Es célebre la amistad que ligaba a los dos guerreros griegos Pelópidas y Epaminondas.
Tanto era que en la batalla de Mantinea unieron sus escudos para poder pelear juntos y ayudarse mutuamente. Lucharon así durante algún tiempo y estuvieron derrotando a sus enemigos, hasta que Pelópidas cayó herido y, derramando mucha sangre por las heridas, estaba a punto de morir. Entonces Epaminondas decidió seguir peleando a lado del cuerpo de Pelópidas, aunque el mismo tuviera que morir junto a su amigo, de quien creyó que moriría en ese lugar.
Epaminondas, también herido gravemente, permaneció luchando ahí hasta que llegaron otros compatriotas que rescataron a los dos amigos moribundos.
Desde aquel día esa amistad llegó a ser proverbial. Después fueron ascendidos a jefes del ejército Tebano, con igual autoridad, y nunca existió rivalidad ni envidia entre ellos.
Amistad es un regalo de Dios. Cuando respetamos la verdadera amistad, respetamos uno de los mejores regalos dados por Dios al hombre. Y La perla que adorna ese regalo es la lealtad.
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