El Vaticano difundió este jueves 17 de diciembre el mensaje del Papa Francisco por la celebración de la Jornada Mundial de la Paz 2021, que se celebrará el próximo 1 de enero de 2021, Solemnidad de Santa María Madre de Dios, con el lema “La cultura del cuidado como camino de paz”.
A continuación, el
texto completo del mensaje del Papa Francisco:
LA CULTURA DEL CUIDADO
COMO CAMINO DE PAZ
1. En el umbral del Año Nuevo, deseo presentar mi más respetuoso saludo
a los Jefes de Estado y de Gobierno, a los responsables de las organizaciones
internacionales, a los líderes espirituales y a los fieles de diversas
religiones, y a los hombres y mujeres de buena voluntad.
A todos les hago llegar mis mejores deseos para que la humanidad pueda
progresar en este año por el camino de la fraternidad, la justicia y la paz
entre las personas, las comunidades, los pueblos y los Estados.
El año 2020 se caracterizó por la gran crisis sanitaria de COVID-19, que se ha convertido en un fenómeno
multisectorial y mundial, que agrava las crisis fuertemente interrelacionadas,
como la climática, alimentaria, económica y migratoria, y causa grandes
sufrimientos y penurias.
Pienso en primer lugar en los que han perdido a un familiar o un ser querido,
pero también en los que se han quedado sin trabajo. Recuerdo especialmente a
los médicos, enfermeros, farmacéuticos, investigadores, voluntarios, capellanes
y personal de los hospitales y centros de salud, que se han esforzado y siguen
haciéndolo, con gran dedicación y sacrificio, hasta el punto de que algunos de
ellos han fallecido procurando estar cerca de los enfermos, aliviar su
sufrimiento o salvar sus vidas.
Al rendir homenaje a estas personas, renuevo mi llamamiento a los
responsables políticos y al sector privado para que adopten las medidas
adecuadas a fin de garantizar el acceso a las vacunas contra el COVID-19 y a las tecnologías esenciales necesarias
para prestar asistencia a los enfermos y a los más pobres y frágiles.
Es doloroso constatar que, lamentablemente, junto a numerosos
testimonios de caridad y solidaridad, están cobrando un nuevo impulso diversas
formas de nacionalismo, racismo, xenofobia e incluso guerras y conflictos que
siembran muerte y destrucción.
Estos y otros eventos, que han marcado el camino de la humanidad en el
último año, nos enseñan la importancia de hacernos cargo los unos de los otros
y también de la creación, para construir una sociedad basada en relaciones de
fraternidad. Por eso he elegido como tema de este mensaje: La cultura del
cuidado como camino de paz. Cultura del cuidado para erradicar la cultura de la
indiferencia, del rechazo y de la confrontación, que suele prevalecer hoy en
día.
2. DIOS CREADOR, ORIGEN
DE LA VOCACIÓN HUMANA AL CUIDADO
En muchas tradiciones religiosas, hay narraciones que se refieren al
origen del hombre, a su relación con el Creador, con la naturaleza y con sus
semejantes. En la Biblia, el Libro del Génesis revela, desde el principio, la
importancia del cuidado o de la custodia en el proyecto de Dios por la
humanidad, poniendo en evidencia la relación entre el hombre (’adam) y la tierra (’adamah),
y entre los hermanos.
En el relato bíblico de la creación, Dios confía el jardín “plantado en el Edén” (cf. Gn 2,8) a las manos de
Adán con la tarea de “cultivarlo y cuidarlo” (cf.
Gn 2,15). Esto significa, por un lado, hacer que la tierra sea productiva y,
por otro, protegerla y hacer que mantenga su capacidad para sostener la vida.
Los verbos “cultivar” y “cuidar” describen la relación de Adán con su
casa-jardín e indican también la confianza que Dios deposita en él al
constituirlo señor y guardián de toda la creación.
