lunes, 18 de julio de 2011

CARÁCTER ABSOLUTO DE LA ENTREGA AL SEÑOR



La entrega, incondicional al Señor, es la tercera fase del acercamiento a Él.

En otras glosas, ya decíamos, que lo primero es buscarle; la segundo es amarle, porque cuando se le ha buscado y se le encuentra, a uno no le queda más remedio que amarle, y la tercera fase, es entregarse incondicionalmente a Él, porque amor es progresivo y se desarrolla hacia adelante, cada vez se quiere conocer más y esa ansia de conocimiento genera más amor y cuando el amor es maduro demanda una entrega incondicional al Señor. Y esta entrega ha de ser siempre total, sin reparo alguno. El Señor así lo pide, y no la acepta de ninguna otra manera, porque Dios nunca comparte nada con nadie, un ejemplo: "Otro discípulo le dijo: Señor, permíteme ir primero a sepultar a mi padre; pero Jesús le respondió: Sígueme y deja a los muertos sepultar a sus muertos. (Mt 8,21-22).

Nuestra naturaleza nos pide, que nos resistamos, y que si hemos de aceptar el entregarnos, al menos que nos reservemos algo para nosotros, que no nos entreguemos en plenitud. Y nosotros, tratamos siempre de reservarnos muchos afectos, deseos, proyectos esperanzas, pretensiones, cosas a las que no queremos renunciar, pues han sido y son parte de nuestras vidas, impidiéndonos así llegar a esa perfecta desnudez del alma, que es imprescindible adquirir, para tener a Dios, si es que se quiere ir a la completa posesión del Señor, dentro de lo que nosotros, podemos llegar a poseer a Dios, dada nuestra naturaleza de seres limitados.

Todo lo que pide Dios, es que pongamos nuestra fe y nuestra esperanza en Él, que le amemos con todo nuestro corazón, que renunciemos a nuestra propia fuerza y nuestros necios planes, por humildad y abandono; y entonces Él hará el resto. Que nadie lo dude, Él se encargará de todo, porque Él llevará esperándote ya mucho tiempo, tratando de encender en ti, el fuego de su amor, para que te conviertas por amor a Él, en la zarza ardiente de Moisés, que constantemente ardía pero no se consumía. Porque su amor a ti es eterno e ilimitado.

A Dios le debemos todo, Él nos lo ha dado todo, desde el ser, porque todos nosotros, somos criaturas sacadas de la nada, hasta lo que somos y tenemos en la actualidad, sea esto que tenemos, aptitudes, conocimientos, talentos o riquezas. Todo se lo debemos a Dios, y si Él nos lo ha dado, ¿de qué nos vanagloriamos? A Él, se lo debemos todo, y si nos pide ese todo. ¿Cómo podremos negárselo? ¡Bendito sea el Señor, que ha tenido la bondad de fijarse en nosotros, siervos suyos, para pedirnos que nos entreguemos a su Amor! Nunca desaprovechemos las ocasiones de entrega, que Dios pueda ofrecernos. No seamos insensatos, nada absolutamente nada mejor en esta vida, que pasar a formar parte del grupo de sus elegidos, de tener inscrito nuestro nombre en el libro de sus predilectos.

Y cuando Dios pide algo, no se conforma compartiendo, lo quiere todo. Y lo quiere todo, porque, amén de ser Dios y como tal, tiene derecho a todo, es que resulta que previamente Él, en su infinita bondad, nos lo ha dado antes ese todo, redimiéndonos y libertándonos de nuestra condición de esclavos de satanás. ¿Cómo vamos a poder negarle algo a Él, que por puro amor a nosotros, bajo a este mundo y se sometió a una Pasión y Muerte de Cruz? Lo cual supuso la Redención de nuestra condición de esclavos del demonio y nuestra posibilidad de llegar a ser hijos de Dios, solamente con ser bautizados y aceptar el amor que Dios nos ofrece a todos. ¿Hay alguien que puede ser tan insensato en no aceptar la plenitud del amor de Dios?

El todo que Dios nos pide, es un todo no referido a todas las realidades, porque sería un craso error práctico considerar el abandono como una virtud puramente pasiva y creer que el alma, no ha de hacer ya otra cosa que echarse a dormir en los brazos divinos que la llevan.

