Posted on 30 septiembre, 20151 octubre, 2015 by Pepe Luis Vázquez
Don Nicolás en el metro de Madrid
3 de julio,
10:30 am. Entro en el
tren de la línea 9 del metro de Madrid para ir a mi universidad, tengo un
examen de recuperación. Cuando subo en el vagón veo que hay un sacerdote -a
juzgar por su aspecto, anciano-. Vamos todos de pie, puesto que el metro va bastante lleno. En una de las estaciones baja bastante gente y
ofrezco, antes de sentarme yo, un asiento que queda libre al sacerdote que
estaba de pie. Llevaba una gorra y unos papeles en su mano -posteriormente he
conocido que eran informes médicos, pues tenía cita en el hospital-. Rechaza mi
oferta de tomar asiento, le
hago una foto pues me gusta su generosidad en ese momento y se baja tranquilamente varias paradas después. Cuando llego a casa por la
tarde, reflexiono sobre la foto y decido subirla a Facebook acompañada de un
breve texto que explicaba mi anécdota con este sacerdote.
4 de julio, 8:00
am.
Me despierto
y enciendo mi teléfono, cuando cual es la sorpresa que la foto del sacerdote en
el metro, ¡ya va por más
de 5.000 me gusta! No doy crédito,
cuando mi foto con más ‘Me Gusta’ de Facebook no alcanzaba los 200. Entonces entiendo que el hombre
propone y Dios dispone, claramente. Empiezo
a asimilar lo que está pasando y me pellizco pues me parece una broma. Van
pasando los días y la foto va adquiriendo más likes y compartidos, me empiezan
a llamar de periódicos extranjeros, se empieza a publicar en algunos medios,
y veo como de forma progresiva los likes van aumentando… 10.000, 15.000,
20.000, hasta acabar finalmente en 55.000.
Pasada una semana más o menos, se pone en contacto conmigo una agencia
de noticias católicas, ACIPRENSA, me llaman desde Perú y gustosamente
les concedo unas declaraciones,
con una condición, que me ayuden a encontrar al sacerdote del metro, pues
quiero conocerle y comentar con él lo que ha pasado con su foto. Consiguen
entrevistarlo y me pasan el contacto.
Pasa el verano… y cuando llego a Madrid empiezo a organizarme para
visitar al padre Nicolás, un sacerdote del Opus Dei. Le escribo un email a su
dirección de correo electrónico y me facilita una pista: la parroquia donde
celebra misa por las mañanas. Voy el viernes 25 de septiembre, pero me dice una amabilísima sacristana
que Don Nicolás tenía cita con el médico y que se acababa de ir, yo (un poco decepcionado) le digo que no se
preocupe, que ya vuelvo mañana. Al día siguiente me desperté antes de la hora que tenía prevista en mi
alarma y fui a la parroquia del Cristo de Ayala, donde se encontraba Don
Nicolás. Cuando pasé el umbral de la
puerta de la Iglesia, lo primero que vi fue a él, iba caminando lentamente con
un rosario en la mano. Me acerco y le digo quién soy, con mucha simpatía me
recibe en su despacho y comenzamos a hablar.
Estuvimos hablando sobre su vida, la mía, las cosas de Dios, de la
Iglesia. Él me comentó
que le parecía una barbaridad el impacto que había tenido su noticia, pues es
un gesto “muy normal”. Pero
yo afirmé que había visto en ese gesto tan normal lo que Dios nos pide a todos
todos los días. En mi parecer, no quiere grandes obras, sino pequeños detalles llenos de
buena fe. Considero que la santidad
es algo que se adquiere a diario, con gestos de amabilidad con la gente, de
cariño, de generosidad, de entrega… Y ciertamente, que un sacerdote mayor vaya
de pie en el metro para que vayan sentados personas jóvenes y sanas, es un acto
muy generoso.
Don Nicolás nació en Úbeda, no importa la fecha, y a los tres meses se
mudó a Madrid por motivos laborales de su padre, estudió en el colegio la
Sagrada Familia, posteriormente
Química en la Universidad Complutense de Madrid.
En el año 1960, descubrió el Opus Dei, una obra que había fundado un
sacerdote llamado Josemaría Escrivá de Balaguer, San Josemaría actualmente.
Cuando descubrió el Opus, decidió asistir a más reuniones y finalmente encontró
vocación como numerario, para terminar yéndose a Roma en 1966 donde comenzó la
preparación de sacerdote con los estudios de teología. Durante su estancia en Roma,
Don Nicolás trabajó en un estudio de fotografía. En el año 1973 volvió a
España, a Pamplona, para hacer su tesis doctoral y ordenarse definitivamente
como sacerdote, seguidamente lo trasladaron en el año 1974 a Sevilla.
A partir de ahí, su vida empezó a girar en torno a Sevilla, Córdoba,
Jerez… Donde dedicaba su tiempo a las distintas labores que tenía como
sacerdote. Pero todo
cambió en el año 2004, se encontraba viviendo en Sevilla cuando le detectaron
un cáncer de piel, estuvo un año
recibiendo tratamiento en el hospital Virgen Macarena de Sevilla y luego se
mudó a Madrid, donde seguiría con las sesiones de quimioterapia. Finalmente se
curó, pero afirma que “la recuperación fue dura”. Los tratamientos de cáncer te queman por dentro y
recuperarse de forma bien es duro y difícil.
Actualmente el Padre reside en Madrid donde atiende una residencia de ancianos en
Vallecas y la parroquia del Cristo de Ayala.
