VATICANO, 21 Dic. 17 / 07:37 am (ACI).- En el mensaje
navideño dirigido a los Cardenales y Superiores de la Curia Romana, pronunciado
este jueves 21 de diciembre en el Palacio Apostólico, el Papa Francisco
advirtió contra “las intrigas” dentro de la
Curia y “los traidores” a la confianza que
se les ha dado, y pidió comunión en torno a la figura del Pontífice para
combatirlas.
“La comunión con Pedro refuerza y da nuevo vigor a
la comunión entre todos los miembros” de la
Iglesia, afirmó.
A continuación, el texto completo del mensaje del
Papa Francisco:
Queridos hermanos y hermanas:
La Navidad es la fiesta de la fe en el Hijo de Dios que se hizo hombre
para devolverle al hombre la dignidad filial que había perdido por culpa del
pecado y la desobediencia. La Navidad es la fiesta de la fe en los corazones
que se convierten en un pesebre para recibirlo, en las almas que dejan que del
tronco de su pobreza Dios haga germinar el brote de la esperanza, de la caridad
y de la fe.
Hoy tenemos una nueva ocasión para intercambiarnos nuestra felicitación
navideña y también para desearos a todos, a vuestros colaboradores, a los
Representantes pontificios, a todas las personas que prestan servicio en la
Curia y a vuestros seres queridos una santa y alegre Navidad y un feliz Año
Nuevo. Que esta Navidad nos haga abrir los ojos y abandonar lo que es
superfluo, lo falso, la malicia y lo engañoso, para ver lo que es esencial, lo
verdadero, lo bueno y auténtico. Muchas felicidades, de verdad.
Queridos hermanos:
Después de haber hablado en otras ocasiones sobre la Curia romana ad
intra, este año quiero compartir con vosotros algunas reflexiones sobre la
realidad de la Curia ad extra, es decir, sobre la relación de la Curia con las
naciones, con las Iglesias particulares, con las Iglesias orientales, con el
diálogo ecuménico, con el Judaísmo, con el Islam y las demás religiones, es
decir, con el mundo exterior.
Mis reflexiones se apoyan ciertamente sobre los principios básicos y
canónicos de la Curia, sobre la misma historia de la Curia, pero también sobre
la visión personal que he procurado compartir con vosotros en los discursos de
los últimos años, en el contexto de la reforma que se está realizando.
Y con respecto a la reforma me viene a la mente la simpática y
significativa expresión de Mons. Frédéric-François-Xavier De Mérode: «Hacer la reforma en Roma es como limpiar la Esfinge de
Egipto con un cepillo de dientes».
Se pone de manifiesto cuánta paciencia, dedicación y delicadeza se
necesitan para alcanzar ese objetivo, ya que la Curia es una institución antigua,
compleja, venerable, compuesta de hombres que provienen de muy distintas
culturas, lenguas y construcciones mentales y que, de una manera estructural y
desde siempre, está ligada a la función primacial del Obispo de Roma en la
Iglesia, esto es, al oficio «sacro» querido
por el mismo Cristo Señor en bien del cuerpo de la Iglesia en su conjunto (ad
bonum totius corporis).
Así pues, la universalidad del servicio de la Curia proviene y brota de
la catolicidad del Ministerio petrino. Una Curia encerrada en sí misma
traicionaría el objetivo de su existencia y caería en la autorreferencialidad,
que la condenaría a la autodestrucción.
La Curia, ex natura, está proyectada ad extra en cuanto y mientras está
ligada al Ministerio petrino, al servicio de la Palabra y del anuncio de la
Buena Noticia: el Dios Enmanuel, que nace entre los hombres, que se hace hombre
para mostrar a todos los hombres su entrañable cercanía, su amor sin límites y
su deseo divino de que todos los hombres se salven y lleguen a gozar de la
bienaventuranza celestial (cf. 1 Tm 2,4); el Dios que hace salir su sol sobre
buenos y malos (cf. Mt 5,45); el Dios que no ha venido para que le sirvan sino
para servir (cf. Mt 20,28); el Dios que ha constituido a la Iglesia para que
esté en el mundo, pero no del mundo, y para ser instrumento de salvación y de
servicio.