El nacimiento de Caín y Abel dio origen a una historia de hermanos, cuya
relación sería interpretada —negativamente— por Caín en términos de protección
o custodia. Caín, después de matar a su hermano Abel, respondió así a la
pregunta de Dios: «¿Acaso yo soy guardián de mi
hermano?» (Gn 4,9).
Sí, ciertamente. Caín era el “guardián” de
su hermano. «En estos relatos tan antiguos, cargados
de profundo simbolismo, ya estaba contenida una convicción actual: que todo
está relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de
nuestras relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la
justicia y la fidelidad a los demás».
3. DIOS CREADOR, MODELO
DEL CUIDADO
La Sagrada Escritura presenta a Dios no sólo como Creador, sino también
como Aquel que cuida de sus criaturas, especialmente de Adán, de Eva y de sus
hijos. El mismo Caín, aunque cayera sobre él el peso de la maldición por el
crimen que cometió, recibió como don del Creador una señal de protección para
que su vida fuera salvaguardada (cf. Gn 4,15).
Este hecho, si bien confirma la dignidad inviolable de la persona,
creada a imagen y semejanza de Dios, también manifiesta el plan divino de
preservar la armonía de la creación, porque «la paz
y la violencia no pueden habitar juntas».
Precisamente el cuidado de la creación está en la base de la institución
del Shabbat que, además de regular el culto divino, tenía como objetivo
restablecer el orden social y el cuidado de los pobres (cf. Gn 1,1-3; Lv 25,4).
La celebración del Jubileo, con ocasión del séptimo año sabático,
permitía una tregua a la tierra, a los esclavos y a los endeudados. En ese año
de gracia, se protegía a los más débiles, ofreciéndoles una nueva perspectiva
de la vida, para que no hubiera personas necesitadas en la comunidad (cf. Dt
15,4).
También es digna de mención la tradición profética, donde la cumbre de
la comprensión bíblica de la justicia se manifestaba en la forma en que una
comunidad trataba a los más débiles que estaban en ella. Por eso Amós (2,6-8;
8) e Isaías (58), en particular, hacían oír continuamente su voz en favor de la
justicia para los pobres, quienes, por su vulnerabilidad y falta de poder, eran
escuchados sólo por Dios, que los cuidaba (cf. Sal 34,7; 113,7-8).
4. EL CUIDADO EN EL
MINISTERIO DE JESÚS
La vida y el ministerio de Jesús encarnan el punto culminante de la
revelación del amor del Padre por la humanidad (cf. Jn 3,16). En la sinagoga de
Nazaret, Jesús se manifestó como Aquel a quien el Señor ungió «para anunciar la buena noticia a los pobres, ha enviado
a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, a dejar en
libertad a los oprimidos» (Lc 4,18).
Estas acciones mesiánicas, típicas de los jubileos, constituyen el
testimonio más elocuente de la misión que le confió el Padre. En su compasión,
Cristo se acercaba a los enfermos del cuerpo y del espíritu y los curaba;
perdonaba a los pecadores y les daba una vida nueva. Jesús era el Buen Pastor
que cuidaba de las ovejas (cf. Jn 10,11-18; Ez 34,1-31); era el Buen Samaritano
que se inclinaba sobre el hombre herido, vendaba sus heridas y se ocupaba de él
(cf. Lc 10,30-37).
En la cúspide de su misión, Jesús selló su cuidado hacia nosotros
ofreciéndose a sí mismo en la cruz y liberándonos de la esclavitud del pecado y
de la muerte. Así, con el don de su vida y su sacrificio, nos abrió el camino
del amor y dice a cada uno: “Sígueme y haz lo
mismo” (cf. Lc 10,37).
5. LA CULTURA DEL
CUIDADO EN LA VIDA DE LOS SEGUIDORES DE JESÚS
Las obras de misericordia espirituales y corporales constituyen el
núcleo del servicio de caridad de la Iglesia primitiva. Los cristianos de la
primera generación compartían lo que tenían para que nadie entre ellos pasara
necesidad (cf. Hch 4,34-35) y se esforzaban por hacer de la comunidad un hogar
acogedor, abierto a todas las situaciones humanas, listo para hacerse cargo de
los más frágiles.