Sea cual fuere el abandono en Dios, es de necesidad que en el mundo, se siembre, que se coseche, que se confeccionen los vestidos, que se construyan las casa, que se prepare la comida y así en todo lo demás. Otro tanto ha de decirse en cuanto a la salud y la enfermedad. La vida ha de seguir, cumplimentándose el mandato divino que dice: Vosotros pues, sed fecundos y multiplicaos; pululad en la tierra y dominad en ella (Gn 9,7).

En este mismo sentido, René Laurentín, profesor de la Universidad de Angers, en Francia, escribe con referencia a los que lo dan todo, a los que se abandonan, que: Es claro que el abandono, se refiere a las realidades terrenas. No obstante, no debe de entenderse materialmente, sino ante todo de manera espiritual. Lo que se da siempre, es una nueva relación con los bienes materiales, que ya no es posesiva ni egoísta”. La entrega, presupone un cambio radical en la escala de conducta del que es llamado, a este cambio, que tiene más connotaciones de orden espiritual tiene que de orden material.

De otro lado, hay que considerar que la entrega, es una fase en el desarrollo de la vida espiritual del alma, a la que se llega en un determinado momento, y no una conversión, pues esta puede darse en cualquier momento, en la vida de una persona, con independencia del grado de relación que tenga con el Señor, cuando experimente la conversión. Hay exégetas que entienden que la conversión no es un acto aislado, sino que es siempre, un movimiento continuo de acercamiento al Señor, y que la vida espiritual de un alma, es una continua conversión.

Sin apartarnos del tema de la entrega, hay que considerar, que aquí es también importante, más que importante imprescindible, el desapego a los bienes materiales, aunque que cuando se trata de este tema, siempre hay que ver que lo importante, no es el poseerlos o no poseerlos, sino la actitud que se tenga frente a ellos. Porque para estar apegado a los bienes materiales, no es necesario poseerlos en sí, se puede ser pobre material y estar apegado a los bienes que no se tienen, pero que se sueña con tenerlos, anteponiéndose mentalmente este deseo, al supremo y maravilloso deseo de amar a Dios.

Cierto es que al entregarnos, podemos descansar en el Señor completamente. Sin embargo este descanso no es para adormecerse, sino todo lo contrario, es para actuar, pues Dios lo hace todo, pero no hace nada en nosotros, sin contar con nosotros. Él nos invita a la libertad, porque su amor tiene necesidad de nuestra libertad y perfectamente comprende que si no somos libres no podemos ir libremente a su amor, que en definitiva es lo que Él desea. Nuestro amor hacia Él, debe de estar libremente escogido por nosotros. Porque como ya antes hemos visto la libertad es una característica esencial del amor. Sin libertad no puede nacer el amor.

Reiteradamente venimos diciendo, que en la vida espiritual todo es lento, salvo la iniciación por una conversión interna, que generalmente Dios la otorga en un solo instante; caso de San Pablo, por ejemplo, por una caída de caballo, o la de Santa Teresa de Jesús, por la simple mirada a una escultura de Jesús doliente en su pasión. Desde luego que en nuestras manos, está el ralentizar o acelerar el proceso de caminar, hacia el santo abandono y la sucesiva unión con Cristo, pero el proceso requiere perseverancia, que es lo mismo que decir que requiere tiempo, porque el soporte de la perseverancia es el tiempo, si no hay tiempo no puede haber perseverancia.

Para San Alfonso María Ligorio, el santo abandono, o entrega, es: El acto más perfecto de amor a Dios que un alma puede producir, y vale más que mil ayunos y disciplinas. Es lógico que así sea, pues el alma que ha alcanzado el santo abandono, es un alma que se ha entregado a Dios en tal nivel de acercamiento, que todo lo que está alma haga, será contemplado por los ojos de Dios, con absoluta complacencia.

El alma que se entrega, corresponde a la atracción de Dios, y como se abandona dócilmente por puro amor, Nuestro Señor, complacido, entrega más amor suyo a esta alma que se entrega, y siente entonces, un amor inmenso que la invade todo su ser.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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