Cuando saludé recientemente a los Padres y Jefes de las Iglesias
Católicas orientales, y pensando precisamente sobre esta finalidad ministerial,
petrina y curial, es decir, de servicio, utilicé la expresión de un «primado diaconal», remitiendo inmediatamente a la
amada imagen de san Gregorio Magno del Servus servorum Dei.
Esta definición, en su dimensión cristológica, es sobre todo expresión
de la firme voluntad de imitar a Cristo, quien asumió la forma de siervo (cf.
Flp 2,7). Benedicto XVI, cuando habló de ello, dijo que esta frase en los
labios de Gregorio no era «una fórmula piadosa, sino la verdadera manifestación
de su modo de vivir y actuar.
Estaba profundamente impresionado por la humildad de Dios, que en Cristo
se hizo nuestro servidor, nos lavó y nos lava los pies sucios». Esa misma
actitud diaconal ha de caracterizar también a todos los que, de varias maneras,
trabajan en el ámbito de la Curia romana, que, como recuerda el Código de
Derecho Canónico, actuando en nombre y con la autoridad del Sumo Pontífice, «realiza su función […] para el bien y servicio de las
Iglesias» (can. 360; cf. CCEO can. 46).
Primado diaconal «con relación al Papa» e
igualmente diaconal, por consiguiente, es el trabajo que se realiza dentro de
la Curia romana ad intra y hacia el exterior ad extra. Este tema de la diaconía
ministerial y curial, me lleva a un antiguo texto presente en la Didascalia
Apostolorum donde se afirma: el «diácono sea el
oído y la boca del Obispo, su corazón y alma», puesto que la comunión,
la armonía y la paz en la Iglesia está unida a esta concordia, ya que el
diácono es el custodio del servicio en la Iglesia.
Pienso que no es casualidad que el oído sea el órgano para oír sino
también para el equilibrio; y la boca el órgano para saborear y para hablar.
Otro texto antiguo añade que los diáconos están llamados a ser como los ojos
del Obispo.
El ojo mira para transmitir las imágenes a la mente, ayudándola a tomar
las decisiones y a dirigir bien a todo el cuerpo. De estas imágenes se puede
sacar la relación de comunión de filial obediencia para el servicio al pueblo
santo de Dios. No hay duda, pues, que esta es la que existe también entre todos
los que trabajan en la Curia romana, desde los Jefes de Dicasterio y
Superiores, a los oficiales y a todos.
La comunión con Pedro refuerza y da nuevo vigor a la comunión entre
todos los miembros. Desde este punto de vista, el recurso a la imagen de los
sentidos del organismo humano nos ayuda a tener el sentido de la extroversión,
de la atención hacia lo que está fuera. En el organismo humano, de hecho, los
sentidos son nuestro primer contacto con el mundo ad extra, son como un puente
hacia él; son nuestra posibilidad de relacionarnos.
Los sentidos nos ayudan a captar la realidad e igualmente a colocarnos
en la realidad. Por eso san Ignacio de Loyola recurría a los sentidos para
contemplar los Misterios de Cristo y de la verdad. Esto es muy importante si se
quiere superar la desequilibrada y degenerada lógica de las intrigas o de los
pequeños grupos que en realidad representan —a pesar de sus justificaciones y
buenas intenciones— un cáncer que lleva a la autorreferencialidad, que se
infiltra también en los organismos eclesiásticos en cuanto tales y, en
particular, en las personas que trabajan en ellos.
