Quien comulga tiene la fuerza divina para enfrentar todos los problemas y situaciones difíciles de aquí abajo.
Por: P. Antonio Rivero LC | Fuente: Catholic.net
EL CIELO ES NUESTRA PATRIA.
En el día de la Ascensión, Cristo subió al Cielo para tomar posesión de su
gloria y prepararnos un lugar. Con Él, la humanidad redimida podrá penetrar en
el Cielo. Consciente de que el Cielo no nos está jamás cerrado, vivimos en la
expectativa del día en que sus puertas se abrirán de par en par para que en él
entremos. Esperanza esta que nos anima y por sí bastaría para obligarnos a
llevar una vida cristiana digna y sobrellevar con paciencia todas las
contrariedades con tal de alcanzar ese Cielo prometido.
Sin embargo, Cristo, como muestra de amor, para sostener esa esperanza del
Cielo creó el lindo Cielo eucarístico, pues la Eucaristía es un Cielo
anticipado. ¿Acaso en la Eucaristía no viene Jesús,
bajando a la tierra y trayéndonos ese Cielo consigo? ¿Acaso donde está Jesús no
está el Cielo? Si Jesús está sacramentalmente en la Eucaristía, trae
consigo también el Cielo.
Su estado, aunque velado a nuestros sentidos exteriores, es un estado de
gloria, de triunfo, de felicidad, exento de las miserias de la vida.
Al comulgar a Jesús en la Eucaristía, júbilo y gloria del Paraíso, recibimos
igualmente el Cielo. Se nos da para mantener viva en nosotros el recuerdo de la
verdadera patria y no desfallecer al pensar en ella. Se da y permanece
corporalmente en nuestros corazones en cuanto subsisten las especies sacramentales.
Una vez destruidas éstas, vuelve nuevamente al Cielo, pero permanece en
nosotros por su gracia y por su presencia amorosa. Nos deja los efectos de su
presencia: amor, pureza, fuerza, alegría y gozo.
¿Por qué es tan rápida su visita? Porque la
condición indispensable a su presencia corporal resucitada está en la
integridad de las Santas Especies.
Jesús, viniendo a nosotros en la Eucaristía, trae consigo los frutos y las
flores del Paraíso. ¿Cuáles son éstas? Lo
ignoro. No los podemos ver, pero sentimos su suave perfume.
¿CUÁLES SON LOS BIENES
CELESTES QUE NOS VIENEN CON JESÚS, CUANDO LO RECIBIMOS EN LA EUCARISTÍA?
- EN
PRIMER LUGAR, LA GLORIA. Es verdad que la gloria de los Santos es una flor que
sólo se abre ante el sol del Paraíso, gloria ésta que no nos es dada en la
tierra. Pero recibimos el germen oculto, que la contiene toda entera, como
la semilla que contiene la espiga. La Eucaristía deposita en nosotros el
fermento de la resurrección, a causa de una gloria especial y más
brillante que, sembrada en la carne corruptible, brotará sobre nuestro
cuerpo resucitado e inmortal.
- EN SEGUNDO LUGAR,
LA FELICIDAD. Nuestra alma, al entrar en el Cielo, se
verá en plena posesión de la felicidad del propio Dios, sin miedo a
perderla o de verla disminuir. ¿Y en la
comunión no recibimos alguna parcelita de esa real felicidad? No
nos es dada en su totalidad, pues entonces nos olvidaríamos del Cielo.
Pero, ¡cuánta paz, cuánta dulce alegría no
acompaña en la comunión! Cuanto más el alma se desapega de las
afecciones terrenas, tanto más ha de disfrutar de esa felicidad al punto
de que el mismo cuerpo se resiente y desea ya el Cielo. Es aquello de
santa Teresa: “Muero porque no muero”.
- EN TERCER LUGAR, EL
PODER.
Quien comulga tiene la fuerza divina para enfrentar todos los problemas y
situaciones difíciles de aquí abajo. El águila para enseñar a sus crías a
volar hasta las alturas les presenta la comida y se coloca arriba de
ellos, elevándose siempre más y más a medida que sus crías se acercan,
hasta hacerlos subir insensiblemente a los astros.
Así también hace Jesús, Águila divina. Viene a nuestro encuentro, trayéndonos el alimento que necesitamos. Y luego en seguida se eleva, invitándonos a seguir el vuelo. Nos llena de dulzura para hacernos desear la felicidad celestial y nos conquista con la idea del Cielo.
En la Comunión, por tanto, tenemos la preparación para el Cielo. ¡Qué grande será la gracia de morir después de haber recibido el Santo Viático! Poder partir bien reconfortados para este último viaje.
Pidamos muchas veces esta gracia para nosotros. El Santo Viático, recibido al morir, será la prenda de nuestra felicidad eterna. Llegaremos a los pies del Trono de Dios. Y allí disfrutaremos eternamente de la presencia y del amor de Dios. Que eso es el Cielo.
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