ENSEÑANZA DE JOSEMARÍA
ESCRIVÁ: LA LIBERTAD GANADA POR CRISTO EN LA CRUZ (I)
PENSAMIENTO Y ACCIÓN
Enseñanza de Josemaría Escrivá: la libertad ganada por Cristo en la cruz (I)
Aproximación teológica a algunas enseñanzas del fundador del Opus Dei sobre la libertad
Mons. Lluís Clavell. Publicadoen la revista ROMANA (33), fascículo 2º de 2001 26/06/2000
El jueves
26 de junio de 2003 se celebró, por primera vez, la festividad de San Josemaría
Escrivá de Balaguer. Coincidiendo con la primera celebración dedicada al
fundador del Opus Dei desde que fue canonizado el 6 de octubre de 2002,
publicamos en 4 partes semanales este trabajo de Lluís Clavell. Por tanto,
quedará completado en nuestras tres próximas ediciones, con fechas 3, 10 y 17
de julio.
"Nuestra
única finalidad es espiritual y apostólica, y tiene un resello divino: el amor
a la libertad, que nos ha conseguido Jesucristo muriendo en la Cruz (cfr.
Galat. IV, 31)".
1. INTRODUCCIÓN
La
libertad es un tema tan central, en la vida y en las enseñanzas de San
Josemaría Escrivá, que solía recordar en muchas ocasiones a quienes el Señor
llamó con su misma vocación: "Os dejo como herencia, en lo humano, el amor
a la libertad y el buen humor". Este amor a la libertad se advierte ya
desde el comienzo mismo de la misión recibida de Dios, y es considerado por San
Josemaría un resello divino. No existe solución de continuidad a lo largo de su
vida. En la primavera de 1974, un año antes de que el Señor le llamara a Sí, en
un encuentro con jóvenes de muchas naciones, expresaba las mismas convicciones
de modo informal, con viveza y simpatía: "En el siglo pasado, nuestros abuelos
-los míos, digamos vuestros bisabuelos- eran tan encantadores que luchaban de
verdad por la libertad personal. (…) Tenían toda una ilusión romántica, se
sacrificaban y luchaban por alcanzar esa democracia con la que soñaban, y una
libertad personal con responsabilidad personal. Así hay que amar la libertad:
con responsabilidad personal. (…) Voy como Diógenes con el farol, buscando la
libertad y no la encuentro en ninguna parte (…). Pienso que soy el último
romántico, porque amo la libertad personal de todos -la de los no católicos
también-".
Un
elemento central de su pensamiento es la convicción de que en lo humano el
mayor don recibido de Dios es la libertad y que esa es la característica
principal de las personas. Pero San Josemaría fue maestro de libertad no de
modo sólo teórico o especulativo, sino en cuanto que vivió intensamente la
libertad y la defendió con constancia heroica. Así lo han testimoniado muchas
personas que le conocieron, y de modo particular sus sucesores al frente del
Opus Dei, los Obispos Mons. Álvaro del Portillo y Mons. Javier Echevarría.
También han destacado este rasgo fuerte de San Josemaría las diversas
semblanzas publicadas desde 1975 y la biografía escrita por Andrés Vázquez de
Prada.
Los
escritos de San Josemaría no contienen una pura teoría sobre la libertad, sino
que ponen sobre el papel cómo la comprendió a fuerza de hechos concretos de su
propia vida. Yo diría que su estilo es más existencial y autobiográfico que
especulativo, y revela una singular clarividencia, rapidez y profundidad de
intuición intelectual. El filósofo italiano Cornelio Fabro, que le llamó
"maestro de libertad cristiana", ha titulado un estudio sobre las
publicaciones de San Josemaría con las palabras Con el temple de los Padres,
para señalar su semejanza con las obras de los Padres de la Iglesia. En la
patrística se advierte una fuerte unión entre vida y doctrina: se empieza a
desarrollar una cierta reflexión, que forma parte de la vida cristiana de los
Padres, que han de transmitir fielmente la Verdad revelada, que es Vida, en las
circunstancias determinadas de su tiempo.
Quizá
precisamente por esas características que van más allá del ámbito académico, el
Fundador del Opus Dei ha merecido la atención de estudiosos de varios saberes
humanísticos: de teólogos, filósofos, juristas, pedagogos, etc. En el campo
filosófico-teológico en que quiere moverse mi estudio, tengo que mencionar a
varios autores sin ánimo de ser exhaustivo: C. Fabro, ya citado, volvió sobre
el tema en El primado existencial de la libertad; Mons. Fernando Ocáriz, con
sus trabajos sobre la filiación divina; el Prof. Antonio Aranda; Carlos
Cardona, tanto en sus comentarios a obras de San Josemaría como en sus propios
trabajos sobre la libertad; Alejandro Llano; Leonardo Polo; Joan Bautista
Torelló y otros.
2. CONTEXTO HISTÓRICO
Para
profundizar en las enseñanzas de San Josemaría y valorarlas debidamente, es
necesario ofrecer unas pinceladas breves sobre la suerte de la libertad en la
cultura de su tiempo. Muchas veces su afirmación de la libertad procedía de su
defensa ante hechos concretos de la vida de muchos países. Siendo un maestro de
vida cristiana, percibía con profundidad los cambios de la cultura en la que
vivía. Se trata aquí sólo de ofrecer un marco general de referencia.
2.1. EL PROGRESIVO APRECIO DE LA
LIBERTAD
Una de
las realidades más importantes en juego en los cambios culturales modernos y
contemporáneos es, sin duda, la libertad junto a la autenticidad. Lo ha puesto
de relieve Charles Taylor en su conocida obra Las fuentes del yo, aunque él
mismo no parece concluir su diagnóstico de la modernidad.
En los
últimos siglos ha tenido lugar un progresivo descubrimiento del valor y de la
radicalidad de la libertad. En el plano existencial de las personas singulares
y de la sociedad, se ha consolidado una fuerte conciencia de la dignidad de la
persona y de sus derechos, a la vez que se ha afirmado la autonomía relativa de
las realidades terrenas. En el centro de todo este proceso, se encuentra la
experiencia vivida de la libertad, en el plano personal y en el de la vida
social y política. Esta mayor conciencia del alcance de la libertad y de su
valor se refleja en los textos jurídicos, en la literatura y en los desarrollos
especulativos. A mi modo de ver, se trata de un largo proceso de maduración de
algunas verdades cristianas que ha requerido siglos de historia para manifestar
cada vez más plenamente sus virtualidades.
Como es
lógico, la profundización en la libertad ha estado siempre acompañada de
escorias relacionadas con el pecado. En el orden teórico, muchos filósofos
tienden -a mi juicio, acertadamente- a ver la libertad como centro del hombre.
Pero a causa de un antropocentrismo cerrado a la trascendencia, muchas veces la
conciben como algo absoluto, que se fundamenta a sí mismo o que no necesita de
fundamento alguno: es decir, se llega hasta el extremo de ver la libertad como
fundante y no fundada. Esa autonomía antropocéntrica contiene un rechazo del
realismo metafísico -profundamente humano y reforzado por el cristianismo-, de
la aceptación del ser comunicado por Dios a las criaturas. El acto de ser es
fuente de actividad y, cuando es de orden espiritual, es un ser personal que
con el libre dinamismo se perfecciona y se dirige hacia su plenitud. Por eso
sucede la extraña paradoja, frecuente en la modernidad, de una fuerte
percepción de la libertad que luego se malogra tristemente de diversos modos.
Se comprende, porque la libertad se pierde cuando se rechaza su fundamento
metafísico, como se puede ver en dos orientaciones importantes de numerosos
pensadores modernos y contemporáneos.