Cuando sucede esto, entonces se pierde la alegría del Evangelio, la
alegría de comunicar a Cristo y de estar en comunión con él; se pierde la
generosidad de nuestra consagración (cf. Hch 20,35 y 2 Co 9,7). Permitidme que
diga dos palabras sobre otro peligro, que es el de los traidores de la
confianza o los que se aprovechan de la maternidad de la Iglesia, es decir de
las personas que han sido seleccionadas con cuidado para dar mayor vigor al
cuerpo y a la reforma, pero —al no comprender la importancia de sus
responsabilidades— se dejan corromper por la ambición o la vanagloria, y cuando
son delicadamente apartadas se auto-declaran equivocadamente mártires del
sistema, del «Papa desinformado», de la «vieja guardia»…, en vez de entonar el «mea culpa».
Junto a estas personas hay otras que siguen trabajando en la Curia, a
las que se les da el tiempo para retomar el justo camino, con la esperanza de
que encuentren en la paciencia de la Iglesia una ocasión para convertirse y no
para aprovecharse.
Esto ciertamente sin olvidar la inmensa mayoría de personas fieles que
allí trabajan con admirable compromiso, fidelidad, competencia, dedicación y
también con tanta santidad.
Parece oportuno, entonces, volviendo a la imagen del cuerpo, poner de
relieve que estos «sentidos institucionales», a
los que podemos comparar en cierto modo los Dicasterios de la Curia romana,
deben trabajar de manera conforme a su naturaleza y finalidad: en el nombre y
con la autoridad del Sumo Pontífice y siempre por el bien y al servicio de las
Iglesias.
Ellos están llamados a ser en la Iglesia como unas fieles antenas
sensibles: emisoras y receptoras. Antenas emisoras en cuanto habilitadas para transmitir
fielmente la voluntad del Papa y de los Superiores. La palabra «fidelidad», para todos los que trabajan en la
Santa Sede, «adquiere un carácter particular, desde
el momento que ellos ponen al servicio del Sucesor de Pedro buena parte de sus
propias energías, su tiempo y su ministerio cotidiano. Se trata de una grave
responsabilidad, pero también de un don especial, que con el tiempo va
desarrollando un vínculo afectivo con el Papa, de confianza interior, un idem
sentire natural, que se expresa justamente con la palabra “fidelidad”».
La imagen de la antena remite también a otro movimiento, este contrario,
es decir el del receptor. Se trata de percibir las instancias, las cuestiones,
las preguntas, los gritos, las alegrías y las lágrimas de las Iglesias y del
mundo para transmitirlas al Obispo de Roma y permitirle que pueda llevar a cabo
con más eficacia su tarea y su misión de «principio y fundamento, perpetuo y
visible, de la unidad de fe y de comunión».
Con semejante receptividad, que es más importante que el aspecto
preceptivo, los Dicasterios de la Curia romana entran generosamente en ese
proceso de escucha y de sinodalidad del que ya he hablado.
Queridos hermanos y hermanas:
He recurrido a la expresión «primado diaconal», a la imagen del cuerpo, de
los sentidos y de la antena para explicar la necesidad más bien indispensable,
de practicar el discernimiento de los signos de los tiempos, la comunión en el
servicio, la caridad en la verdad, la docilidad al Espíritu y la obediencia
confiada a los superiores, precisamente para alcanzar los espacios donde el
Espíritu habla a las Iglesias (es decir, la historia) y para conseguir el
objetivo de trabajar (por la salus animarum).
Quizá sea útil recordar aquí que los mismos nombres de los diversos
Dicasterios y de las Oficinas de la Curia romana dan a entender cuáles son las
realidades a favor de las cuales deben trabajar. Es decir, se trata de acciones
fundamentales e importantes para toda la Iglesia y diría que para todo el
mundo.
Al tener la Curia una tarea realmente muy amplia, me limitaré en esta
ocasión a hablar genéricamente de la Curia ad extra, es decir, de algunos
aspectos fundamentales, seleccionados, a partir de los cuales será fácil, en un
futuro próximo, enumerar y profundizar los otros campos de actuación de la
Curia.
