jueves, 1 de octubre de 2015

CONOCIENDO AL PADRE NICOLÁS, UN HOMBRE ENTREGADO A DIOS



Don Nicolás en el metro de Madrid

3 de julio, 10:30 am. Entro en el tren de la línea 9 del metro de Madrid para ir a mi universidad, tengo un examen de recuperación. Cuando subo en el vagón veo que hay un sacerdote -a juzgar por su aspecto, anciano-. Vamos todos de pie, puesto que el metro va bastante lleno. En una de las estaciones baja bastante gente y ofrezco, antes de sentarme yo, un asiento que queda libre al sacerdote que estaba de pie. Llevaba una gorra y unos papeles en su mano -posteriormente he conocido que eran informes médicos, pues tenía cita en el hospital-. Rechaza mi oferta de tomar asiento, le hago una foto pues me gusta su generosidad en ese momento y se baja tranquilamente varias paradas después. Cuando llego a casa por la tarde, reflexiono sobre la foto y decido subirla a Facebook acompañada de un breve texto que explicaba mi anécdota con este sacerdote.

4 de julio, 8:00 am. Me despierto y enciendo mi teléfono, cuando cual es la sorpresa que la foto del sacerdote en el metro, ¡ya va por más de 5.000 me gusta! No doy crédito, cuando mi foto con más ‘Me Gusta’ de Facebook no alcanzaba los 200. Entonces entiendo que el hombre propone y Dios dispone, claramente. Empiezo a asimilar lo que está pasando y me pellizco pues me parece una broma. Van pasando los días y la foto va adquiriendo más likes y compartidos, me empiezan a llamar de periódicos extranjeros, se empieza a publicar en algunos medios, y veo como de forma progresiva los likes van aumentando… 10.000, 15.000, 20.000, hasta acabar finalmente en 55.000.

Pasada una semana más o menos, se pone en contacto conmigo una agencia de noticias católicas, ACIPRENSA, me llaman desde Perú y gustosamente les concedo unas declaraciones, con una condición, que me ayuden a encontrar al sacerdote del metro, pues quiero conocerle y comentar con él lo que ha pasado con su foto. Consiguen entrevistarlo y me pasan el contacto.

Pasa el verano… y cuando llego a Madrid empiezo a organizarme para visitar al padre Nicolás, un sacerdote del Opus Dei. Le escribo un email a su dirección de correo electrónico y me facilita una pista: la parroquia donde celebra misa por las mañanas. Voy el viernes 25 de septiembre, pero me dice una amabilísima sacristana que Don Nicolás tenía cita con el médico y que se acababa de ir, yo (un poco decepcionado) le digo que no se preocupe, que ya vuelvo mañana. Al día siguiente me desperté antes de la hora que tenía prevista en mi alarma y fui a la parroquia del Cristo de Ayala, donde se encontraba Don Nicolás. Cuando pasé el umbral de la puerta de la Iglesia, lo primero que vi fue a él, iba caminando lentamente con un rosario en la mano. Me acerco y le digo quién soy, con mucha simpatía me recibe en su despacho y comenzamos a hablar.

Estuvimos hablando sobre su vida, la mía, las cosas de Dios, de la Iglesia. Él me comentó que le parecía una barbaridad el impacto que había tenido su noticia, pues es un gesto “muy normal”. Pero yo afirmé que había visto en ese gesto tan normal lo que Dios nos pide a todos todos los días. En mi parecer, no quiere grandes obras, sino pequeños detalles llenos de buena fe. Considero que la santidad es algo que se adquiere a diario, con gestos de amabilidad con la gente, de cariño, de generosidad, de entrega… Y ciertamente, que un sacerdote mayor vaya de pie en el metro para que vayan sentados personas jóvenes y sanas, es un acto muy generoso.

Don Nicolás nació en Úbeda, no importa la fecha, y a los tres meses se mudó a Madrid por motivos laborales de su padre, estudió en el colegio la Sagrada Familia, posteriormente Química en la Universidad Complutense de Madrid. En el año 1960, descubrió el Opus Dei, una obra que había fundado un sacerdote llamado Josemaría Escrivá de Balaguer, San Josemaría actualmente. Cuando descubrió el Opus, decidió asistir a más reuniones y finalmente encontró vocación como numerario, para terminar yéndose a Roma en 1966 donde comenzó la preparación de sacerdote con los estudios de teología. Durante su estancia en Roma, Don Nicolás trabajó en un estudio de fotografía. En el año 1973 volvió a España, a Pamplona, para hacer su tesis doctoral y ordenarse definitivamente como sacerdote, seguidamente lo trasladaron en el año 1974 a Sevilla.

A partir de ahí, su vida empezó a girar en torno a Sevilla, Córdoba, Jerez… Donde dedicaba su tiempo a las distintas labores que tenía como sacerdote. Pero todo cambió en el año 2004, se encontraba viviendo en Sevilla cuando le detectaron un cáncer de piel, estuvo un año recibiendo tratamiento en el hospital Virgen Macarena de Sevilla y luego se mudó a Madrid, donde seguiría con las sesiones de quimioterapia. Finalmente se curó, pero afirma que “la recuperación fue dura”. Los tratamientos de cáncer te queman por dentro y recuperarse de forma bien es duro y difícil. Actualmente el Padre reside en Madrid donde atiende una residencia de ancianos en Vallecas y la parroquia del Cristo de Ayala. Se mueve siempre en transporte público, ya sea metro o autobús, desde Moratalaz, donde reside, hasta Vallecas y hasta el centro. Y siempre va de pie.

