Una cosa que hecho de menos en la
catedral de mi ciudad y de casi todas las ciudades es la celebración solemne de
las vísperas una vez a la semana: con los clérigos sentados en el coro de los
canónigos, con cruz procesional, incensación del altar, procesión de entrada.
Unos clérigos con capa pluvial, otros con sotana y roquete, los acólitos con
alba. Todo a la luz de las velas, sin luz eléctrica. Un oficio tranquilo,
sereno, sin grandes artificios corales (que a veces despistan más que ayudan),
sino con la sencillez de los que oran. Una ceremonia mejorada semana tras
semana, porque no se trata de una celebración inusual.
Los obispos se quejan de que no hay sacerdotes, pero laicos sí que hay y
a estos se les puede revestir con prendas adecuadas a la solemnidad del acto.
Con tres sacerdotes con capa pluvial y veinte laicos revestidos con cosas
parecidas a las togas académicas se pueden hacer magníficas liturgias. ¿Cuánto
tardaremos en ver esto? ¿Lo veremos? Todo esto lo expuse en mi libro El
incienso de la alabanza. Pero, hoy por hoy, ha quedado todo sobre el papel.
Deseos sobre el papel.
P.
FORTEA
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