Así en el
racionalismo, que prefiere la subjetiva claridad de las simples esencias al ser
de la realidad misma, la libertad acaba reducida a la necesidad conocida del
sistema, es decir a la conciencia de la propia necesidad (por ejemplo, en
cuanto modos de la única sustancia, del Deus sive Natura de Spinoza). La
realidad, como conjunto de esencias relacionadas a modo de sistema matemático
perfectamente aferrable por la razón humana, no deja espacio a la libertad, que
constituye un escándalo irracional para el sistema determinista (Leibniz). El
ser, con todo el dinamismo que de él surge, ha sido rechazado al preferir unas
esencias claras y distintas, más fácilmente manejables por el hombre en su dominio
del mundo, porque el ser no es perfectamente disponible.
Otra
forma importante y extrema del olvido y rechazo del ser acaece en las
concepciones de la realidad que, en lugar de las esencias, prefieren la
existencia como conjunto de hechos y acciones sin un sujeto enraizado en el
ser. Posición que podría calificarse de factualismo existencialista. En este
caso, la realidad se compone de hechos que se suceden sin surgir de una fuente
en la que encuentran una unidad y un significado. La libertad se disuelve en la
espontaneidad de actos desconectados y sin sentido. El tener que decidir -con
su aneja responsabilidad- deviene un peso insoportable, una condena (Sartre).
La temporalidad deja de ser una eternidad participada, para convertirse en un
sucederse lúdico o esteticista de actos puntuales y aislados. También en este
caso la exaltación de la libertad conduce paradójicamente a su pérdida.
2.2. LA MENTALIDAD DE PARTIDO
ÚNICO
San
Josemaría Escrivá, evitando siempre tomar posiciones políticas concretas,
defendió la libertad cristiana ante lo que llamaba "mentalidad de partido
único" tanto en el campo social y político como en el apostólico.
En el
campo político, después de la exaltación de una libertad individualista propia
del liberalismo, a lo largo del siglo XX se sucedieron ideologías y
experiencias políticas que tuvieron en común la negación de la libertad
personal. Totalitarismos en sentido estricto, como el comunismo y el
nacionalsocialismo; y otras formas políticas de excesiva limitación de la
libertad, dominadas por un partido único. Con su sentido cristiano de la
libertad, San Josemaría rechazó con mucha energía esa conculcación de la
persona humana y de su libertad y responsabilidad, haciéndose siempre eco de
las declaraciones del Magisterio de la Iglesia en este campo.
Ante el
fenómeno de masas despersonalizadas producido por estas tendencias de la vida
política y por diversas causas culturales, difundió la inquietud cristiana por
extraer de la masa anónima a las personas, para que asumiesen su libertad y
responsabilidad personales, sin conformarse a los intentos tiránicos de
sofocarlas.
2.3. CLERICALISMO Y MIEDO A LA
LIBERTAD
También
en el ámbito de la vida eclesial, se daban fenómenos de escasa conciencia de lo
que supone la libertad cristiana: personas y grupos con mentalidad de partido
único, en el ámbito del apostolado y de la actuación de los católicos en la
vida pública; gentes que se sentían con la misión de ofrecer una única solución
católica a los problemas del ámbito temporal; concepciones de la dirección
espiritual como una guía que sustituía a la conciencia cristiana de cada uno de
los fieles. Quizá la reacción a los excesos del liberalismo engendró en algunos
ambientes estas actitudes de miedo a la libertad y de renuncia a tomarse
responsabilidades.
El
fundador del Opus Dei percibía claramente que se trataba de una deformación
cristiana y de un oscurecimiento de la libertad. Si el clericalismo en general
consiste en la indebida injerencia de los clérigos en aquellos ámbitos que son
competencia de los laicos, San Josemaría supo detectar numerosas
manifestaciones de este clericalismo y su relación con la mentalidad de partido
único, que nace cuando se intenta ofrecer una única solución cristiana a los
problemas contingentes y opinables. Su planteamiento de la vida cristiana,
defendiendo la libertad de cada persona, tuvo que ir contra corriente, porque
era consciente de la tentación de clericalismo presente en quien cree o dice
que "baja del templo al mundo para representar a la Iglesia, y que sus soluciones
son las soluciones católicas a aquellos problemas. ¡Esto no puede ser, hijos
míos! Esto sería clericalismo, catolicismo oficial o como queráis llamarlo. En
cualquier caso, es hacer violencia a la naturaleza de las cosas".
No era un
punto marginal. El fundador del Opus Dei tenía una firme convicción de que las
personas afectadas por esa mentalidad no podían entender la misión que había
recibido de Dios de manifestar la grandeza de la vida ordinaria.
2.4. PROFUNDIZACIÓN CATÓLICA EN
LA LIBERTAD EN EL SIGLO XX
A lo
largo del siglo XX, bastantes teólogos y filósofos cristianos han ido
profundizando en el sentido cristiano de la libertad. Esta ganancia ha dado sus
frutos en los desarrollos doctrinales del Concilio Vaticano II, en los que
tiene un cierto peso la expresión paulina "la libertad de la gloria de los
hijos de Dios" (Rom 8, 21). Después no han faltado extremismos en
la línea de asumir un liberalismo fuerte o, en la aparentemente opuesta, de
algunas formas de teología de la liberación de orientación marxista. Digo
"aparentemente opuesta" porque ambas tienen una matriz común de
antropocentrismo de cerrada inmanencia.
En el
ámbito estrictamente académico, se ha constatado entre pensadores cristianos la
tendencia a un sentido más alto de la libertad que el usual en la teología y
filosofía escolásticas de la primera mitad del siglo XX. La idea de libertad
como mera propiedad de la facultad volitiva espiritual producía insatisfacción
y se intentaba verla como una expresión de toda la persona. Como escribe
Alejandro Llano, "la decisión libre implica existencialmente al ser humano
de modo más profundo y global que el propio conocimiento" o, como señala
Paul Ricoeur, al decidir yo me decido, con lo que pongo en mi decisión todo el
peso de mi ser.
También
la noción de libertad como pura capacidad de elegir medios se mostró reductiva
y muchos autores -por ejemplo, Joseph de Finance o Karol Wojtyla- subrayaron la
autodeterminación o autotrascendencia hacia la perfección y la plenitud, que se
manifiestan especialmente en la donación, punto en el que también convergen
filósofos bastante diversos como Leonardo Polo, Carlos Cardona o Robert
Spaemann.
Se quería
superar una visión unilateral, puramente estática de la metafísica, y un
extrinsecismo del obrar con respecto al ser. Se trataba, en el fondo, de sacar
las consecuencias de la superación del formalismo y, por tanto, de verlo todo desde
el punto de vista de la perfección por excelencia que es el ser, siempre que
éste no sea considerado simple existencia o estado de realidad, como han
mostrado Cornelio Fabro o Etienne Gilson.
La
actualidad y energía del ser participado no queda completamente encerrada en
los límites de la esencia, sino que hace que de ésta fluyan las potencias
activas, las capacidades operativas o facultades, que tienen más razón de acto
que de potencia. El ser es siempre fuente de actividad, y en Dios es idéntico a
su obrar inmanente de sabiduría y de amor.
A la luz
de este esfuerzo especulativo en la teología y en la filosofía, la libertad
como capacidad de elegir remite a algo más fundamental, que es el ser libre de
la persona. Con mayor o menor precisión, esta perspectiva se observa en no
pocas obras de antropología filosófica y teológica y, en general, en el modo de
abordar reflexivamente numerosos temas de la vida cristiana.
En el
contexto de los "maestros de vida cristiana" del siglo XX, el ejemplo
y las enseñanzas de San Josemaría Escrivá han tenido un influjo que los
historiadores podrán determinar más adelante. Su conciencia explícita de la
"libertad personal", de la "libertad de los hijos de Dios"
y de la "libertad responsable" estaba constantemente presente en sus
actuaciones y palabras.
