempre se da un gran paso en la vida espiritual, cuando uno descubre su
forma personal de orar, la cual corresponde siempre a un modo propio, que Dios
nos ha dado a cada uno. Se puede pensar, que cuando una persona, ha encontrado
su forma definitiva de orar, su forma de contactar con Dios, esta persona se ha
integrado ya en la Luz divina.
Pero en la vida
espiritual, ha de transcurrir mucho tiempo, antes de que uno encuentre su forma
definitiva de orar, pues ello presupone haber llegado al final de camino o
estar ya muy cerca de ese final. La forma de orar se va cambiando, en cada uno
de nosotros, en la medida en que se avanza hacia Dios, porque la llegada a una
nueva meta, abre necesariamente nuevos horizontes y objetivos, que antes no
eran posibles de divisar. Dios nos lleva adelante de modo gradual y como por
etapas, entre dolores y consuelos, y sin descubrirnos nunca al principio y de
golpe, todos los recovecos, ascensiones y bajadas del camino.
No todos los tramos del camino son humanamente comprensibles. Estos
tramos, lo adornan, o lo hacen dramático, sucesos y circunstancias
imprevisibles o al menos no previstas. Son eventos que de entrada no se
entienden bien, hasta más tarde, uno comprende que aquello que en su día
calificamos de malo, resulta que ha sido lo mejor que nos podía haber ocurrido.
En general, cuando ya ha pasado algún tiempo, es cuando pasamos a comprender la
necesidad que teníamos, de pasar por esos amargos momentos que en su día, no
entendíamos porque Dios nos los permitía. Esto es lo que quiere Dios y espera
de cada uno de nosotros, que le busquemos libremente, pues libremente nos ha
creado. Que le busquemos dentro de nuestra singularidad humana, que es tan
querida por Él, sin tratar de imitar a nadie salvo a Él, que siempre ha de ser
el espejo donde hemos de mirarnos.
¿Qué es lo que Cristo haría en mi lugar? Es la pregunta que
continuamente debemos de estar haciendo nos frente a cualquier contingencia
humana, frente a todas las situaciones que diariamente la vida nos ofrece. Y si
tenemos dudas acerca de lo que debemos de hacer, utilicemos dentro de nuestro
amor a Cristo, nuestra singular personalidad, que si esta, está impregnada de
ese amor a nuestro Redentor podemos estar seguros de que siempre acertaremos.
Pero todo lo anterior, ha de ser siempre desarrollado dentro de los
cauces marcados por su Iglesia, pues para ello Él la estableció, ya que es a
través de ella, donde hemos de encontrarle a Él. El tema es muy claro a San
Pedro el Señor tajantemente le dijo: “Y Yo te digo que tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificare mi Iglesia, y las puertas del infierno no
prevalecerán frente a ella. Te daré las llaves del Reino de los Cielos; y todo
lo que atares sobre la tierra quedara atado en los cielos, y todo lo que
desatares sobre la tierra quedara desatado en los Cielos”. (Mt 16,13-20).
Nada hay más suicida e insensato que tratar de encontrar a Cristo al
margen de su propia Iglesia.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de
que Dios te bendiga.
Juan
del Carmelo
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