Tus ojos se abrirán para
ver el valor inmenso e incomparable que tienes por ser un hijo de Dios. Eres
importante, de infinito valor, con un potencial que no tiene límites para ser
de bendición a las personas que te rodean y para el mundo.
1 Juan 3:2 dice: “Queridos amigos, ya somos hijos de Dios,
pero él todavía no nos ha mostrado lo que seremos cuando Cristo venga; pero sí
sabemos que seremos como él, porque lo veremos tal como él es”.
Cuando permites que Dios sane tu corazón recibiendo su amor,
que entregó por ti lo más valioso que tenía, la vida de su Hijo, dejas de
preocuparte tanto por lo que otras personas piensen de ti, o por la forma en
que te tratan. Cuando tu vida está basada en tu estima lastimada, te sientes
agredido fácilmente, eres muy susceptible a los comentarios, tratos y actitudes
de los demás. Te defiendes con agresividad, reaccionas pensando que los demás
no te quieren, o no te aceptan, por lo que creas vínculos conflictivos con tu
entorno. Debes saber el valor de quién eres como hijo de Dios, porque es muy
grande, y debes agradecer los talentos que te regaló. Recibe el amor que el
Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tienen por ti, así la paz entra en tu vida,
tu ego herido se sana y tu estima es equilibrada, logrando estar bien contigo
mismo y con los demás. Para el Señor, eres único y especial.
Oremos así:
“Gracias Dios mío por amarme tanto, hazme comprender lo
importante que soy para ti y lo valioso que soy para las personas que me rodean
y para el mundo. Abre mi entendimiento para ver el potencial que me has dado,
te lo pido en el nombre de Jesús, Amén”.
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