Además de
los factores de su educación familiar, de su propia personalidad humana y
cristiana y probablemente también de su formación jurídica, pienso que su
penetración en la libertad se debe sobre todo a la luz fundacional recibida de
Dios y a su propia experiencia cristiana. No parece, desde luego, tener su
origen en la mentalidad dominante en el ambiente eclesiástico en que se formó,
ya que, como he anotado, mucho tuvo que luchar por defender la libertad
personal. En los años posteriores al Concilio Vaticano II, supo defender la
libertad personal cristiana frente a las deformaciones propias de una libertad
desligada de Cristo y de la verdad: las formas de teología de la liberación
inspiradas en el marxismo y la reducción de la libertad a libertinaje.
Cornelio
Fabro lo ha expresado así: "Hombre nuevo para los tiempos nuevos de la
Iglesia del futuro, Josemaría Escrivá de Balaguer ha aferrado por una especie
de connaturalidad -y también, sin duda, por luz sobrenatural- la noción
originaria de libertad cristiana. Inmerso en el anuncio evangélico de la
libertad entendida como liberación de la esclavitud del pecado, confía en el
creyente en Cristo y, después de siglos de espiritualidades cristianas basadas
en la prioridad de la obediencia, invierte la situación y hace de la obediencia
una actitud y consecuencia de la libertad, como un fruto de su flor o, más
profundamente, de su raíz".
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ENSEÑANZA DE JOSEMARÍA
ESCRIVÁ: LA LIBERTAD GANADA POR CRISTO EN LA CRUZ (II)
Enseñanza de Josemaría Escrivá: la libertad ganada por Cristo en la cruz (II)
Aproximación teológica a algunas enseñanzas del fundador del Opus Dei sobre la libertad
Mons. Lluís Clavell. Publicado en la revista ROMANA (33), fascículo 2º de 2001 03/07/2003
El jueves 26 de junio de 2003 se
celebró, por primera vez, la festividad de San Josemaría Escrivá de Balaguer.
Coincidiendo con la primera celebración dedicada al fundador del Opus Dei desde
que fue canonizado el 6 de octubre de 2002, estamos publicando en 4 partes
semanales un amplio trabajo de Lluís Clavell. Ésta es la segunda y, por tanto,
quedará completado en nuestras dos próximas ediciones, con fechas 10 y 17 de
julio.
"Nuestra
única finalidad es espiritual y apostólica, y tiene un resello divino: el amor
a la libertad, que nos ha conseguido Jesucristo muriendo en la Cruz (cfr.
Galat. IV, 31)".
3. LA LIBERTAD DE LOS HIJOS DE
DIOS Y SU RELACIÓN CON LA CRUZ
El
pensamiento de San Josemaría Escrivá se refiere a la libertad personal y a sus
consecuencias: a la libertad radical o fundamental y a las libertades
aplicadas, por decirlo con una expresión bastante usual. Son dos aspectos que
se entrecruzan y son inseparables. Como he dicho al principio, uno de los
méritos del Fundador del Opus Dei consiste precisamente en haber unido doctrina
y vida en este tema como en muchos otros y, por tanto, en haber puesto de
relieve bastantes concreciones de la libertad en diversos campos, en unos
momentos en los que la tendencia general de la cultura no iba en ese sentido.
En la bibliografía a la que he recurrido para entrar en este tema, abundan las
reflexiones sobre estos puntos. Sin embargo, no hay en esos escritos un estudio
que afronte directamente la relación entre la libertad y la Cruz, que será el
objeto central de este artículo.
Algunos
textos invitan a hacerlo. Por ejemplo, entre otros, esta declaración del autor
en la primavera de 1974 afirmando que el elemento más decisivo de su amor a la
libertad es la muerte de Cristo en la Cruz: "Amo la libertad de los demás,
la vuestra, la del que pasa ahora mismo por la calle, porque si no la amase, no
podría defender la mía. Pero ésa no es la razón principal. La razón principal
es otra: que Cristo murió en la Cruz para darnos la libertad, para que nos
quedáramos in libertatem gloriae filiorum Dei (Rom. VIII, 21)".
San
Josemaría usaba mucho la expresión "la libertad de los hijos de
Dios". De este modo ponía el acento en la relación de la libertad con la
filiación divina, que Dios le había hecho ver como fundamento de su vida
espiritual. Por eso decía: "¡Cada día aumentan mis ansias de anunciar a
grandes voces esta insondable riqueza del cristiano: la libertad de la gloria
de los hijos de Dios! (Rom. VIII, 21)". Pero igualmente
característico es su modo de ver la libertad como don divino que nos llega a
través de la Cruz. Así escribe sobre "el amor a la libertad, que nos ha
conseguido Jesucristo muriendo en la Cruz (cfr. Galat. IV, 31)". A veces
aparecen juntos los dos aspectos: la libertad de los hijos de Dios y la
referencia a Cristo redentor en la Cruz, remitiendo a los textos paulinos ya
citados de Romanos y Gálatas: "Hijos míos, somos una numerosa y
variadísima familia, que crece y se desarrolla in libertatem gloriae filiorum
Dei (Rom. VIII, 21), qua libertate Christus nos liberavit (Galat.
IV, 31), en la libertad gloriosa que Jesucristo nos ha adquirido redimiéndonos
de toda servidumbre. Nuestro espíritu es de libertad personal".
En su
modo de pensar la conexión entre libertad y Cruz, confluyen su estudio de la
teología, la meditación personal, algunas experiencias espirituales
especialmente intensas y, sobre todo, su sentido de la filiación divina. Por
este motivo, algunos de los textos más incisivos se encuentran en escritos que
manifiestan muy directamente el encuentro personal de San Josemaría con Cristo,
como son sus comentarios a las estaciones del Via Crucis y a los misterios
dolorosos de Santo Rosario.
3.1. ESTAR EN LA CRUZ ES SER
CRISTO Y, POR TANTO, HIJO DE DIOS
Antes de
entrar en esos textos y para enmarcarlos, quisiera referirme a una
profundización de San Josemaría expuesta en una meditación del 28 de abril de
1963. Son palabras que muestran la densidad antropológica y teológica de su oración:
"Cuando el Señor me daba aquellos golpes, por el año treinta y uno, yo no
lo entendía. Y de pronto, en medio de aquella amargura tan grande, esas
palabras: tú eres mi hijo (Ps. II, 7), tú eres Cristo. Y yo sólo sabía
repetir: Abba, Pater!; Abba, Pater!; Abba!, Abba!, Abba! Ahora lo veo con una
luz nueva, como un nuevo descubrimiento: como se ve, al pasar los años, la mano
del Señor, de la Sabiduría divina, del Todopoderoso. Tú has hecho, Señor, que
yo entendiera que tener la Cruz es encontrar la felicidad, la alegría. Y la
razón -lo veo con más claridad que nunca- es ésta: tener la Cruz es
identificarse con Cristo, es ser Cristo y, por eso, ser hijo de Dios".
El
fundador del Opus Dei se refiere a un período de grandes tribulaciones
interiores y exteriores. Pero en esos momentos, no le falta el consuelo del
Señor. Precisamente entonces Dios le concede nuevas luces sobre la misión
recibida. Una de ellas tiene lugar el 7 de agosto de 1931 y se refiere a la
Cruz. Durante la Santa Misa, en el momento de la elevación de la Sagrada
Hostia, el Señor pone en su pensamiento las palabras del Evangelio de San Juan,
"et si exaltatus fuero a terra, omnia traham ad me ipsum" (Jn 12,
32), con un significado preciso: "Y comprendí que serán los hombres y
mujeres de Dios, quienes levantarán la Cruz con las doctrinas de Cristo sobre
el pináculo de toda actividad humana… Y vi triunfar al Señor, atrayendo a Sí
todas las cosas". Se trata de una iluminación sobre el modo de colaborar,
mediante nuestro trabajo, con la acción de Cristo en la Cruz que atrae todo
hacia Sí y hacia el Padre. El cristiano, santificando su existencia secular
ordinaria, hace presente la exaltación redentora de Cristo.
