Todavía hay millones de personas privados de su libertad y obligados a vivir en condiciones similares.
Por: Julián López Amozurrutia | Fuente: El
observador en línea
El Papa Francisco ha dedicado su mensaje para la
Jornada de la Paz de este año al tema de la esclavitud. Aunque “desde tiempos inmemoriales, las diferentes sociedades
humanas conocen el fenómeno del sometimiento del hombre por parte del hombre”, es
de reconocerse que “hoy, como resultado de un
desarrollo positivo de la conciencia de la humanidad, la esclavitud, crimen de
lesa humanidad, está oficialmente abolida en el mundo”. Sin embargo, “todavía hay millones de personas -niños, hombres y
mujeres de todas las edades- privados de su libertad y obligados a vivir en
condiciones similares a la esclavitud” (n.3).
El Papa Francisco puntualiza los ejemplos,
refiriéndose a “tantos trabajadores y trabajadores,
incluso menores, oprimidos de manera formal o informal en todos los sectores”;
a “muchos emigrantes que, en su dramático viaje,
sufren el hambre, se ven privados de la libertad, despojados de sus bienes o de
los que se abusa física y sexualmente”; también a “personas obligadas a ejercer la prostitución, entre las
que hay muchos menores, y en los esclavos y eslavas sexuales; en las mujeres obligadas
a casarse, en aquellas que son vendidas con vistas al matrimonio o en las
entregadas en sucesión”; y, por último, a “los
niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la
extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad,
para actividades ilegales como la producción o venta de drogas, o para formas
encubiertas de adopción internacional” (n. 3).
El Mensaje se introduce entonces en un análisis
más profundo, que llega a desenmascarar las causas de tan lamentables
realidades. Ante todo, “una concepción de la
persona humana que admite el que pueda ser tratada como un objeto”. Pero
a esta “causa ontológica” añade otras más
dependientes de los contextos. En primer lugar, la pobreza, especialmente
cuando se combina “con la falta de acceso a la
educación” y cuando no hay oportunidades de trabajo. Añade, por otro
lado, “la corrupción de quienes están dispuestos a
hacer cualquier cosa para enriquecerse”. Finalmente, señala “los conflictos armados, la violencia, el crimen y el
terrorismo” (n.4).
La continuación del documento propone un
compromiso común para luchar contra este flagelo. Si por un lado denuncia la
sospecha de una indiferencia general, por otro identifica grupos humanos -entre
los que destaca congregaciones religiosas, especialmente femeninas- que
intervienen con acciones directas contra el mismo. Llama, para ello, a
intervenir a nivel global ante un fenómeno que tiene ese mismo alcance,
mencionando la responsabilidad de los Estados, las organizaciones intergubernamentales,
las empresas y las organizaciones de la sociedad civil (n.5).
Pero el Papa evita que el discurso se quede en
los altos niveles de gestión humana, al recordar, por ejemplo, la
responsabilidad de cada consumidor a la hora de adquirir un producto, cuando
puede tener detrás una especie de esclavitud laboral. “Cada
persona debe ser consciente de que comprar es siempre un acto moral, además de
económico” (n. 5).
“Preguntémonos, tanto comunitaria como personalmente, cómo
nos sentimos interpelados cuando encontramos o tratamos en la vida cotidiana
con víctimas de la trata de personas, o cuando tenemos que elegir productos que
con probabilidad podrían haber sido realizados mediante la explotación de otras
personas. Algunos hacen la vista gorda, ya sea por indiferencia, o porque se
desentienden de las preocupaciones diarias, o por razones económicas. Otros,
sin embargo, optan por hacer algo positivo, participando en asociaciones
civiles o buscando pequeños gestos cotidianos –que son tan valiosos–, como
decir una palabra, un saludo, un ‘buenos días’ o una sonrisa, que no nos
cuestan nada, pero que pueden dar esperanza, abrir caminos, cambiar la vida de
una persona que vive en la invisibilidad, e incluso cambiar nuestras vidas en
relación con esta realidad” (n. 6).
La base de esta solicitud no es otra que la
conciencia de ser hermanos, miembros de la misma familia humana. “La globalización de la indiferencia, que ahora afecta a
la vida de tantos hermanos y hermanas, nos pide que seamos artífices de una
globalización de la solidaridad y de la fraternidad, que les dé esperanza y los
haga reanudar con ánimo el camino, a través de los problemas de nuestro tiempo
y las nuevas perspectivas que trae consigo, y que Dios pone en nuestras manos” (n.6).
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