Acabamos de estrenar el mes de mayo, tradicionalmente dedicado a la Virgen María, que contemplamos siempre como modelo del auténtico cristianismo. El cristiano, si lo es de verdad, es mariano. La devoción a la Virgen no es algo opcional o decorativo sino que pertenece a la esencia del cristianismo. Con buen criterio y acierto, nuestra revista diocesana ofrecía en el número de la pasada semana "una flor para María", cada día del mes. Regalar flores es una manera de decir "te quiero". Por eso, nuestra "flor espiritual" a la Virgen, quiere ser un detalle de cariño, de devoción filial hacia Ella. A veces, será una plegaria; a veces, un pequeño sacrificio; en ocasiones, cumplir esa deber que tanto nos cuesta.
Me viene a la memoria una anécdota entrañable. Una familia numerosa, todos los años, al llegar el mes de mayo, reunía a sus hijos y les proponía que colocaran un cestito junto a la imagen de la Virgen que presidía el cuarto de estar, para depositar allí "la flor espiritual" que ofrecían a María. Un día, uno de los hijos había estado insoportable: se había peleado con los hermanos, desobediente, sin hacer la tarea... Y al final del día, se acercó con su papelito a ponerlo en el cesto.
Su madre, que lo vio, estaba indignada: ¿cómo era posible? Después de portarse tan mal, ¿qué podía ofrecerle a la Virgen? No resistió la curiosidad, y cuando el hijo se fue, ella se acercó para ver lo que había puesto en el papelito. Al leerlo, se llevó una sorpresa. En el papel, el chaval había escrito: "Hoy todo lo he hecho mal".
Una sonrisa de comprensión y de esperanza se dibujó en el rostro de aquella madre. Y mirando la imagen de la Virgen, le parecía ver que también Ella sonreía...
Antonio Gil
No hay comentarios:
Publicar un comentario