Se mueve siempre en transporte público, ya sea metro o autobús, desde
Moratalaz, donde reside, hasta Vallecas y hasta el centro. Y siempre va de pie.
Es un hombre consciente de los problemas de la Iglesia y lo que más le
preocupa es el poco relevo generacional, la falta de vocaciones. A pesar de su edad, es un
hombre joven, atiende una residencia de ancianos donde los contagia a todos con
su espíritu juvenil y alegre. Es un
sacerdote que pisa firme y que ha dedicado toda su vida a Dios. Dentro de un
mundo en el que tan valorado está todo lo superficial y la cultura del ego, me
gusta contar historias de gente anónima que viven por y para los demás, y no
para sí mismos. Personas de las que tenemos que aprender. Claramente hay
sacerdotes buenos, regulares y malos, como todo en la viña del Señor, pero es
indudable que lo malo siempre tiene más eco que lo bueno y yo creo que para
hacer que la gente se contagie de bien, también hay que ser altavoces del bien, difundiendo el ejemplo. En la Iglesia abunda la
gente buena y siempre debemos recordar que “no es un museo de santos, sino un
hospital de pecadores”.
Espero que os haya gustado este post, a continuación os adjunto un texto
que me pasó Don Nicolás sobre su preocupación por la falta de vocaciones. Hasta
la semana que viene, ¡Gracias por leerme! Y espero vuestros comentarios.
Besos y abrazos,
Pepe Luis.
PADRE NICOLÁS MARTÍNEZ SOBRE LA FALTA DE VOCACIONES EN LA IGLESIA.
¿Qué es lo que más me preocupa de la Iglesia?
Siguiendo al Papa Francisco puedo decir que lo más preocupante de la
Iglesia es la falta de vocaciones. Hay diócesis en las que no se ordenan
suficientes sacerdotes para conseguir el relevo generacional; en algunas,
pocas, si lo consiguen. Es un hecho que el campo del mundo, donde se
desarrollan las futuras promesas, está muy abandonado. Lleno de piedras,
cardos, malas yerbas, que se van acumulando e impiden que la vocación
fructifique.
Con esta panorámica no pretendo ser catastrófico, ni echar la culpa a
nadie, sino individuar las causas de la falta de vocaciones y sugerir
soluciones. Me consta que hay muchos cristianos que todos los días piden a Dios
vocaciones para el seminario: le piden al dueño de la mies que envíe obreros a
su mies. Pero además de pedir el milagro de la vocación, me parece que también
podemos ayudar en la preparación del campo.
Respondiendo a tu pregunta te decía que en mi opinión las causas de la
falta de vocaciones son muy variadas, en primer lugar la falta de piedad en las
familias: los hijos hacen lo que ven hacer a sus padres, si los padres no rezan
los hijos tampoco; si un joven no reza puede recibir una vocación de entrega al
servicio a Dios y a las almas, pero no lo entiende y huye. Es como la tierra
del camino, aunque la inundes de la mejor semilla no puede dar fruto.
En segundo lugar el egoísmo de los padres: que buscan más su
tranquilidad que el bien de sus hijos y para que les dejen en paz se conforman
con satisfacer todos sus caprichos, como el primo de Harry Potter; y con esto
lo único que consiguen son unos hijos caprichosos y egoístas. Y si reciben la
semilla de la vocación con todo el entusiasmo, esta no puede madurar ni dar
fruto, porque los cuidados de este mundo y la falta de reciedumbre la ahogan.
En tercer lugar el descuido de los detalles en la formación de los
candidatos: se da por supuesto que saben lo que quieren y que tienen todos los
medios para ir adelante; pero por una libertad mal entendida no les
proporcionan la necesaria ayuda exterior, como el campo lleno de piedras, que
por la falta de tierra no puede dar fruto.
Terminaba diciendo que “con paciencia hay que preparar bien el terreno,
arar, quitar las piedras, eliminar las malas yerbas, abonar, y cuando está
preparado se siembra y seguro que da fruto: el 30, el 60, el 100 por uno”.
Dicho así resulta fácil, pero ¿por qué es tan difícil conseguir los frutos?
Para remediar estas dificultades yo empezaría por desbrozar, segar los
cardos y abrojos que pueden alcanzar más de un metro de altura; una vez
cortados se amontonan, se dejan secar y se prenden fuego, para destruir también
las semillas. Luego con el arado de disco grande se levantan las raíces, que
algunas son muy profundas. Se recogen y se dejan fuera del campo.
Con esto el campo ya está limpio pero todavía no está listo. Es
necesario seguir removiendo la tierra, quitarle todas las piedras, empezando
por las más grandes. Además, en la siguiente primavera aparecen otra vez las
malas yerbas, que han sobrevivido al fuego o que sus semillas han sido traídas
por el viento y es necesario seguir limpiando.
La parábola del sembrador es muy gráfica pero necesita ser aplicada a
cada caso. El candidato al sacerdocio no es un campo inerte, es una persona
libre, que piensa y decide por si mismo. Que debe conseguir la piedad
suficiente, aunque a lo mejor no la ha recibido totalmente en su familia, para
lo que tiene todos los medios de formación a su alcance en el seminario. Que
debe conseguir la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza que le
permitan vivir en el mundo, usando los medios materiales que necesite, sin
dejarse engañar por lo que reluce. Que debe dejarse ayudar en una dirección
espiritual exigente para que puedan quitar de su vida todo lo que estorba.
De esta manera la gracia de la vocación da fruto seguro; pero no basta
con recibirla con todo el entusiasmo, es necesario estar preparado; y esta
preparación no termina nunca.
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