La Curia y la relación
con las Naciones
En este sector juega un papel fundamental la Diplomacia Vaticana que
busca sincera y constantemente el que la Santa Sede sea un constructor de
puentes, de paz y de diálogo entre las naciones.
Y siendo una Diplomacia al servicio de la humanidad y del hombre, de
mano tendida y de puerta abierta, se compromete a escuchar, a comprender, a
ayudar, a plantear y a intervenir rápida y respetuosamente en cualquier
situación para acortar distancias y para entablar confianza. El único interés
de la Diplomacia Vaticana es estar libre de cualquier interés mundano o
material.
La Santa Sede está presente en la escena mundial para colaborar con
todas las personas y las naciones de buena voluntad y para repetir constantemente
la importancia de proteger nuestra casa común frente a cualquier egoísmo
destructivo; para afirmar que las guerras traen sólo muerte y destrucción; para
sacar del pasado las lecciones necesarias que nos ayudan a vivir mejor el
presente, a construir sólidamente el futuro y salvaguardarlo para las nuevas
generaciones.
Los encuentros con los Jefes de las naciones y con las diversas
delegaciones, junto a los Viajes apostólicos tienen el mismo sentido y
objetivo. Por eso se creó la Tercera Sección de la Secretaría de Estado, con la
finalidad de manifestar la atención y la cercanía del Papa y de los superiores
de la Secretaría de Estado al personal diplomático y también a los religiosos y
a las religiosas, a los laicos y a las laicas que prestan trabajo en las
Representaciones Pontificias.
Una Sección que se ocupa de las cuestiones relativas a las personas que
trabajan en el servicio diplomático de la Santa Sede, o que se preparan para
ello, en estrecha colaboración con la Sección de Asuntos Generales y con la
Sección para las Relaciones con los Estados. Esta particular atención se basa
en la doble dimensión del servicio del personal diplomático: pastores y
diplomáticos, al servicio de las Iglesias particulares y de las naciones donde
trabajan.
La Curia y las Iglesias
particulares
La relación que une la Curia a las diócesis y a las eparquías es de
máxima importancia. Estas encuentran en la Curia romana el apoyo y el soporte
necesario. Es una relación que se basa en la colaboración, la confianza y nunca
en la superioridad o el contraste.
La fuente de esta relación está en el Decreto conciliar sobre el
ministerio pastoral de los Obispos, en el que se explica más ampliamente que el
trabajo de la Curia es «para bien de las Iglesias y al servicio de los sagrados
Pastores».
El punto de referencia de la Curia romana, de hecho, no es sólo el
Obispo de Roma, del que le viene la autoridad, sino también las Iglesias
particulares y sus Pastores en todo el mundo, para cuyo bien obra y actúa.
A esta característica de «servicio al Papa y a los obispos, a la Iglesia
universal y a las Iglesias particulares» y al mundo entero, hice referencia en
el primero de nuestros encuentros anuales, cuando subrayé que «en la Curia romana se aprende, “se respira” de un modo
especial esta doble dimensión de la Iglesia, esta compenetración entre lo
universal y lo particular; y me parece que ésta es una de las más bellas
experiencias de quien vive y trabaja en Roma».
Las visitas ad limina Apostolorum, en este sentido, representan una gran
oportunidad de encuentro, diálogo y enriquecimiento mutuo. Por eso, en el
encuentro con los obispos, he preferido tener un diálogo de escucha mutua,
libre, reservado, sincero que va más allá de los esquemas protocolarios y el
habitual intercambio de discursos y recomendaciones. También es importante el
diálogo entre los Obispos y los distintos Dicasterios.
Al retomar este año las visitas ad limina, después del año del Jubileo,
los obispos me han confiado que han sido bien acogidos y escuchados por todos
los Dicasterios. Esto me alegra mucho y doy las gracias a los Jefes de los
Dicasterios aquí presentes.
Permítanme también aquí, en este momento singular de la vida de la
Iglesia, llamar vuestra atención sobre la próxima XV Asamblea General Ordinaria
del Sínodo de los Obispos, convocada bajo el tema: «Los
jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional».