Poco
tiempo después, el 16 de octubre de 1931, tiene lugar el hecho al que se
refería en la meditación del 28 de abril de 1963: "Sentí la acción del
Señor, que hacía germinar en mi corazón y en mis labios, con la fuerza de algo
imperiosamente necesario, esta tierna invocación: Abba! Pater! Estaba yo en la
calle, en un tranvía (…). Probablemente hice aquella oración en voz alta. Y
anduve por las calles de Madrid, quizá una hora, quizá dos, no lo puedo decir,
el tiempo se pasó sin sentirlo. Me debieron de tomar por loco. Estuve
contemplando con luces que no eran mías esa asombrosa verdad, que quedó
encendida como una brasa en mi alma, para no apagarse nunca".
Como
hemos anunciado, con el paso de los años, San Josemaría ve esa intervención
divina con mayor hondura. El texto de 1963 ya citado contiene el núcleo de su
profundización: "Tú has hecho, Señor, que yo entendiera que tener la Cruz
es encontrar la felicidad, la alegría. Y la razón -lo veo con más claridad que
nunca- es ésta: tener la Cruz es identificarse con Cristo, es ser Cristo y, por
eso, ser hijo de Dios". Las luces recibidas de Dios, entreveradas con los
sucesos de su vida, le han llevado al descubrimiento personal de que estar en
la Cruz es ser Cristo y, por tanto, hijo de Dios.
Esta
formulación tan concisa es de una notable densidad teológica. En ella la
filiación divina queda vinculada a la identificación con Cristo, al ser ipse
Christus. Ese ser Cristo tiene un sentido sacramental. Por el bautismo y
por los demás sacramentos, mediante la acción del Espíritu Santo, el hombre
deviene Cristo, se hace cristiforme, miembro de Cristo. Pero además, esa
realidad de la nueva criatura se proyecta en toda la vida y tiende a crecer y a
manifestarse en todas las acciones, actuando como Cristo o, dicho de otro modo,
dejando -mediante nuestra libertad- que Cristo actúe en nosotros, juntamente con
la fuerza operativa del Paráclito.
Por eso,
así como el momento culminante de la obediencia de Cristo a la voluntad del
Padre es su sacrificio en la Cruz, también todo cristiano se identifica
especialmente con Cristo cuando lleva la Cruz detrás del Maestro. Esta
identificación se actualiza y crece cada vez que, movidos por el Espíritu
Santo, nos ofrecemos con Cristo al Padre en la celebración del Sacrificio
eucarístico, que hace presente de nuevo en un punto del espacio y del tiempo el
mismo Sacrificio del Calvario. Allí, de modo sacramental, el cristiano ejerce y
refuerza su ser hijo de Dios Padre en el Hijo -somos hijos en el Hijo-,
formando una sola cosa con Cristo.
No es
extraño que Dios haya querido mostrar al fundador del Opus Dei la conexión
entre la celebración de la Santa Misa y la identificación con Cristo, con lo
que le hace sentir de algún modo el cansancio del Hijo de Dios en la Cruz:
"Después de tantos años, aquel sacerdote hizo un descubrimiento
maravilloso: comprendió que la Santa Misa es verdadero trabajo: operatio Dei,
trabajo de Dios. Y ese día, al celebrarla, experimentó dolor, alegría y
cansancio. Sintió en su carne el agotamiento de una labor divina. A Cristo
también le costó esfuerzo la primera Misa: la Cruz".
Existen
otros testimonios de diversos períodos de su vida acerca de esa intensidad y
del consiguiente cansancio. De todos modos, sobre ese día mencionado, dijo:
"A mí nunca me ha costado tanto la celebración del Santo Sacrificio como
ese día, cuando sentí que también la Misa es Opus Dei. Me dio mucha
alegría". Dios quiso hacerle entender con mayor profundidad que la
identificación con Cristo, que ejerce su libertad cumpliendo la voluntad del
Padre dejándose clavar en la Cruz, tiene lugar radicalmente en la Santa Misa.
Partiendo
de la Cruz y, por tanto, del Santo Sacrificio de la Eucaristía, nuestra
filiación divina se prolonga en todos los actos de la existencia cotidiana
vividos en obediencia amorosa a la voluntad del Padre. Entonces se realiza lo
que San Josemaría afirmaba en el texto ya citado: "Tú has hecho, Señor,
que yo entendiera que tener la Cruz es encontrar la felicidad, la
alegría". El hombre siente la alegría de saberse hijo de Dios en Cristo y
saborea -aun en medio del dolor- la felicidad de amar a Dios y a los demás, el
gozo de saber que todas las acciones, incluso las más materiales, sirven para
poner en alto la Cruz de Cristo que atrae todo hacia Sí.
3.2. LA LIBERTAD DEL HIJO
UNIGÉNITO CULMINADA EN LA CRUZ
Se diría
que hasta ahora no ha aparecido la libertad. Ciertamente, de manera explícita
no, pero en esa felicidad y alegría, en la condición de hijo de Dios y no de
esclavo, se adivina el sentido más profundo de la libertad. Consideremos ahora
la libertad de Cristo, expresada en el cuarto Evangelio: "Por eso mi Padre
me ama, porque doy mi vida para tomarla otra vez. Nadie me la arranca, sino que
yo la doy de mi propia voluntad, y yo soy dueño de darla y dueño de
recobrarla". Y comenta San Josemaría: "Nunca podremos acabar de
entender esa libertad de Jesucristo, inmensa -infinita- como su amor".
Estas palabras nos invitan a meternos en el claroscuro de la sabiduría y del
amor de la Vida divina.
A San
Josemaría le gusta considerar cómo en todos los misterios de la Revelación
"aletea ese canto a la libertad". La creación es ya "un libre
derroche de amor". Y es también el amor gratuito y libérrimo de Dios el
motivo de la Redención. Su trato con cada una de las Personas divinas le lleva
a exponer su visión de la economía de la salvación partiendo de la vida intratrinitaria
de sabiduría y de amor, y terminando en el misterio pascual de la Muerte y
Resurrección del Verbo encarnado. "Dios es Amor". "El abismo de
malicia, que el pecado lleva consigo, ha sido salvado por una Caridad infinita.
Dios no abandona a los hombres. Los designios divinos prevén que, para reparar
nuestras faltas, para restablecer la unidad perdida, no bastaban los
sacrificios de la Antigua Ley: se hacía necesaria la entrega de un Hombre que
fuera Dios. Podemos imaginar -para acercarnos de algún modo a este misterio
insondable- que la Trinidad Beatísima se reúne en consejo, en su continua
relación íntima de amor inmenso y, como resultado de esa decisión eterna, el
Hijo Unigénito de Dios Padre asume nuestra condición humana, carga sobre sí
nuestras miserias y nuestros dolores, para acabar cosido con clavos a un
madero".
La
referencia a la Vida trinitaria -con su libertad amorosa- y a las misiones
visibles e invisibles del Hijo y del Espíritu Santo es una luz intensa que
ilumina toda su predicación: "El Dios de nuestra fe no es un ser lejano,
que contempla indiferente la suerte de los hombres, sus afanes, sus luchas, sus
angustias. Es un Padre que ama a sus hijos hasta el extremo de enviar al Verbo,
Segunda Persona de la Trinidad Santísima, para que encarnándose muera por
nosotros y nos redima. El mismo Padre amoroso que ahora nos atrae suavemente
hacia Él, mediante la acción del Espíritu Santo que habita en nuestros
corazones".
