Que los animales tienen los mismos o más derechos que los seres humanos, le diré que por mí puede pensar lo que le dé la gana, pero que no me considero con autoridad para corregir a la Sagrada Escritura, que les llama insensatos y necios.
He leído la siguiente noticia: “En Holanda, a partir del próximo mes de octubre, se contará con los primeros efectivos de policía animal, para vigilar que no se mate o maltrate a los animales. Está previsto endurecer la penas a los culpables de infringir maltrato a los animales. En cambio al mismo tiempo se permite el aborto libre y se está aplicando la eutanasia hasta el punto de que los jubilados se van a vivir a Alemania o vienen de momento a España porque están más protegidos que en su país”.
Ya en el primer capítulo del Génesis, se nos dice: “Y dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, que domine los peces del mar, las aves del cielo, los animales domésticos, los reptiles de la tierra” (1,26). Es decir entre los hombres y los animales hay una diferencia esencial de dignidad, que hace que el hombre siempre sea más que un animal, incluso en casos extremos de deficiencia. Jesús nos dice en el evangelio: “no tengáis miedo: valéis más vosotros que muchos gorriones” (Mt 10,31).
El Catecismo de la Iglesia Católica expresa en sus números 2415-2418 la doctrina de la Iglesia sobre los animales. Podemos leer allí: “Dios confió los animales a la administración del que fue creado por Él a su imagen. Por tanto es legítimo servirse de los animales para el alimento y la confección de vestidos. Se los puede domesticar para que ayuden al hombre en sus trabajos y en sus ocios. Los experimentos médicos y científicos en animales son prácticas moralmente aceptables, si se mantienen dentro de límites razonables y contribuyen a cuidar o salvar vidas humanas” (nº 2417).
“Es contrario a la dignidad humana hacer sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas. Es también indigno invertir en ellos sumas que deberían remediar más bien la miseria de los hombres. Se puede amar a los animales; pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos” (nº 2418).
Los animales por tanto no son nuestros iguales ni tienen derechos, como tampoco tienen responsabilidades ni valores éticos, aunque sí podemos tener obligaciones respecto a ellos. Dios nos ha confiado la administración de sus criaturas los animales, por lo que podemos servirnos de ellos para nuestro bien. Recuerdo que cuando salía este tema decía a mis alumnos: "Es normal que si se muere vuestro perro o hamster, lo sintáis mucho y lloréis, porque habéis estado conviviendo con ellos, cosa que no sucede por una persona que apenas conocéis, pero si hay un incendio y preferís salvar a vuestro hamster en vez de al vecino al que apenas conocéis, sois sencillamente unos canallas”.
Dicho esto está claro que debemos proteger sobre todo a los seres humanos. Que un feto humano esté en España y en muchos otros países, especialmente europeos, menos protegido jurídicamente que un huevo de cigüeña o un chimpancé, es simplemente una aberración, diga lo que diga la ley, y una consecuencia más de la pérdida de sentido común que son el relativismo y el positivismo moral y jurídico.
Y es que ante mentalidades y noticias como la de Holanda uno no puede por menos de recordar lo que nos advierte San Pablo: “Desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son conocidos mediante las criaturas. De modo que son inexcusables, por cuanto conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se entontecieron en sus razonamientos, viniendo a obscurecerse su insensato corazón; y alardeando de sabios, se hicieron necios“ (Rom 1,20-23). Y si me lee alguno que opine que los animales tienen los mismos o más derechos que los seres humanos, le diré que por mí puede pensar lo que le dé la gana, pero que no me considero con autoridad para corregir a la Sagrada Escritura, que les llama insensatos y necios.
Y es que ante mentalidades y noticias como la de Holanda uno no puede por menos de recordar lo que nos advierte San Pablo: “Desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son conocidos mediante las criaturas. De modo que son inexcusables, por cuanto conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias, sino que se entontecieron en sus razonamientos, viniendo a obscurecerse su insensato corazón; y alardeando de sabios, se hicieron necios“ (Rom 1,20-23). Y si me lee alguno que opine que los animales tienen los mismos o más derechos que los seres humanos, le diré que por mí puede pensar lo que le dé la gana, pero que no me considero con autoridad para corregir a la Sagrada Escritura, que les llama insensatos y necios.
Pedro Trevijano
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