Así, se hizo costumbre realizar ofrendas voluntarias para dar de comer a
los pobres, enterrar a los muertos y sustentar a los huérfanos, a los ancianos
y a las víctimas de desastres, como los náufragos. Y cuando, en períodos
posteriores, la generosidad de los cristianos perdió un poco de dinamismo,
algunos Padres de la Iglesia insistieron en que la propiedad es querida por
Dios para el bien común.
Ambrosio sostenía que «la naturaleza ha
vertido todas las cosas para el bien común. [...] Por lo tanto, la naturaleza
ha producido un derecho común para todos, pero la codicia lo ha convertido en
un derecho para unos pocos».
Habiendo superado las persecuciones de los primeros siglos, la Iglesia
aprovechó la libertad para inspirar a la sociedad y su cultura. «Las necesidades de la época exigían nuevos compromisos
al servicio de la caridad cristiana. Las crónicas de la historia reportan
innumerables ejemplos de obras de misericordia. De esos esfuerzos concertados
han surgido numerosas instituciones para el alivio de todas las necesidades
humanas: hospitales, hospicios para los pobres, orfanatos, hogares para niños,
refugios para peregrinos, entre otras».
6. LOS PRINCIPIOS DE LA
DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA COMO FUNDAMENTO DE LA CULTURA DEL CUIDADO
La diakonia de los orígenes,
enriquecida por la reflexión de los Padres y animada, a lo largo de los siglos,
por la caridad activa de tantos testigos elocuentes de la fe, se ha convertido
en el corazón palpitante de la doctrina social de la Iglesia, ofreciéndose a
todos los hombres de buena voluntad como un rico patrimonio de principios,
criterios e indicaciones, del que extraer la “gramática”
del cuidado: la promoción de la dignidad de toda persona humana, la
solidaridad con los pobres y los indefensos, la preocupación por el bien común
y la salvaguardia de la creación.
* El cuidado como
promoción de la dignidad y de los derechos de la persona.
«El concepto de persona, nacido y madurado en el
cristianismo, ayuda a perseguir un desarrollo plenamente humano. Porque persona
significa siempre relación, no individualismo, afirma la inclusión y no la
exclusión, la dignidad única e inviolable y no la explotación».
Cada persona humana es un fin en sí misma, nunca un simple instrumento
que se aprecia sólo por su utilidad, y ha sido creada para convivir en la
familia, en la comunidad, en la sociedad, donde todos los miembros tienen la
misma dignidad. De esta dignidad derivan los derechos humanos, así como los
deberes, que recuerdan, por ejemplo, la responsabilidad de acoger y ayudar a
los pobres, a los enfermos, a los marginados, a cada uno de nuestros «prójimos, cercanos o lejanos en el tiempo o en el
espacio».
* El cuidado del bien
común.
Cada aspecto de la vida social, política y económica encuentra su
realización cuando está al servicio del bien común, es decir del «conjunto de aquellas condiciones de la vida social que
permiten a los grupos y cada uno de sus miembros conseguir más plena y
fácilmente su propia perfección».
Por lo tanto, nuestros planes y esfuerzos siempre deben tener en cuenta
sus efectos sobre toda la familia humana, sopesando las consecuencias para el
momento presente y para las generaciones futuras.
La pandemia de Covid-19 nos muestra cuán cierto y actual es esto, puesto
que «nos dimos cuenta de que estábamos en la misma
barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y
necesarios, todos llamados a remar juntos», porque «nadie se salva solo» y ningún Estado nacional
aislado puede asegurar el bien común de la propia población.
* El cuidado mediante
la solidaridad.
La solidaridad expresa concretamente el amor por el otro, no como un
sentimiento vago, sino como «determinación firme y
perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y
cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos».