Llamar a la Curia, a los Obispos y a toda la Iglesia a que presten una
especial atención a los jóvenes, no quiere decir mirar sólo a ellos, sino
también dirigir la mirada a un tema crucial para un gran número de relaciones y
de urgencias: las relaciones intergeneracionales, la familia, los ámbitos de la
pastoral, la vida social...
Lo anuncia claramente el Documento preparatorio en su introducción: «La Iglesia ha decidido interrogarse sobre cómo
acompañar a los jóvenes para que reconozcan y acojan la llamada al amor y a la
vida en plenitud, y también pedir a los mismos jóvenes que la ayuden a
identificar las modalidades más eficaces de hoy para anunciar la Buena Noticia.
A través de los jóvenes, la Iglesia podrá percibir la voz del Señor que resuena
también hoy. Como en otro tiempo Samuel (cf. 1 S 3,1-21) y Jeremías (cf. Jr
1,4-10), hay jóvenes que saben distinguir los signos de nuestro tiempo que el
Espíritu señala. Escuchando sus aspiraciones podemos entrever el mundo del
mañana que se aproxima y las vías que la Iglesia está llamada a recorrer».
La Curia y las Iglesias
orientales
La unidad y la comunión que existe en la relación entre la Iglesia de
Roma y las Iglesias orientales representa un ejemplo concreto de riqueza en la
diversidad para toda la Iglesia. Ellas, en la fidelidad a sus propias
tradiciones de dos mil años y en la comunión eclesial experimentan y realizan
la oración sacerdotal de Cristo (cf. Jn 17).
En este sentido, en el último encuentro con los Patriarcas y Arzobispos
Mayores de las Iglesias orientales, hablando del «primado diaconal», señalé
también la importancia de profundizar y revisar la delicada cuestión de la
elección de los nuevos obispos y eparcas que debe corresponder, por una parte,
a la autonomía de las Iglesias orientales y, al mismo tiempo, al espíritu de
responsabilidad evangélica y al deseo de reforzar cada vez más la unidad con la
Iglesia Católica.
«El todo, en la más convencida aplicación de la
auténtica praxis sinodal, que es característica de las Iglesias de Oriente». La
elección de cada obispo debe reflejar y reforzar la unidad y la comunión entre
el Sucesor de Pedro y todo el colegio episcopal. La relación entre Roma y Oriente
es de mutuo enriquecimiento espiritual y litúrgico. En realidad, la Iglesia de
Roma no sería realmente católica sin las inestimables riquezas de las Iglesias
orientales y sin el testimonio heroico de tantos hermanos y hermanas nuestros
orientales que purifican la Iglesia aceptando el martirio y ofreciendo su vida
para no negar a Cristo. La Curia y el diálogo ecuménico Nos quedan todavía los
ámbitos en los que la Iglesia Católica está particularmente comprometida,
especialmente después del Concilio Vaticano II. Entre estos, la unidad entre
los cristianos que «es una exigencia esencial de nuestra fe, una exigencia que
brota desde lo íntimo de nuestro ser creyentes en Jesucristo».
Se trata de un verdadero «camino», pero, como muchas veces han repetido
también mis Predecesores, es un camino irreversible y sin vuelta atrás. «La
unidad se hace caminando, para recordar que cuando caminamos juntos, es decir,
cuando nos encontramos como hermanos, rezamos juntos, trabajamos juntos en el
anuncio del Evangelio y en el servicio a los últimos, ya estamos unidos.
Todas las diferencias teológicas y eclesiológicas que todavía dividen a
los cristianos serán superadas sólo por esta vía, sin que nosotros hoy sepamos
cómo y cuándo, pero esto sucederá según lo que el Espíritu Santo quiera sugerir
para el bien de la Iglesia».
