domingo, 24 de julio de 2011

EL TEMOR DE SPENCER TRACY A HACER DE CURA Y SU ABRAZO FINAL A LA IMAGEN DE LA VIRGEN



Detalles conmovedores.

Este otoño se publicará una biografía del actor que desvela su simpatía por Juan XXIII y su miedo a que los sacerdotes dejaran de confesar.

Este otoño la editorial norteamericana Alfred A. Knopf publicará una nueva biografía de Spencer Tracy (1900-1967), escrita por James Curtis, donde entre otros aspectos de su vida quedará aclarada su visión de la religión y la forma en que entendía los cuatro papeles de sacerdote que interpretó para la gran pantalla.

Tracy fue siempre una persona de convicciones católicas, y no se divorció de su mujer a pesar de que no le fue precisamente fiel y mantuvo distintos romances con las grandes estrellas del Hollywood de su tiempo: Loretta Young, Joan Crawford, Myrna Loy, Ingrid Bergman, Gene Terney y, por supuesto, Katherine Hepburn, con quien formó una de las parejas más célebres de la historia del cine.
Respeto al sacerdocio.

El actor, natural de Milwakee, tenía tan elevado concepto del sacerdocio católico que fue muy reticente a interpretar ese papel. Y, sin embargo, lo hizo con una gran relevancia histórica, pues como señala Kurt Jensen para The Catholic Review, hasta que en 1936 hizo del padre Tim Mullin, amigo de la infancia de Clark Gable en San Francisco, "en las películas los papeles clericales se le habían asignado a actores de reparto, no a las estrellas".

Además, hizo por dos veces (1938 y 1941) de un personaje real, el padre Edward J. Flanagan (1886-1948), fundador de La Ciudad de los Muchachos (por la primera recibió el Oscar), y en 1961 en El diablo a las cuatro volvió a vestir el alzacuellos.

Sin embargo, no le convencía del todo hacerlo. Se resistió a ser el padre Tim de San Francisco porque "tenía miedo de la artificialidad, tenía miedo de que los católicos de toda la vida contemplasen al padre Tim y sólo viesen a una estrella del cine pretendiendo ser un sacerdote, y no el alma de un sacerdote real".

No era consciente de lo buen actor que era: cuando se estrenó San Francisco, le llovieron miles de cartas pidiéndole consejo.

También hubo que convencerle de que interpretase al padre Flanagan, pero cuando lo hizo, éste le escribió unas emocionantes palabras: "Su nombre está escrito en letras de oro en el corazón de cada uno de los chicos de la calle de La Ciudad de los Muchachos". La institución, fundada en 1917, nunca recibió mayor apoyo que entonces.

Una forma sutil de pedir la confesión.
En 1966, en plena tormenta postconciliar, Spencer Tracy visitó a un misionero de Maryknoll, el padre Eugene Kennedy. Ya padecía la enfermedad que le llevó a la muerte, y buscaba ayuda espiritual para su torturada conciencia. Según recoge Jensen en su artículo, el misionero recuerda que abrazó una imagen de la Virgen que había encontrado en Chamonix (Francia), y le dijo con devoción infantil: "Esto sí lo amo verdaderamente. ¡Es algo tan sencillo!".

Más tarde abrió su corazón al padre Kennedy: "¿Sabe? Hubo un tiempo en que quise ser sacerdote. Creo que todo chico católico lo ha pensado alguna vez. Aunque no sé qué pensarán ahora, con todos los cambios que está habiendo. Juan XXIII es el tipo de Papa que me gusta, pero, con esto del Vaticano II, no creo que los curas crean ya en el pecado ni escuchen confesiones".

Y, con un punto de humor que era también una forma de petición del sacramento, se volvió a su interlocutor para preguntarle: "¿Usted recuerda todavía cómo se hace?".

C.L./ReL

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