Lázaro
era un muchacho de dieciséis años pobre había nacido diferente. No tenía manos
ni pies. Era inteligente, bueno y paciente. Cuando nació lo dejaron en el torno
de un convento pero las buenas monjitas. con su ternura y amor, le cuidaron y
educaron como pudieron, y cuando ya se hizo mayorcito pasó a un asilo. A los
dieciséis años salió de él. Montaba un carrito y como las monjitas le habían
puesto en los muñones unos brazos de madera, con ellos empujaba su carrito.
Además de
esto había aprendido con las monjitas muchas cosas. Entre otras tenía una gran
habilidad de coger con la boca cualquier cosa que le echaban por el aire, como
un trozo de pan, loncha de jamón o una moneda. Todo lo atrapaba con la boca.
Alguna que otra vez le echaban una piedra, y como ignoraba lo que le tiraban
también lo cogía con la boca. Todos reían la burla; y él como no era rencoroso,
traía también el engaño. Lázaro tenía una risa especial; era una risa que
infundía paz y serenidad. Tenía una gran fe en Cristo y esperanza de la
felicidad eterna.
Cuando
abandonó el asilo, Lázaro llevaba en su alma esta profunda verdad: «Tengo un alma inmortal». Había un señor que siempre que
se tropezaba con Lázaro le ponía en la boca un cigarro. Un día le dijo este
señor: Lázaro ¿qué debes tú a la Providencia?» El muchacho, con gran
respeto, le dijo: «Le debo mi alma». Y entre
otras cosas añadió: «A mi Dios que me ha dado
‘esto’, que me hace pensar que nunca jamás he de morir». Para Lázaro, lo
más importante era su alma inmortal. El alma con la gracia santificante es lo
más maravilloso que debes cuidar.
Lázaro el
muchacho diferente, sin manos ni pies, por los caminos de la vida llevaba un
infinito consuelo de paz y de amor, porque su alma era inmortal.
EXPLICACIÓN DOCTRINAL:
La gracia
es un don sobrenatural que Dios nos concede para alcanzar la vida eterna y
poderle ver y gozar en el cielo. La gracia santificante nos hace hijos de Dios
participamos de la vida divina, nos hacemos santos y herederos del Cielo.
Todas las
obras buenas hechas en gracia las hace meritorias para la vida eterna. La
gracia se pierde totalmente por el pecado mortal. Dejamos de participar de la
vida divina y perdemos la herencia del Cielo.
También
hay la gracia actual que consiste en un auxilio de Dios para ayudarnos a obrar
el bien y evitar el mal.
Jesús nos
advierte; “No tengáis miedo a los que matan el
cuerpo, que al alma no pueden matarla; temed más bien a aquel que puede perder
el alma y el cuerpo en la gehena” (Mateo, 10.)
NORMA DE CONDUCTA:
Tendré en gran estima el tesoro de la gracia santificante. Con ella soy
hijo de Dios.
«Buenas
noches nos dé Dios».
Gabriel Marañon Baigorrí
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