¿Pueden
vivir las personas en una pecera?. Es algo que se pregunta la sugerente
película “El Erizo” (Le hérisson, Mona
Achache, 2009). Como un cuento que refleja una situación demasiado real y
frecuente, presenta la existencia vacía que parece dominar nuestra sociedad; al
mismo tiempo, la belleza puede surgir en la vida corriente de las personas, y
puja por abrirse a la trascendencia.
Lo ha
dicho Benedicto XVI a su llegada a Portugal: “El
punto clave es el valor que se atribuye a la cuestión del sentido y a su
implicación en la vida pública”. “No se trata –ha explicado– de una
confrontación ética entre un sistema laico y un sistema religioso, sino de una
cuestión del sentido al que se confía la propia libertad”. En efecto, es
difícil vivir sin un sentido.
A este
propósito cabe citar al doctor Irving D. Yalom –que recibió en el año 2000 un
premio de la “American Psychiatric Association” por
su contribución al campo de la religión y de la psiquiatría–, cuando afirma: “Me parece evidente que los proyectos vitales tienen un
significado más profundo y poderoso si llevan a trascenderse, es decir, si se
dirigen a alguien fuera de uno mismo, el amor por una causa, el proceso
creativo, el amor a los demás o a una esencia divina”. Los animales
–observa– no se proponen algo así; sin embargo, es frecuente ver a un perro al
que su amo le tira un palo, cómo entra en una trepidación de misión. “Quién de nosotros –se pregunta– no ha tenido el deseo:
¡Si yo tuviera alguien que me tirara el palo!”.
Volviendo
al discurso del Papa en su llegada a Lisboa, la fe cristiana vivida
coherentemente es “una propuesta de sabiduría y de
misión”. Y esa propuesta suena así: “La
relación con Dios es constitutiva del ser humano, que ha sido creado por Dios y
destinado a Dios: por su propia estructura cognitiva busca la verdad, tiende al
bien en la esfera volitiva, y en la dimensión estética es atraído por la
belleza. La conciencia es cristiana en la medida en que se abre a la plenitud
de la vida y de la sabiduría, que tenemos en Jesucristo”.
Poco
antes, en el vuelo desde Roma, planteaba Benedicto XVI tres cuestiones como
introducción a su viaje: acerca de la fe, de la relación con el mundo y del
pecado.
En primer
lugar hablaba de la necesidad de superar la oposición –vigente en los últimos
siglos– entre un racionalismo cerrado a la trascendencia y la fe cristiana. Un
ejemplo actual es la crisis económica, que ha puesto de relieve la necesidad de
que la ética y una antropología trascendente informen la economía.
Al mismo
tiempo señalaba un defecto en la comprensión y en la vivencia de la fe
cristiana: “Hemos de confesar también que la fe
católica, cristiana, era con frecuencia demasiado individualista, dejaba las
cosas concretas, económicas, al mundo, y pensaba sólo en la salvación
individual, en los actos religiosos, sin ver que éstos implican una
responsabilidad global, una responsabilidad respecto al mundo”.
Por
último, ha aludido a cómo los sufrimientos y los ataques más importantes que
recibe la Iglesia no son los que vienen de fuera sino “del
interior de la Iglesia, del pecado que existe en la Iglesia”. Por eso es
necesario “volver a aprender algo esencial: la
conversión, la oración, la penitencia y las virtudes teologales”.
Estamos
ante una lección sobre la fe cristiana y la visión cristiana del mundo (la
secularidad) nada ingenua y tampoco pesimista. Es la sabiduría cristiana que
propone al mundo abrirse a la fe, que señala que la fe debe vivirse atendiendo
a las cosas concretas del mundo, y que es necesario luchar contra el mal
comenzando por los pecados personales. Ciertamente –concluía– “siempre el mal ataca, ataca desde dentro y desde fuera,
pero también las fuerzas del bien están presentes”.
No es un
mensaje triste ni escéptico. Es la propuesta de sentido que brota de la fe
cristiana. Un sentido que no se encierra en la pura subjetividad, sino que
tiene la capacidad de dialogar con la razón y con las culturas, para
enriquecerlas. Por eso –les decía el Papa a los periodistas en el avión– “la Iglesia está abierta a colaborar con quien no excluye
ni reduce al ámbito privado la esencial consideración del sentido humano de la
vida”.
Ramiro
Pellitero
Instituto
Superior de Ciencias Religiosas, Universidad de Navarra
(publicado
en www.cope.es, 13-V-2010)
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