Prisionero tras la puerta de madera, me parece que oigo latir tu corazón y adivino el mirar de tus ojos en la espera.
Estoy aquí , Señor, vengo envuelta entre el tráfico, arrastrada en el vendaval del agitado mundo, de sus prisas, de sus noticias, que muchas veces dan escalofrío,... de música que no tiene armonía y melodía sino que ruidos estridentes y discordantes... de caras crispadas por gran impaciencia...
Las personas en medio de este mundo caótico se sienten solas y esa soledad abraza su espíritu con un abrazo de ahogo y tristeza infinita.
Así me sentía yo... y hoy vengo ante ti, mi amado Jesús, y el recuerdo, aunque lejano de un tiempo pasado, de una tarde como esta ante tu Presencia en el Sacramento de la Eucaristía, buscando lo que solo Tu podías entender, mis dolores, mis agobios... voy recordando: La puerta de la pequeña Iglesia, de un pueblecito más pequeño aún, perdido en la serranía, dio un lastimero crujido cuando la empujé... la nave, humilde y sencilla, silenciosa y vacía...Tenía una luz que se filtraba atravesando unos ventanales en forma de arcos que le daban claridad a la semipenumbra del recinto, pero... ahí estabas Tu, al frente, ahí donde brillaba una lucecita roja que parpadeaba como si fuese la señal del latir de tu Corazón. Despacio llegué hasta Ti... me puse de rodillas y suavemente fue brotando este pequeño verso ante aquel Sagrario, que ya nunca olvidaré...
Jesús: Ya no me importa la soledad, ni el sufrimiento ya me acobarda...
Tu me enseñaste que es estar solo... ¡que es entregarse con toda el alma!
¿Cómo podré correr ansiosamente tras el lujo, la vida loca y vana,
si aprendí la mejor lección del mundo, en esta Iglesia, tan pequeña y olvidada? ¡Tú Rey de reyes, Tú que todo lo hiciste de la nada!
¡Encerrado en un Sagrario de madera sin pulir, sin pintar...! y sobre el altar, ¡cuatro flores empolvadas! ¡Tú que Todo lo eres, te perdiste en la Nada...!
¡Qué infinita humildad! Prisionero tras la puerta de madera,
me parece que oigo latir tu corazón y adivino el mirar de tus ojos en la espera... Han de ser tan dulces, tan sinceros... han de ser tus ojos, Jesús mío,
la apoteosis de la luz y la belleza. De tal modo se hirió mi corazón,
ante tanta grandeza y humildad, que ahora vivo prisionera del recuerdo,
y ese recuerdo Divino es como un faro bendito, que alumbra mi oscuridad...
Este mi pequeño verso es mi mejor reflexión para adorarte y bendecirte, mi amado Jesús Sacramentado.
Autor: Ma Esther De Ariño
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