Es un hombre consciente de los problemas de la Iglesia y lo que más le preocupa es el poco relevo generacional, la falta de vocaciones. A pesar de su edad, es un hombre joven, atiende una residencia de ancianos donde los contagia a todos con su espíritu juvenil y alegre. Es un sacerdote que pisa firme y que ha dedicado toda su vida a Dios. Dentro de un mundo en el que tan valorado está todo lo superficial y la cultura del ego, me gusta contar historias de gente anónima que viven por y para los demás, y no para sí mismos. Personas de las que tenemos que aprender. Claramente hay sacerdotes buenos, regulares y malos, como todo en la viña del Señor, pero es indudable que lo malo siempre tiene más eco que lo bueno y yo creo que para hacer que la gente se contagie de bien, también hay que ser altavoces del bien, difundiendo el ejemplo. En la Iglesia abunda la gente buena y siempre debemos recordar que “no es un museo de santos, sino un hospital de pecadores”.

Espero que os haya gustado este post, a continuación os adjunto un texto que me pasó Don Nicolás sobre su preocupación por la falta de vocaciones. Hasta la semana que viene, ¡Gracias por leerme! Y espero vuestros comentarios.

Besos y abrazos,

Pepe Luis.

PADRE NICOLÁS MARTÍNEZ SOBRE LA FALTA DE VOCACIONES EN LA IGLESIA.

¿Qué es lo que más me preocupa de la Iglesia?

Siguiendo al Papa Francisco puedo decir que lo más preocupante de la Iglesia es la falta de vocaciones. Hay diócesis en las que no se ordenan suficientes sacerdotes para conseguir el relevo generacional; en algunas, pocas, si lo consiguen. Es un hecho que el campo del mundo, donde se desarrollan las futuras promesas, está muy abandonado. Lleno de piedras, cardos, malas yerbas, que se van acumulando e impiden que la vocación fructifique.

Con esta panorámica no pretendo ser catastrófico, ni echar la culpa a nadie, sino individuar las causas de la falta de vocaciones y sugerir soluciones. Me consta que hay muchos cristianos que todos los días piden a Dios vocaciones para el seminario: le piden al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. Pero además de pedir el milagro de la vocación, me parece que también podemos ayudar en la preparación del campo.

Respondiendo a tu pregunta te decía que en mi opinión las causas de la falta de vocaciones son muy variadas, en primer lugar la falta de piedad en las familias: los hijos hacen lo que ven hacer a sus padres, si los padres no rezan los hijos tampoco; si un joven no reza puede recibir una vocación de entrega al servicio a Dios y a las almas, pero no lo entiende y huye. Es como la tierra del camino, aunque la inundes de la mejor semilla no puede dar fruto.

En segundo lugar el egoísmo de los padres: que buscan más su tranquilidad que el bien de sus hijos y para que les dejen en paz se conforman con satisfacer todos sus caprichos, como el primo de Harry Potter; y con esto lo único que consiguen son unos hijos caprichosos y egoístas. Y si reciben la semilla de la vocación con todo el entusiasmo, esta no puede madurar ni dar fruto, porque los cuidados de este mundo y la falta de reciedumbre la ahogan.

En tercer lugar el descuido de los detalles en la formación de los candidatos: se da por supuesto que saben lo que quieren y que tienen todos los medios para ir adelante; pero por una libertad mal entendida no les proporcionan la necesaria ayuda exterior, como el campo lleno de piedras, que por la falta de tierra no puede dar fruto.

Terminaba diciendo que “con paciencia hay que preparar bien el terreno, arar, quitar las piedras, eliminar las malas yerbas, abonar, y cuando está preparado se siembra y seguro que da fruto: el 30, el 60, el 100 por uno”. Dicho así resulta fácil, pero ¿por qué es tan difícil conseguir los frutos?

Para remediar estas dificultades yo empezaría por desbrozar, segar los cardos y abrojos que pueden alcanzar más de un metro de altura; una vez cortados se amontonan, se dejan secar y se prenden fuego, para destruir también las semillas. Luego con el arado de disco grande se levantan las raíces, que algunas son muy profundas. Se recogen y se dejan fuera del campo.

Con esto el campo ya está limpio pero todavía no está listo. Es necesario seguir removiendo la tierra, quitarle todas las piedras, empezando por las más grandes. Además, en la siguiente primavera aparecen otra vez las malas yerbas, que han sobrevivido al fuego o que sus semillas han sido traídas por el viento y es necesario seguir limpiando.

La parábola del sembrador es muy gráfica pero necesita ser aplicada a cada caso. El candidato al sacerdocio no es un campo inerte, es una persona libre, que piensa y decide por si mismo. Que debe conseguir la piedad suficiente, aunque a lo mejor no la ha recibido totalmente en su familia, para lo que tiene todos los medios de formación a su alcance en el seminario. Que debe conseguir la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza que le permitan vivir en el mundo, usando los medios materiales que necesite, sin dejarse engañar por lo que reluce. Que debe dejarse ayudar en una dirección espiritual exigente para que puedan quitar de su vida todo lo que estorba.

De esta manera la gracia de la vocación da fruto seguro; pero no basta con recibirla con todo el entusiasmo, es necesario estar preparado; y esta preparación no termina nunca.

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