Los que no oyen a Cristo, los que sienten indiferencia por Él, no son malos, simplemente, no lo conocen.
Mucha gente dice, o por lo menos piensa, algo como esto: "Soy cristiano, pero ni Cristo ni el Cristianismo me llenan, creo que no me dan lo que necesito, esa religión no da sentido a mi vida, no me resuelve los problemas, no me hace feliz. Se me hacen tan pesados, aburridos e ininteligibles sus rezos, sus misas, sus sermones, tan tétricos sus confesionarios. El Dios de los cristianos es algo tan lejano, etéreo, tan inflexible en sus mandamientos y castigos y los cristianos seres tan aburridos, tan tristes, tan iguales a los otros, que para ser como ellos, yo prefiero cualquier otra cosa".
Estoy de acuerdo contigo. Si Cristo es un aburrido, un aguafiestas, un tipo tan exigente y poco simpático, yo tampoco lo quiero. Si la religión católica no es capaz de dar un sentido a mi vida, no da respuesta a mis dudas y problemas, si no me hace feliz, no me interesa. Yo no soy cristiano para dedicar mi vida a un Cristo de cartón, incapaz de hacerme feliz. Pero Cristo no es aburrido. El sí convence, el cristianismo sí da solución a los problemas, a todos los problemas, y sobre todo hace felices, muy felices a los hombres.
Cristo es la felicidad de los hombres, y puede por lo tanto ser también la tuya. ¿Dónde está el secreto? Esta frase lo puede indicar: "Aunque Cristo naciese mil veces en Belén, si no nace en ti seguirás eternamente perdido". Dicho de otra manera: hay que conocerlo, conocer al Cristo verdadero. Pero Cristo no se da regalado. Vale mucho, demasiado, y hay que luchar por merecerlo. Yo podría decirte, pero de memoria, que Cristo es el camino, la verdad y la vida. Que es tu salvación, que es la persona que tiene en su mano el secreto de tu felicidad, que es la persona que más te quiere del mundo, pero prefiero que no te lo digan de memoria, sino con su experiencia otros.
Tomemos cuatro ejemplos. El primero es Agustín de Tabaste, un hombre que buscaba, ansiosamente, apasionadamente, la verdad, la felicidad, pero siempre en sus propios caminos y nunca la encontró. Llegó a tal punto que un día caminando con sus amigos por una calle de Milán, encontraron a un borrachito haciendo eses, y uno comentó: "ese hombre es más feliz que nosotros"; nadie le contradijo. Nunca pensó encontrar aquella verdad y aquella felicidad, hasta que por fin un día a la fuerza tuvo que reconocer, que la única felicidad de su vida y de la vida de cualquiera era Cristo. Lo expresó con aquellas palabras: "Nos has hecho para ti, Señor, y nuestro corazón estará insatisfecho hasta que descanse en ti".
Tomemos el segundo caso: Pablo de Tarso, que odiaba a Cristo y a los cristianos y que los persiguió hasta la cárcel y la muerte. Pero aquel Cristo le hizo ver que era duro dar coces contra el aguijón, y le hizo caso. Cuando le preguntó, ¿Pablo porqué me persigues?, ¿qué quieres que haga? le respondió Él. Andando el tiempo, este hombre, antiguo perseguidor de Cristo y de cristianos, llegó a decir: "Para mi el vivir es Cristo, Cristo me amó y se entregó a la muerte por mi".
Ignacio de Loyola, para quien lo único importante en este mundo, eran las damas, la guerra y su reina, una bala de cañón le dijo la verdad cuando sitiaban la ciudad de Pamplona. Este hombre es el que compuso aquella oración tan conocida, "Alma de Cristo- santifícame, Cuerpo de Cristo- sálvame, No permitas que me aparte de ti".
Ignacio de Loyola, para quien lo único importante en este mundo, eran las damas, la guerra y su reina, una bala de cañón le dijo la verdad cuando sitiaban la ciudad de Pamplona. Este hombre es el que compuso aquella oración tan conocida, "Alma de Cristo- santifícame, Cuerpo de Cristo- sálvame, No permitas que me aparte de ti".
Un cuarto ejemplo, Francisco de Borja, aquel guerrero, que estaba entusiasmado por defender a su Reina, la Reina de España, famosa por su belleza. Mientras guerreaba en Italia le avisaron que había muerto su Reina, y a uña de caballo, regresó, para ver si podía dar el ultimo adiós a quien había sido su ídolo de nobleza. Alcanzó a llegar en el momento de la sepultura y pidió permiso para abrir la caja y por última vez ver el rostro de su Reina. Aquel rostro tan hermoso en otro tiempo, estaba ya muy desfigurado y ante él dijo aquellas famosas palabras: "No volveré a servir a un Señor, que se me pueda morir".
Los que no oyen a Cristo, los que sienten indiferencia por Él, no son malos, simplemente, no lo conocen, como no lo conocían, Agustín de Tajaste, Pablo de Tarso, Ignacio de Loyola, Francisco de Borja, Teresa de Ávila y tantos otros.
El Dios que muchos rechazan también yo lo rechazo. Pero a mi Dios no lo rechaza nadie. Porque nadie rechaza el amor, la felicidad, la plenitud. Dios es la Plenitud, la Felicidad, porque Dios es el Amor.
Autor: P. Mariano de Blas
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