Si, ya lo sé. De sobra. Sé perfectamente que durante mucho tiempo se nos ha acusado (y a veces seguro que con razón) de haber insistido hasta la saciedad en el tema. De haber sustituido sin ningún derecho la “caridad” por la “castidad”, y de haber fomentado una mentalidad malsana, y en definitiva poco cristiana sobre el tema.
Como historiador de los comportamientos sexuales asumo todas esas críticas, pero el tiempo vuela, y en estos principios de siglo los cambios se producen a velocidad vertiginosa, por lo que los balances se hacen difíciles y lo que ayer era evidente, hoy resulta ser lo contrario. Más que nunca, los cristianos tenemos que ser rápidos de reflejos y estar dispuestos a cambiar nuestros enfoques con la rapidez con que lo exigen las circunstancias.
Eso pasa con el sexo. Miren, recuerdo una anécdota con el padre Gafo (biólogo, moralista y un hombre al que daba gusto escuchar): en una entrevista en la tele le preguntaron por el tema manido de la insistencia católica en la moralidad sexual. Y él dijo, “pues miren, en lo que a mí respecta, yo, en 40 años de cura, habré predicado sobre el asunto un par de veces…” Y seguro que era verdad.
Otra anécdota, en Salamanca, hacia el año 80, un grupo de estudiantes de un Colegio Universitario católico, andaban discutiendo sobre si estaba bien “hacerlo” antes de casarse o no. Y ante la duda, hicieron algo muy razonable, que fue buscar a un compañero de 5ª de Teología para aclarar las dudas. Era un chaval cortado y tímido, y les vino a decir (si no recuerdo mal, y no quiero mentir) que “hoy en día” la teología no lo veía mal, o algo así. Yo, que andaba por allí de espectador, y que venía de una “comunidad cristiana radical” me sentí indignado… pero claro, uno estudiaba Historia, no era un especialista y nadie le iba a hacer caso…
Estos casos representan la realidad que quiero resaltar: que la generación post-conciliar decidió que, o bien el tema de la moral sexual era ya una batalla perdida, o bien que se había insistido tanto y se había identificado hasta tal punto este discurso con un concepto de catolicismo “superado”, que ya no merecía la pena seguir insistiendo en él.
El caso es que mi generación, salvo algunos casos raros como el mío propio o los de gente perteneciente a realidades como el Camino Neocatecumenal o el Opus, creció con muchísimas dudas, y con muchos comportamientos desviados de la norma de la Iglesia y de la tradición cristiana.
Pero es que hoy en día las cosas han llegado a tal extremo que se hace urgente actuar, y hacerlo ya. Se trata de un asunto de supervivencia, porque los jóvenes en la actualidad estás sufriendo en sus carnes y en sus espíritus un auténtico desastre humano, resultado de una vivencia de la sexualidad que degrada, hiere, y provoca infelicidad.
No hablo como un moralista. Dejo ahora la moral a un lado. Hablo como alguien que está en contacto continuo con chicos y chicas, y que los ama. Hablo, simplemente, de lo que veo todos los días.
El caso es que siento que, desde la Iglesia no les estamos ayudando. ¿Saben por qué? Pues porque muchos chavales (de los ya muy pocos, en conjunto) que acuden a catequesis de confirmación, que colaboran con las parroquias, que acuden, radiantes, a las JMJ, llevan una vida sexual desordenada. Si no me creen, por favor, investiguen (o atrévanse a hacer encuestas anónimas en los eventos católicos juveniles).
Sé que el problema es mucho más hondo. Ya sé que se trata de una realidad de falta de verdadera evangelización, pero de verdad, en este aspecto, se está haciendo un daño terrible.
La cultura “progresista” internacional ha hecho del discurso de la revolución sexual de los años 60 una de sus banderas, y la izquierda ideológica (el caso de España es un ejemplo perfecto) ha incorporado los extremos más radicales, encuadrados en una ideología de género, de la que sospecho que ni siquiera entienden en su mayoría, como una de sus señas de identidad.
El resultado de todo esto son las políticas desarrolladas en los últimos años en los países occidentales, cada vez más extremistas. La derecha política es incapaz de hacer nada porque no tiene discurso ideológico propio (salvo en la economía), y en la Iglesia parece que nos limitamos a repetir tímidamente, los principios generales de siempre, y ello sobre todo a nivel institucional y teológico.
Pero es que hoy hace falta otra cosa. Hace falta una cultura sexual cristiana capaz de transmitirse a nivel popular desde una perspectiva positiva y concreta. Es necesario superar la estigmatización de la pureza con un discurso que insista más en la felicidad, en la realización personal y en la autoestima, que en aspectos de tipo moral que, de momento, muchos son incapaces de entender.
Cuando en una universidad española, una chica con tatuajes y piercing luzca un anillo de castidad como algo natural, y parezca realizada y relajada, orgullosa, natural y feliz, sabremos que estamos en el buen camino…
El tema da mucho más de sí, así que intentaremos seguir desarrollándolo en entregas posteriores.
… Si Dios quiere…
Un abrazo muy fuerte a todos.
Josue Fonseca
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