La solidaridad nos ayuda a ver al otro —entendido como persona o, en
sentido más amplio, como pueblo o nación— no como una estadística, o un medio
para ser explotado y luego desechado cuando ya no es útil, sino como nuestro
prójimo, compañero de camino, llamado a participar, como nosotros, en el
banquete de la vida al que todos están invitados igualmente por Dios.
* El cuidado y la
protección de la creación.
La encíclica Laudato si’ constata
plenamente la interconexión de toda la realidad creada y destaca la necesidad
de escuchar al mismo tiempo el clamor de los necesitados y el de la creación.
De esta escucha atenta y constante puede surgir un cuidado eficaz de la tierra,
nuestra casa común, y de los pobres.
A este respecto, deseo reafirmar que «no
puede ser real un sentimiento de íntima unión con los demás seres de la
naturaleza si al mismo tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y
preocupación por los seres humanos». «Paz, justicia y conservación de la
creación son tres temas absolutamente ligados, que no podrán apartarse para ser
tratados individualmente so pena de caer nuevamente en el reduccionismo».
7. LA BRÚJULA PARA UN
RUMBO COMÚN
En una época dominada por la cultura del descarte, frente al
agravamiento de las desigualdades dentro de las naciones y entre ellas,
quisiera por tanto invitar a los responsables de las organizaciones
internacionales y de los gobiernos, del sector económico y del científico, de
la comunicación social y de las instituciones educativas a tomar en mano la “brújula” de los principios anteriormente
mencionados, para dar un rumbo común al proceso de globalización, «un rumbo realmente humano».
Esta permitiría apreciar el valor y la dignidad de cada persona, actuar
juntos y en solidaridad por el bien común, aliviando a los que sufren a causa de
la pobreza, la enfermedad, la esclavitud, la discriminación y los conflictos.
A través de esta brújula, animo a todos a convertirse en profetas y
testigos de la cultura del cuidado, para superar tantas desigualdades sociales.
Y esto será posible sólo con un fuerte y amplio protagonismo de las mujeres, en
la familia y en todos los ámbitos sociales, políticos e institucionales.
La brújula de los principios sociales, necesaria para promover la
cultura del cuidado, es también indicativa para las relaciones entre las
naciones, que deberían inspirarse en la fraternidad, el respeto mutuo, la
solidaridad y el cumplimiento del derecho internacional. A este respecto, debe
reafirmarse la protección y la promoción de los derechos humanos fundamentales,
que son inalienables, universales e indivisibles.
También cabe mencionar el respeto del derecho humanitario, especialmente
en este tiempo en que los conflictos y las guerras se suceden sin interrupción.
Lamentablemente, muchas regiones y comunidades ya no recuerdan una época en la
que vivían en paz y seguridad.
Muchas ciudades se han convertido en epicentros de inseguridad: sus
habitantes luchan por mantener sus ritmos normales porque son atacados y
bombardeados indiscriminadamente por explosivos, artillería y armas ligeras.
Los niños no pueden estudiar.
Los hombres y las mujeres no pueden trabajar para mantener a sus
familias. La hambruna echa raíces donde antes era desconocida. Las personas se
ven obligadas a huir, dejando atrás no sólo sus hogares, sino también la historia
familiar y las raíces culturales.
Las causas del conflicto son muchas, pero el resultado es siempre el
mismo: destrucción y crisis humanitaria. Debemos detenernos y preguntarnos: ¿qué ha llevado a la normalización de los conflictos en
el mundo? Y, sobre todo, ¿cómo podemos
convertir nuestro corazón y cambiar nuestra mentalidad para buscar
verdaderamente la paz en solidaridad y fraternidad?
Cuánto derroche de recursos hay para las armas, en particular para las
nucleares, recursos que podrían utilizarse para prioridades más importantes a
fin de garantizar la seguridad de las personas, como la promoción de la paz y
del desarrollo humano integral, la lucha contra la pobreza y la satisfacción de
las necesidades de salud.
