Enfrentarse de
golpe a ese rostro habría sido «demasiado»
Manolete ya era leyenda cuando Islero le convirtió en mito.
La Virgen
de los Dolores era "la Virgen de Manolete", quien le guardaba gran
devoción porque así se la había inculcado su madrina
Dolores. Y era cofrade
de la Hermandad de los Dolores, que venera
la imagen que el escultor Juan Prieto
entregó en 1719 a los hermanos, que le habían pedido una
imagen de la Santísima Virgen bajo la advocación de los Dolores.
Manuel Rodríguez Sánchez paseó esa devoción por todo el mundo en un capote de seda y oro que lucía esa imagen bordada. Jamás se separaba de él, y le acompañó a todas las plazas donde toreó. Cuando en 1944 se le hizo un homenaje en su Córdoba natal, ese capote presidió el local donde se celebró un acto.
Pero además, el torero tenía una costumbre de honda reverencia a la Santísima Virgen. Siendo Fernando Fernández de Córdoba hermano mayor de la cofradía de los Dolores, se lo encontró en una ocasión de regreso de su gira americana rezando, según era su costumbre, ante el azulejo de la Virgen de los Dolores que luce en la cuesta del Bailío. Allí pasaba siempre un buen rato antes de entrar en la Iglesia, y aquella vez Don Fernando quiso salir de dudas.
“Manuel, ¿por qué da usted esa vuelta y siempre se para en el mosaico?”, le preguntó. Manolete le brindó una respuesta estremecedora: “Querido Don Fernando, el azulejo es para entrenarme. Entrar derecho a la iglesia y mirar a la Virgen a la cara, de sopetón, es demasiado. Primero hay que entrenarse”.
La última vez que Manolete oró ante esa cara que, de puro amor, le imponía, fue el 14 de julio de 1947. Volvía de torear en La Línea de la Concepción, y tras visitar una finca que había adquirido recientemente y luego almorzar, asistió a misa en San Jacinto y rezó a Nuestra Señora. Al salir comentó con el hermano mayor un festival taurino benéfico que se estaba organizando.
Manolete murió al entrar a matar a Islero, un miura. Falleció al día siguiente. Tenía 30 años recién cumplidos.
Cinco semanas después, en la plaza de toros de Linares, se asomó Islero por la puerta de chiqueros. Era un 28 de agosto y seguro que Manolete se encomendó a su Virgen de los Dolores antes de la faena. Horas después la pudo ver al fin cara a cara, sin necesidad de azulejos ni de esculturas. Bien "entrenado".
Publicado en Cari Filii.
Manuel Rodríguez Sánchez paseó esa devoción por todo el mundo en un capote de seda y oro que lucía esa imagen bordada. Jamás se separaba de él, y le acompañó a todas las plazas donde toreó. Cuando en 1944 se le hizo un homenaje en su Córdoba natal, ese capote presidió el local donde se celebró un acto.
Pero además, el torero tenía una costumbre de honda reverencia a la Santísima Virgen. Siendo Fernando Fernández de Córdoba hermano mayor de la cofradía de los Dolores, se lo encontró en una ocasión de regreso de su gira americana rezando, según era su costumbre, ante el azulejo de la Virgen de los Dolores que luce en la cuesta del Bailío. Allí pasaba siempre un buen rato antes de entrar en la Iglesia, y aquella vez Don Fernando quiso salir de dudas.
“Manuel, ¿por qué da usted esa vuelta y siempre se para en el mosaico?”, le preguntó. Manolete le brindó una respuesta estremecedora: “Querido Don Fernando, el azulejo es para entrenarme. Entrar derecho a la iglesia y mirar a la Virgen a la cara, de sopetón, es demasiado. Primero hay que entrenarse”.
La última vez que Manolete oró ante esa cara que, de puro amor, le imponía, fue el 14 de julio de 1947. Volvía de torear en La Línea de la Concepción, y tras visitar una finca que había adquirido recientemente y luego almorzar, asistió a misa en San Jacinto y rezó a Nuestra Señora. Al salir comentó con el hermano mayor un festival taurino benéfico que se estaba organizando.
Manolete murió al entrar a matar a Islero, un miura. Falleció al día siguiente. Tenía 30 años recién cumplidos.
Cinco semanas después, en la plaza de toros de Linares, se asomó Islero por la puerta de chiqueros. Era un 28 de agosto y seguro que Manolete se encomendó a su Virgen de los Dolores antes de la faena. Horas después la pudo ver al fin cara a cara, sin necesidad de azulejos ni de esculturas. Bien "entrenado".
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