Para
acercarse al misterio eucarístico -al hacerse presente una y otra vez el único
Sacrificio del Calvario, en el que Cristo revela de modo máximo el amor
misericordioso- San Josemaría parte también del amor y libertad propios de la
vida trinitaria: "Esta corriente trinitaria de amor por los hombres se
perpetúa de manera sublime en la Eucaristía. (…) Hablaba de corriente
trinitaria de amor por los hombres. Y ¿dónde advertirla mejor que en la Misa?
La Trinidad entera actúa en el santo sacrificio del altar. (…) Toda la Trinidad
está presente en el sacrificio del Altar. Por voluntad del Padre, cooperando el
Espíritu Santo, el Hijo se ofrece en oblación redentora".
La
libertad de Cristo, en la predicación de San Josemaría Escrivá, se entiende en
este contexto del amor trinitario. El Hijo tiene el mismo señorío, amor y
libertad que el Padre, porque es de su misma naturaleza. Su amor al Padre le
lleva a ejercitar ese señorío y dominio cumpliendo la voluntad del Padre.
Libertad y señorío que se traducen en servicio y donación desde el nacimiento
hasta la Cruz. En el nacimiento se revela esta lógica de la libertad divina,
que lleva a la donación y a la kénosis, que interpela a la libertad de cada
hombre. "Dios se humilla para que podamos acercarnos a Él, para que
podamos corresponder a su amor con nuestro amor, para que nuestra libertad se rinda
no sólo ante el espectáculo de su poder, sino ante la maravilla de su
humildad".
La
libertad como donación por parte de Dios contiene la paradoja fundamental del
cristianismo: el anonadamiento y kénosis del Verbo; paradoja que llega a su
tensión más alta en la Cruz, donde Cristo ejercita de modo sublime y con
libertad plena su amor infinito a la voluntad del Padre y a la liberación de
todos los hombres mediante su Pasión y Muerte, que le llevará a la victoria de
la Resurrección. La corriente trinitaria de amor llega al colmo en la Pasión.
"Cuando llega la hora marcada por Dios para salvar a la humanidad de la
esclavitud del pecado, contemplamos a Jesucristo en Getsemaní, sufriendo
dolorosamente hasta derramar un sudor de sangre (Cfr. Lc XXII, 44), que
acepta espontánea y rendidamente el sacrificio que el Padre le reclama".
Esta aceptación espontánea y rendida es ejercicio altísimo de la libertad y del
señorío de querer servir a toda la humanidad.
Por eso,
en la meditación personal de San Josemaría sobre la Pasión, aparecen los textos
quizá más sublimes sobre la libertad de Cristo como donación absoluta y como
revelación del amor trinitario que está por encima de todo mal. Así, en su
comentario a la IX estación del Via Crucis, se expresa de modo muy intenso la
paradoja de la libertad de Cristo en la Cruz: "Al llegar el Señor al
Calvario, le dan a beber un poco de vino mezclado con hiel, como un narcótico,
que disminuya en algo el dolor de la crucifixión. Pero Jesús, habiéndolo
gustado para agradecer ese piadoso servicio, no ha querido beberlo (cfr. Mt
XXVII, 34). Se entrega a la muerte con la plena libertad del amor" .
En la XII
estación, que contempla la muerte del Hombre-Dios en la Cruz, San Josemaría
Escrivá sigue mirando a Cristo en su libre donación: "Es el Amor lo que ha
llevado a Jesús al Calvario. Y ya en la Cruz, todos sus gestos y todas sus
palabras son de amor, de amor sereno y fuerte. Con ademán de Sacerdote Eterno,
sin padre ni madre, sin genealogía (cfr. Heb VII,3), abre sus brazos a
la humanidad entera". En ocasiones decía que era el Amor -más que los
clavos- lo que había cosido a Cristo en la Cruz.
En el
comentario del 5º misterio doloroso del Santo Rosario, la Cruz aparece como
lugar de triunfo: "Jesús Nazareno, Rey de los judíos, tiene dispuesto el
trono triunfador. Tú y yo no lo vemos retorcerse, al ser enclavado: sufriendo
cuanto se pueda sufrir, extiende sus brazos con gesto de Sacerdote
Eterno". San Josemaría parece seguir de algún modo la presentación de la
Pasión de Cristo en el cuarto Evangelio, donde San Juan quiere expresar la
libertad, el dominio de Jesús que se entrega libremente, y a la vez quizá se
inspira en la iluminación divina ya referida de la exaltación de Cristo en la
Cruz para atraer a todos, y que revela un aspecto nuevo de Juan 12, 32.
La Cruz infamante se convierte en trono desde el que Cristo reina: "Pero
la Cruz será, por obra de amor, el trono de su realeza" (II estación del
Via Crucis).
San
Josemaría Escrivá invita a descubrir, en la libertad del amor con que Jesús lleva
la Cruz sobre sus espaldas, un modelo para adquirir la propia libertad.
"Mira con qué amor se abraza a la Cruz. -Aprende de Él-. Jesús lleva Cruz
por ti: tú, llévala por Jesús. Pero no lleves la Cruz arrastrando… Llévala a
plomo, porque tu Cruz, así llevada, no será una Cruz cualquiera: será… la Santa
Cruz. No te resignes con la Cruz. Resignación es palabra poco generosa. Quiere
la Cruz. Cuando de verdad la quieras, tu Cruz será… una Cruz, sin Cruz"
(4º misterio doloroso de Santo Rosario). El cristiano crece en libertad
en la medida en que ama la Cruz. Entonces va teniendo lugar en cada uno la
liberación que Cristo nos ha conseguido.
En estos
textos se ha puesto de manifiesto cómo la libertad de Cristo se expresa en el
amor total -locura de amor, repite muchas veces el fundador del Opus Dei- a la
voluntad del Padre. Es la "plena libertad del amor" del Hijo Amado.
Hay otros pasajes donde esta conexión entre la libertad amorosa de Jesús y su
filiación al Padre es todavía más explícita y hace pensar en una oración muy
intensa y en una realidad vivida por San Josemaría: "Jesús ora en el
huerto: Pater mi (Mt XXVI,39), Abba, Pater! (Mc XIV,36). Dios es
mi Padre, aunque me envíe sufrimiento. Me ama con ternura, aun hiriéndome.
Jesús sufre, por cumplir la Voluntad del Padre… Y yo, que quiero también
cumplir la Santísima Voluntad de Dios, siguiendo los pasos del Maestro, ¿podré
quejarme, si encuentro por compañero de camino al sufrimiento? Constituirá una
señal cierta de mi filiación, porque me trata como a su Divino Hijo. Y
entonces, como Él, podré gemir y llorar a solas en mi Getsemaní, pero postrado
en tierra, reconociendo mi nada, subirá hasta el Señor un grito salido de lo
íntimo de mi alma: Pater mi, Abba, Pater,…fiat!".
La
oración de Josemaría Escrivá aquel 16 de octubre de 1931 le ayuda aquí a
penetrar más profundamente en el doloroso diálogo de Jesús con el Padre en el
Huerto de los Olivos. La tentación del sinsentido del dolor se supera con la
libertad del amor, con el abrazo a la voluntad de Dios Padre para servir a
todos los hombres, enseñándoles el sentido más hondo de su ser libres. Después
de la oración en Getsemaní, Jesús se entrega libremente: "El
Prendimiento:… venit hora: ecce Filius hominis tradetur in manus peccatorum (Mc
XIV,41)… Luego, ¿el hombre pecador tiene su hora? ¡Sí, y Dios su
eternidad!…¡Cadenas de Jesús! Cadenas, que voluntariamente se dejó Él poner,
atadme, hacedme sufrir con mi Señor, para que este cuerpo de muerte se humille…
Porque -no hay término medio- o le aniquilo o me envilece. Más vale ser esclavo
de mi Dios que esclavo de mi carne". De nuevo la paradoja entre las
cadenas y la libertad. Sin esas cadenas, sin un compromiso de amor y de
servicio, queda sólo la esclavitud al propio yo.