Además, esto se manifiesta a causa de los problemas mundiales como la
actual pandemia de Covid-19 y el cambio climático. Qué valiente decisión sería «constituir con el dinero que se usa en armas y otros
gastos militares “un Fondo mundial” para poder derrotar definitivamente el
hambre y ayudar al desarrollo de los países más pobres».
8. PARA EDUCAR A LA
CULTURA DEL CUIDADO
La promoción de la cultura del cuidado requiere un proceso educativo y
la brújula de los principios sociales se plantea con esta finalidad, como un
instrumento fiable para diferentes contextos relacionados entre sí. Me gustaría
ofrecer algunos ejemplos al respecto.
- La educación para el cuidado nace en la familia, núcleo natural y
fundamental de la sociedad, donde se aprende a vivir en relación y en respeto
mutuo. Sin embargo, es necesario poner a la familia en condiciones de cumplir
esta tarea vital e indispensable.
- Siempre en colaboración con la familia, otros sujetos encargados de la
educación son la escuela y la universidad y, de igual manera, en ciertos
aspectos, los agentes de la comunicación social. Dichos sujetos están llamados
a transmitir un sistema de valores basado en el reconocimiento de la dignidad
de cada persona, de cada comunidad lingüística, étnica y religiosa, de cada
pueblo y de los derechos fundamentales que derivan de estos. La educación
constituye uno de los pilares más justos y solidarios de la sociedad.
- Las religiones en general, y los líderes religiosos en particular,
pueden desempeñar un papel insustituible en la transmisión a los fieles y a la
sociedad de los valores de la solidaridad, el respeto a las diferencias, la
acogida y el cuidado de los hermanos y hermanas más frágiles. A este respecto,
recuerdo las palabras del Papa Pablo VI dirigidas al Parlamento ugandés en
1969: «No temáis a la Iglesia. Ella os honra, os
forma ciudadanos honrados y leales, no fomenta rivalidades ni divisiones, trata
de promover la sana libertad, la justicia social, la paz; si tiene alguna
preferencia es para los pobres, para la educación de los pequeños y del pueblo,
para la asistencia a los abandonados y a cuantos sufren».
- A todos los que están comprometidos al servicio de las poblaciones, en
las organizaciones internacionales gubernamentales y no gubernamentales, que
desempeñan una misión educativa, y a todos los que, de diversas maneras,
trabajan en el campo de la educación y la investigación, los animo nuevamente,
para que se logre el objetivo de una educación «más
abierta e incluyente, capaz de la escucha paciente, del diálogo constructivo y
de la mutua comprensión». Espero que esta invitación, hecha en el
contexto del Pacto educativo global, reciba un amplio y renovado apoyo.
9. NO HAY PAZ SIN LA
CULTURA DEL CUIDADO
La cultura del cuidado, como compromiso común, solidario y participativo
para proteger y promover la dignidad y el bien de todos, como una disposición
al cuidado, a la atención, a la compasión, a la reconciliación y a la
recuperación, al respeto y a la aceptación mutuos, es un camino privilegiado
para construir la paz.
«En muchos lugares del mundo hacen falta caminos de
paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz
dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y
audacia».
En este tiempo, en el que la barca de la humanidad, sacudida por la
tempestad de la crisis, avanza con dificultad en busca de un horizonte más
tranquilo y sereno, el timón de la dignidad de la persona humana y la “brújula” de los principios sociales fundamentales
pueden permitirnos navegar con un rumbo seguro y común.
Como cristianos, fijemos nuestra mirada en la Virgen María, Estrella del
Mar y Madre de la Esperanza. Trabajemos todos juntos para avanzar hacia un
nuevo horizonte de amor y paz, de fraternidad y solidaridad, de apoyo mutuo y
acogida.
No cedamos a la tentación de desinteresarnos de los demás, especialmente
de los más débiles; no nos acostumbremos a desviar la mirada, sino
comprometámonos cada día concretamente para «formar una comunidad compuesta de
hermanos que se acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros».
Vaticano, 8 de diciembre de 2020
FRANCISCO
Redacción ACI Prensa
No hay comentarios:
Publicar un comentario