....¿Cómo es posible que llevando
aún más carga, vaya más ligero?
«Venid a mí
todos los fatigados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros
y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso
para vuestras
«Venid a mí todos los fatigados y
agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que
soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas:
porque mi yugo es suave y mi carga ligera.» (Mateo 11, 28-30)
Jesús, quieres aliviarme de mis fatigas y agobios y, para conseguirlo,
me dices que coja tu yugo. ¿Cómo es
posible que llevando aún más carga, vaya más ligero?
Si la
vida tiene ya tantas dificultades, ¿para qué liarme más?
El secreto está en que tu yugo me tira para arriba;
no es un peso muerto, sino que es como unas alas que -aunque pesen- me permiten
volar.
Jesús, vivir como Tú me enseñas
cuesta un poco. Y, a veces, algo más. Pero si te
sigo en serio, mi vida se llena de sentido -de misión-, y entonces, cualquier
esfuerzo vale
la pena, y cada sacrificio es un nuevo motivo de gozo interior. Y ya no
me acuerdo del peso de tu yugo, como el ave no se fija en el peso de sus alas,
y comprendo perfectamente por qué dices: «mi yugo es suave y mi carga ligera».
Jesús, he de aprender de Ti, que
eres, «manso y humilde de corazón.»
En el contexto del Evangelio, «aprender» no significa simplemente comprender teóricamente -como cuando se estudia
una fórmula matemática- sino
adquirir esas virtudes de las que hablas.
Y las virtudes se adquieren con
repetición de actos. Es decir, me pides que haga actos de humildad y
mansedumbre, que en el fondo están bastante relacionados.
El soberbio no tiene paciencia
con los errores de los demás, o con lo que él cree que son errores.
Ni
tampoco sabe reconocer los suyos propios.
El
humilde, en cambio, vuelve a empezar sin nerviosismos, y no se exaspera ante las limitaciones de los que
le rodean.
«Conviene no forjarnos ilusiones.
La paz de nuestro espíritu no depende del buen carácter y benevolencia de los demás.
Ese carácter bueno y esa benignidad de nuestros prójimos no están sometidos en
modo alguno a nuestro poder y a nuestro arbitrio. Esto sería absurdo. La
tranquilidad de nuestro corazón depende de nosotros mismos. El evitar los
efectos ridículos de la ira
debe estar en nosotros y no supeditarlo a la manera de ser de los demás. El
poder superar la cólera no ha de depender de la perfección ajena, sino de
nuestra virtud».
«¿ Qué importa tropezar si en el
dolor de la caída hallamos la energía que nos endereza de nuevo y nos impulsa a
proseguir con renovado aliento? No me olvidéis que santo no es el que no cae, sino el que siempre se levanta, con humildad
y con santa tozudez. Si en el libro de los Proverbios se comenta que el justo cae siete veces al día. Tú y
yo -pobres criaturas- no
debemos extrañarnos ni desalentarnos ante las propias miserias personales, ante nuestros tropiezos, porque
continuaremos hacia adelante, si
buscamos la fortaleza, en Aquel que nos ha prometido: «venid a mí todos los que andáis agobiados
con trabajos y cargas, que yo os aliviaré». Gracias, Señor porque has sido
siempre Tú, y sólo Tú, Dios mío, mi fortaleza, mi refugio, mi apoyo. Si de
veras deseas progresar en la vida interior sé humilde»
Jesús, la humildad es básica en
mi vida cristiana. Sin humildad, no puedo progresar
en la vida interior. Pero la humildad no es algo que se tiene o no se tiene,
sino algo que crece o disminuye; una
cualidad que tengo que aprender, y que también puedo olvidar si no la cuido.
«Aprended
de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para
vuestras almas.»
Jesús, prometes paz y descanso en
el alma de los humildes. Y esto es así porque el humilde
no se cree perfecto y no se hunde cuando falla.
Al contrario, ante los errores personales, el alma humilde se levanta en seguida, pide
perdón, y vuelve a luchar con más ímpetu que antes, buscando la fortaleza, el refugio y el apoyo
de tu gracia.
Jesús, enséñame a ser humilde, a volver a empezar una y otra
vez si hace falta, con santa tozudez. Que no me crea impecable, que no
me alce por encima de los demás, pues cuanto más me alce, más fuerte será la
caída.
Señor, Dame esa humildad de corazón, y
entonces, ¿qué importa tropezar si en el dolor de la caída hallamos la energía
que nos endereza de nuevo y nos impulsa a proseguir con renovado aliento.
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Fuente: EL CAMINO HACIA DIOS
www.iterindeo.blogspot.com
Publicado
por Wilson f.
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