Lo pongamos de la forma que queramos, hay un hecho que es incontrovertible; es la desigualdad que es asunto común de todos los pueblos a lo largo de la historia, por el simple hecho de que los hombres no podemos ser iguales.
Si alabamos tanto (y con razón) la libertad humana, una de las cosas que hemos de aceptar es la desigualdad existente en innumerables aspectos de la vida de las personas.
Que no debería ser así, y echarle la culpa a Dios es lugar común entre los supuestos progresistas, que «confunden la gimnasia con la magnesia». Todos estos corifeos, que han dado la espalda a Dios el Creador de todo y Señor de la historia, no cesan desde sus cómodas poltronas de bienestar y hasta de lujo, de mostrar una artificial y muy hipócrita actitud de igualar a todos los seres humanos, en una idea que los haga a todos iguales.
Si partimos de que el ser humano es único (y eso es incontrovertible), es imposible para la ontología la idea de la igualdad. No es de mencionar aquí todas las formas de desigualdad entre los seres humanos en aspecto, mentalidad, inteligencia, orden, ambición, creencia, y un largo etc. Eso, como todo, deviene en «negocio»
Otra cosa, y muy distinta, es que se trate de concertar las cosas de tal modo que las diferencia de riqueza (el caballo de batalla), sea lo más reducida posible, y que todos los hombres tengan acceso a la cultura, la educación (¿que clase de educación? que esa es otra), o el acceso a la sanidad y hasta a la diversión.
Desde el punto de vista cristiano (el único lógico y real) las gentes que comen langosta y caviar, beben vinos caros, visten con un lujo vanidoso y desproporcionado, no son necesariamente más felices que los que se ganan la vida con un trabajo honrado, y son aun capaces de compartir lo poco que tienen con otras personas menos afortunadas.
Una frase bíblica que más adelante insertamos, nos ilumina de forma casi cegadora; nosotros nos hemos proporcionado las gafas de la indiferencia, y los vicios y fallos de los demás (también nosotros los tenemos, y en esto sí que somos semejantes en algún modo y escala).
Pablo apóstol dice esta frase, que es un compendio de economía sociológica: “El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno, para que tenga qué compartir con el que padece necesidad” (Efesios 4:28).
Eso es verdadera igualdad; la igualdad del corazón, algo que tenemos todos, y a ello tendremos que tender ineludiblemente para que, si no una igualdad que por naturaleza no existe, al menos se igualen los hombres en el terreno económico, o por lo menos en la eliminación de la necesidad extrema.
Creo que con la adecuada meditación de este dicho escriturario, hay suficiente para empezar a comprender la realidad de la doctrina de Jesús en esta parcela de la realidad. “El que tenga oídos para oír, oiga” (Mateo 13:43 y otros).
Rafael Marañón
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