Me he
detenido en el momento culminante de la Pasión y Muerte -inseparable de la
Resurrección y Ascensión y del posterior envío del Espíritu Santo en la mañana
de Pentecostés-, pero vale la pena recordar que toda la vida de Jesús está
impregnada de esta libertad amorosa del Hijo que no tiene otro deseo que
manifestar el amor misericordioso del Padre. Tomo aquí sólo un ejemplo: el de
la vida oculta de la Sagrada Familia en Nazaret, muy querido por San Josemaría,
porque la luz recibida de Dios acerca de la santidad en la vida ordinaria le
llevó a descubrir el valor redentor de esos largos años, que no se limitan a
ser una preparación para la misión pública, sino que son ya en sí mismos
salvadores. Jesús obedece a María y a José: "erat subditus illis (Lc
II, 31), obedecía. Hoy que el ambiente está colmado de desobediencia, de
murmuración, de desunión, hemos de estimar especialmente la obediencia. Soy muy
amigo de la libertad, y precisamente por eso quiero tanto esa virtud cristiana.
Debemos sentirnos hijos de Dios, y vivir con la ilusión de cumplir la voluntad
de nuestro Padre".
La
contraposición entre libertad y obediencia, cuando en ésta se manifiesta de un
modo u otro la voluntad de Dios, suele ser señal de una visión todavía pobre de
la libertad, como capacidad de elegir desprovista de su sentido y finalidad. La
libertad de Cristo manifestada en la obediencia al Padre durante toda su
existencia muestra la clave de su biografía terrena desde Nazaret hasta la Cruz
e ilumina el sentido de nuestra propia libertad como respuesta amorosa a la
libertad divina.
3.3. LA LIBERTAD DE LOS HIJOS DE
DIOS ORIENTADA A LA ENTREGA DE SÍ
La
libertad del amor trinitario que se manifiesta en la vida de Jesucristo tiene
una doble eficacia con respecto a nosotros. Por una parte nos revela el sentido
más profundo y radical de nuestro ser personas y de nuestra libertad. El
Concilio Vaticano II ha tratado este punto no sólo por lo que se refiere a
nuestro ser, sino también a nuestra libertad: "Más aún, el Señor, cuando
ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros también somos uno (Ioh 17,
21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón humana, sugiere una
cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la unión de los hijos
de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra que el hombre,
única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no puede
encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a los
demás".
Por otro
lado, Cristo nos consigue la gracia divina y así el hombre, que a causa del
pecado se hallaba con la libertad disminuida como capacidad de amar y de
corresponder a la libertad y al amor divino, puede recuperar esa pérdida
gracias a la libertad de Cristo, de la que surge el amor que vence todo mal y
toda esclavitud. La libertad que Cristo nos consiguió en la Cruz es el gran don
de ser hijos del Padre y de poder amar a Dios y, por Él, a las demás personas
creadas. Entonces se ve que la libertad no se contrapone a la entrega, sino que
en ella encuentra su razón de ser: "Nada más falso que oponer la libertad a
la entrega, porque la entrega viene como consecuencia de la libertad. Mirad,
cuando una madre se sacrifica por amor a sus hijos, ha elegido; y según la
medida de ese amor, así se manifestará su libertad. Si ese amor es grande, la
libertad aparecerá fecunda, y el bien de los hijos proviene de esa bendita
libertad, que supone entrega, y proviene de esa bendita entrega, que es
precisamente libertad".
Estamos
ante un punto de gran importancia. La libertad es para la entrega, de tal modo
que la donación de sí es el acto más propio y adecuado de la libertad, como
manifiesta de modo sublime la respuesta de María al recibir el anuncio del
Ángel: "Nuestra Madre escucha, y pregunta para comprender mejor lo que el
Señor le pide; luego, la respuesta firme: fiat! (Lc I, 38) -¡hágase en
mí según tu palabra!-, el fruto de la mejor libertad: la de decidirse por
Dios". Una vez más, la paradoja -esta vez en María- entre declararse
esclava del Señor y adquirir el mayor señorío y la mayor libertad.
Lógicamente,
esto se entiende bien sólo desde la verdad de nosotros mismos. Sabernos hijos
de Dios nos permite ser libres. "Saber que hemos salido de las manos de
Dios, que somos objeto de la predilección de la Trinidad Beatísima, que somos
hijos de tan gran Padre. Yo pido a mi Señor que nos decidamos a darnos cuenta
de eso, a saborearlo día a día: así obraremos como personas libres. No lo
olvidéis: el que no se sabe hijo de Dios desconoce su verdad más íntima, y
carece en su actuación del dominio y del señorío propios de los que aman al Señor
por encima de todas la cosas".
La
filiación divina permite entender y vivir la libertad. Incorporados a Cristo,
de algún modo formamos una sola cosa con Él, y en Él participamos como hijos
adoptivos en las procesiones eternas intratrinitarias del Hijo y del Espíritu
Santo. Los "hijos en el Hijo" participamos -de manera finita- de ese
señorío, tenemos la libertad de los hijos. No somos esclavos ni siervos, sino
hijos y amigos que conocemos los secretos del Padre comunicados por el Hijo
-participando en la filiación del Verbo encarnado- y amamos a Dios Padre y a
todas las personas por la participación en el Espíritu Santo, Amor recíproco
entre el Padre y el Hijo. "La libertad adquiere su auténtico sentido
cuando se ejercita en servicio de la verdad que rescata, cuando se gasta en
buscar el Amor infinito de Dios, que nos desata de todas las
servidumbres". La búsqueda de la infinitud que de un modo u otro todo
hombre y toda mujer se empeñan en alcanzar, deja de ser la "mala
infinitud" hegeliana y se convierte en la adhesión al único Infinito.
La
objeción que, quizás hoy con más intensidad que ayer, todo hombre se plantea
es: "¿responder que sí a ese Amor exclusivo no es acaso perder la
libertad?". Esa pregunta surge sobre todo ante el dolor y el esfuerzo que
conlleva un amor total y sin condiciones. Pero también ante el vaciamiento o
pérdida de sí mismo que parece tan contrario a los ideales de libertad y
autenticidad. En cierto modo, la respuesta se obtiene de modo convincente sólo
con la experiencia de decidirse a buscar ese Amor: "Amar es… no albergar
más que un solo pensamiento, vivir para la persona amada, no pertenecerse,
estar sometido venturosa y libremente, con el alma y el corazón, a una voluntad
ajena… y a la vez propia". Sólo entonces se entiende bien y se saborea la
propia libertad. "El alma enamorada conoce que, cuando viene ese dolor, se
trata de una impresión pasajera y pronto descubre que el peso es ligero y la
carga suave, porque lo lleva Él sobre sus hombros, como se abrazó al madero
cuando estaba en juego nuestra felicidad eterna (cfr. Mt XI, 30).
La
libertad sólo manifiesta todo su sentido y supera las paradojas cuando se
descubre como don divino, con el que podemos colaborar con Dios. Es verdad que
todos podemos sentir, y de hecho sentimos a veces, rebeldía, y entonces no
comprendemos "que la Voluntad divina, también cuando se presenta con
matices de dolor, de exigencia que hiere, coincide exactamente con la libertad,
que sólo reside en Dios y en sus designios". Aun así vale la pena recordar
que, en definitiva, la exigencia de amar de modo total y pleno es bien conforme
a nuestra naturaleza.