La Curia trabaja en este campo para favorecer el encuentro con el
hermano, para deshacer los nudos de las incomprensiones y las hostilidades, y
para combatir los prejuicios y el miedo del otro, que han impedido ver la
riqueza de y en la diversidad y la profundidad del misterio de Cristo y de la
Iglesia que permanece siempre más grande que cualquier expresión humana.
Los encuentros mantenidos con los Papas, los Patriarcas y los Jefes de
las diversas Iglesias y Comunidades siempre me han llenado de alegría y
gratitud. La Curia y el Judaísmo, el Islam y las otras religiones La relación
de la Curia Romana con las otras religiones se basa en la enseñanza del
Concilio Vaticano II y en la necesidad del diálogo. «Porque
la única alternativa a la barbarie del conflicto es la cultura del encuentro».
El diálogo está construido sobre tres orientaciones fundamentales: «El deber de la identidad, porque no se puede entablar un
diálogo real sobre la base de la ambigüedad o de sacrificar el bien para
complacer al otro. La valentía de la alteridad, porque al que es diferente,
cultural o religiosamente, no se le ve ni se le trata como a un enemigo, sino
que se le acoge como a un compañero de ruta, con la genuina convicción de que el
bien de cada uno se encuentra en el bien de todos. La sinceridad de las
intenciones, porque el diálogo, en cuanto expresión auténtica de lo humano, no
es una estrategia para lograr segundas intenciones, sino el camino de la
verdad, que merece ser recorrido pacientemente para transformar la competición
en cooperación».
Los encuentros con las autoridades religiosas en varios viajes
apostólicos y los encuentros en el Vaticano, son verdadera prueba de ello.
Estos son sólo algunos aspectos, importantes pero no exclusivos, del trabajo de
la Curia ad extra. Hoy he elegido estos aspectos vinculados al tema del
«primado diaconal», los «sentidos institucionales» y «fieles antenas emisoras y
receptoras».
Queridos hermanos:
Comencé este nuestro encuentro hablando de la Navidad como la fiesta de
la fe, ahora quisiera concluirlo evidenciando que la Navidad nos recuerda que
una fe que no nos pone en crisis es una fe en crisis; una fe que no nos hace
crecer es una fe que debe crecer; una fe que no nos interroga es una fe sobre
la cual debemos preguntarnos; una fe que no nos anima es una fe que debe estar
animada; una fe que no nos conmueve es una fe que debe ser sacudida.
En realidad, una fe solamente intelectual o tibia es sólo una propuesta
de fe que para llegar a realizarse tendría que implicar al corazón, al alma, al
espíritu y a todo nuestro ser, cuando se deje que Dios nazca y renazca en el
pesebre del corazón, cuando permitimos que la estrella de Belén nos guíe hacia
el lugar donde yace el Hijo de Dios, no entre los reyes y el lujo, sino entre
los pobres y los humildes.
Ángel Silesio, en su Peregrino querúbico, escribió: «Depende sólo de ti:
Ah si pudiera tu corazón ser un pesebre, Dios nacería niño de nuevo en la
tierra». [28] Con estas reflexiones renuevo mis más fervientes deseos de Feliz
Navidad para vosotros y vuestros seres queridos. ¡Gracias!
(Palabras después del discurso a la curia)
Me gustaría daos, como regalo de Navidad, esta versión italiana de la
obra del Beato Padre María Eugenio del Niño Jesús Je veux voir Dieu: Quiero ver
a Dios. Es una obra de teología espiritual, nos hará bien a todos. Quizás no
leyéndola entera, sino buscando en el índice el punto que más nos interesa o
que más necesitamos.
Espero que sea provechoso para todos nosotros. Y además, el Cardenal
Piacenza ha sido tan generoso que, con el trabajo de la Penitenciaría, también
de Mons. Nykiel, ha confeccionado este libro: La festa del perdono (La fiesta
del perdón) como resultado del Jubileo de la Misericordia; y también él quería
regalarlo. Gracias al Cardenal Piacenza y a la Penitenciaría Apostólica. Os lo
darán a la salida.
¡Gracias! Y, por favor, rezad por mí.
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