3.4. LA LIBERTAD DEL HIJO DE
DIOS, OBRA DE LAS TRES PERSONAS DIVINAS
Para
finalizar esta parte central del estudio dedicada a la libertad en su dimensión
de don sobrenatural anejo a la filiación divina, quisiera presentar algunas
formulaciones de San Josemaría en las que se acentúa este aspecto propio de la
libertad que nos viene de la redención y elevación a la condición de hijos de
Dios, mediante la gracia ganada por Cristo en la Cruz y difundida en nosotros
por el Espíritu Santo, es decir de nuestra participación en la vida trinitaria.
A este respecto, se puede recordar que en el Nuevo Testamento el término
"libertad" (eleuthería) no significa sólo un estado o una situación
opuesta a la esclavitud, sino que se refiere a la condición ontológica de los
hijos de Dios. Esta condición es fruto de la acción de la Santísima Trinidad,
que se manifiesta en la referencia a una u otra Persona divina, según cada
contexto en los escritos neotestamentarios.
Han
aparecido ya algunos de los numerosísimos textos de San Josemaría que se
refieren a esa libertad de los hijos de Dios y que, por tanto, miran
especialmente a Dios Padre aunque, como es obvio, la remisión al capítulo VIII
de la Carta de San Pablo a los Romanos (in libertatem filiorum Dei: cfr. Rom
VIII, 21) conlleva la acción inseparable de Cristo y del Espíritu Santo. La
libertad que nos concede Dios Padre no es una libertad cualquiera, sino
precisamente la libertad de los hijos de Dios.
En otras
ocasiones se expresa la dimensión cristológica con la referencia a Gálatas IV,
31, como en estas palabras ya citadas: "la libertad, que nos ha conseguido
Jesucristo muriendo en la Cruz". O bien aparecen juntas las referencias a
los textos de Romanos y Gálatas, como en el siguiente pasaje también citado
anteriormente: "somos una numerosa y variadísima familia, que crece y se
desarrolla in libertatem gloriae filiorum Dei (Rom. VIII, 21), qua
libertate Christus nos liberavit (Galat. IV, 31), en la libertad
gloriosa que Jesucristo nos ha adquirido redimiéndonos de toda
servidumbre". Dios Padre es fuente de nuestra libertad mediante la
Encarnación del Hijo unigénito y el envío del Amor consustancial del Padre y
del Hijo.
Abundan
también las referencias directas al Espíritu Santo, que es siempre el Espíritu
de Cristo, especialmente cuando San Josemaría quiere aludir a los variadísimos
modos con que actúa el Paráclito, siempre adecuados a cada alma: "nuestra
diversidad no es, para la Obra, un problema: por el contrario, es una
manifestación de buen espíritu, de vida corporativa limpia, de respeto a la
legítima libertad de cada uno, porque ubi autem Spiritus Domini, ibi libertas (II
Cor. III, 17); donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad".
Todas estas
afirmaciones se mueven dentro del núcleo central de la Revelación divina
constituido por el mismo Dios Tripersonal, por la Encarnación del Verbo que nos
redime y por el envío del Espíritu Santo. En términos de la teología de Santo
Tomás de Aquino, la historia de la humanidad está profundamente marcada por el
pecado original y por los pecados personales, pero con la gracia divina
conquistada por Cristo con su Muerte en la Cruz y su Resurrección, se pasa de
la esclavitud de la propia miseria a la libertad de los hijos. El hombre es
sanado y elevado por la gracia, haciéndose partícipe del Verbo y del Espíritu
Santo, para poder libremente conocer a Dios con verdad y amarle con rectitud:
"fit particeps divini Verbi et procedentis Amoris, ut possit libere Deum
vere cognoscere et recte amare".
La acción
gratuita que Dios realiza "hacia fuera" divinizando las personas
humanas tiene un término ad intra, ya que introduce a cada mujer y a cada
hombre cristianos en la vida trinitaria como "hijos en el Hijo". Esta
acción es un nuevo nacimiento ex Spiritu Sancto que implica una novedad de ser,
no en cuanto acto de la esencia sino en cuanto acto fundante de la relación del
hombre con Dios, de manera que el cristiano es relativo al Padre en el Hijo y
por el Espíritu Santo (esse ad Patrem in Filio per Spiritum Sanctum ). No se
trata de tres relaciones distintas, sino de una relación triple, dirigida a las
tres Personas divinas. El cristiano es hijo de Dios Padre en Cristo por el
Espíritu Santo.
www.mercaba.org
ENSEÑANZA DE JOSEMARÍA
ESCRIVÁ: LA LIBERTAD GANADA POR CRISTO EN LA CRUZ (III)
Enseñanza de Josemaría Escrivá: la libertad ganada por Cristo en la cruz (III)
Aproximación teológica a algunas enseñanzas del fundador del Opus Dei sobre la libertad
Mons. Lluís Clavell. Publicado en la revista ROMANA (33), fascículo 2º de 2001 10/07/2003
El jueves 26 de junio de 2003 se
celebró, por primera vez, la festividad de San Josemaría Escrivá de Balaguer.
Coincidiendo con la primera celebración dedicada al fundador del Opus Dei desde
que fue canonizado el 6 de octubre de 2002, seguimos publicando en 4 partes
semanales un amplio trabajo de Lluís Clavell. Ésta es la tercera y, por tanto,
quedará completado en nuestra próxima edición, con fecha 17 de julio.
"Nuestra
única finalidad es espiritual y apostólica, y tiene un resello divino: el amor
a la libertad, que nos ha conseguido Jesucristo muriendo en la Cruz (cfr.
Galat. IV, 31)".
4. LA LIBERTAD COMO DON DE DIOS
EN EL ORDEN DE LA CREACIÓN
Queriendo
en este estudio ilustrar "la libertad conseguida por Cristo en la
Cruz", me he detenido en la exposición de la doctrina teológica de la
libertad según las enseñanzas de San Josemaría Escrivá. Sin embargo, es
necesario aclarar que en ella está incluida la dimensión natural o creatural de
la libertad y que, en sus escritos, se halla siempre presente, de modo más o
menos explícito según las circunstancias, el doble orden de naturaleza y
gracia, subrayando a la vez fuertemente su unión en la existencia cristiana,
como parte de su concepto "unidad de vida".
4.1. LA UNIÓN DE NATURALEZA Y
GRACIA
Su visión
teológica unitaria, que incluye dentro de sí lo natural, aparece en esta bella
afirmación: "En todos los misterios de nuestra fe católica, aletea ese
canto a la libertad. La Trinidad Beatísima saca de la nada el mundo y el
hombre, en un libre derroche de amor. El Verbo baja del Cielo y toma nuestra
carne con este sello estupendo de la libertad en el sometimiento: heme aquí que
vengo, según está escrito de mí en el principio del libro, para cumplir, ¡oh
Dios!, tu voluntad".
En esta
unión de la naturaleza y la gracia en la historia humana, se pone de manifiesto
el carácter de misterio de la libertad. Si por una parte es evidente que la
persona es libre, por otra la realidad del mal moral, e incluso una cierta
inclinación hacia él, plantea profundos interrogantes a cada uno de los hombres
y de las mujeres a lo largo de toda la historia. San Josemaría expresa la
inteligibilidad propia de los misterios con el término "claroscuro":
"Podemos rendir o negar al Señor la gloria que le corresponde como Autor
de todo lo que existe. Esa posibilidad compone el claroscuro de la libertad
humana". Es más, la muerte en la cruz del Hijo de Dios encarnado, su
entrega absoluta y sin límites, si bien es muestra evidente del amor
misericordioso del Padre que nos libera y nos confiere confianza y seguridad,
nos mueve al mismo tiempo a pensar: "¿Por qué me has dejado, Señor, este
privilegio con el que soy capaz de seguir tus pasos, pero también de
ofenderte?". Es ésta una pregunta radical que atraviesa toda la homilía La
libertad, don de Dios.
Éste es
quizá el punto teológico radical de la reflexión de San Josemaría: la libertad
es un don divino, y no algo contrapuesto a Dios. Por eso su actitud es de hondo
agradecimiento a Dios por el privilegio de la libertad: "Sólo nosotros,
los hombres -no hablo aquí de los ángeles- nos unimos al Creador por el
ejercicio de nuestra libertad: podemos rendir o negar al Señor la gloria que le
corresponde como Autor de todo lo que existe". El Señor no nos coacciona,
porque quiere "correr el riesgo de nuestra libertad". Nos invita a
dirigirnos hacia el bien: "Fíjate, hoy pongo ante ti la vida con el bien,
la muerte con el mal. Si oyes el precepto de Yavé, tu Dios, que hoy te mando,
de amar a Yavé, tu Dios, de seguir sus caminos y de guardar sus mandamientos,
decretos y preceptos, vivirás… Escoge la vida, para que vivas". Éste y
otros textos de la Escritura estaban frecuentemente en sus labios, para
explicar con la palabra de Dios la realidad gozosa de la libertad.
Una
realidad gozosa que le llevaba a "levantar mi corazón en acción de gracias
a mi Dios, a mi Señor, porque nada le impedía habernos creado impecables, con
un impulso irresistible hacia el bien, pero juzgó que serían mejores sus
servidores si libremente le servían. ¡Qué grande es el amor, la misericordia de
nuestro Padre! Frente a estas realidades de sus locuras divinas por los hijos,
querría tener mil bocas, mil corazones, más, que me permitieran vivir en una
continua alabanza a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo. Pensad que
el Todopoderoso, el que con su Providencia gobierna el Universo, no desea
siervos forzados. Prefiere hijos libres". Ésta es la respuesta a la
acuciante pregunta: ¿Por qué Dios nos ha hecho libres, con el riesgo de todas
las consecuencias de lucha permanente entre el bien y el mal que de ello se
derivan?
La
libertad -que en no pocos pensadores modernos se malogra al ser entendida como
una libertad que es fundamento y no es fundada, como autonomía antropocéntrica,
como soledad individualista y autárquica- recupera en las enseñanzas de San
Josemaría su lugar teológico originario, ya que el señorío le viene al hombre
de su ser a imagen y semejanza de Dios. Al hablar de la imagen de Dios en el
hombre, que según Pannenberg es uno de los temas importantes que el
cristianismo -en su característico "exceso"- aporta al humanismo,
Tomás de Aquino se refiere en varias ocasiones a la libertad, al "dominium
sui actus", siguiendo a San Juan Damasceno (por ejemplo, en el prólogo de
la S.Th. I-II). Ciertamente la criatura humana es imagen de Dios con la
inteligencia, pero este aspecto parece ser sólo un primer momento ordenado a su
vez al señorío y la autodeterminación propios de la trascendencia del dinamismo
espiritual. La imagen de Dios en las personas creadas se halla sobre todo en la
libertad. Dios crea por amor sujetos semejantes a Sí: personas angélicas y
humanas dotadas de un autodinamismo limitado, concedido de manera participada
por Dios como difusión de una semejanza suya que procede de la Plenitud de Ser
que Él es.
Hombres y
mujeres son sujetos con una creatividad participada -con una dignidad y una
tarea expresadas en el Génesis- que se realiza a la vez con el cuidado y
servicio amoroso referido al mundo y a los demás mediante el trabajo, y con la
misión de llenar la Tierra mediante el amor conyugal y la familia. A San
Josemaría le gusta recurrir al pensamiento de Tomás de Aquino a propósito de
este don de la libertad: "He aquí el grado supremo de dignidad en los
hombres: que por sí mismos, y no por otros, se dirijan hacia el bien";
"Dios hizo al hombre desde el principio y lo dejó en manos de su libre
albedrío (Ecclo XV, 14). Esto no sucedería si no tuviese libre
elección". Alejandro Llano observa con acierto que esta inserción
teológica, arraigada en la tradición agustiniana y tomista, permite a San
Josemaría comprender con radicalidad la libertad humana y a la vez no
retroceder ante el desafío antropocéntrico de la modernidad, sino -al
contrario- denunciar sus insuficiencias precisamente al desarrollar sus
ignoradas potencialidades.
4.2. LA LIBERTAD DEL HOMBRE COMO
CRIATURA
Dentro de
este contexto teológico de unidad de lo sobrenatural y de lo natural,
respetando siempre su distinción, en muchos lugares San Josemaría resalta el
aspecto natural de la libertad como el mayor don de Dios en el plano humano o
creatural: "No podríais realizar ese programa de vivir santamente la vida
ordinaria si no gozarais de toda la libertad que os reconocen -a la vez- la
Iglesia y vuestra dignidad de hombres y de mujeres creados a imagen de Dios. La
libertad personal es esencial en la vida cristiana".
Ese
talante humano de amor a la libertad le conduce a valorar toda afirmación justa
de libertad, venga de donde venga, como en la ocasión relatada en este texto
paradigmático: "En 1939, recién acabada la guerra civil española, dirigí
en las proximidades de Valencia un curso de retiro espiritual, que tuvo lugar
en un colegio universitario de fundación privada. Había sido utilizado, durante
la guerra, como cuartel comunista. En uno de los pasillos, encontré un gran
letrero, escrito por alguno no conformista, donde se leía: cada caminante siga
su camino. Quisieron quitarlo, pero yo les detuve: dejadlo -les dije-, me
gusta: del enemigo, el consejo. Desde entonces, esas palabras me han servido
muchas veces de motivo de predicación. Libertad: cada caminante siga su camino.
Es absurdo e injusto tratar de imponer a todos los hombres un único criterio,
en materias en las que la doctrina de Jesucristo no señala límites".
Pero el
fundador del Opus Dei no concibe la dimensión antropológica natural como una
simple capacidad electiva limitada a la inmanencia terrena, sino que la ve
dotada de una esencial ordenación a Dios. Y así puede afirmar: "Dios hizo
al hombre desde el principio y lo dejó en manos de su libre albedrío (Ecclo
XV, 14). Esto no sucedería si no tuviese libre elección. Somos responsables
ante Dios de todas las acciones que realizamos libremente. No caben aquí
anonimatos; el hombre se encuentra frente a su Señor, y en su voluntad está
resolverse a vivir como amigo o como enemigo". Es más, la libertad
adquiere su sentido cuando se la acepta en toda su realidad y alcance como
libertad sobre todo ante Dios, y luego ante las demás personas.
De ahí
que San Josemaría se rebele enérgicamente ante quienes no están dispuestos a
admitir plenamente la libertad y quieren privar al hombre de ese "espacio
de servicio" en que se desarrolla el ser libre.
"Yo
he presenciado, en ocasiones, lo que podría calificarse como una movilización
general, contra quienes habían decidido dedicar toda su vida al servicio de
Dios y de los demás hombres. Hay algunos que están persuadidos de que el Señor
no puede escoger a quien quiera sin pedirles permiso a ellos, para elegir a
otros; y de que el hombre no es capaz de tener la más plena libertad, para
responder que sí al Amor o para rechazarlo". San Josemaría es muy firme en
defender la libertad como don natural presupuesto por el orden de la gracia:
"Dios mismo ha querido que se le ame y se le sirva en libertad, y respeta
siempre nuestras decisiones personales: dejó Dios al hombre -nos dice la
Escritura- en manos de su albedrío (Ecclo XV, 14)".
También
la libertad de las conciencias parece encontrarse principalmente en el plano de
la dignidad creatural, si bien será reforzada por la gracia como libertad de
los hijos de Dios: "He defendido siempre la libertad de las conciencias.
No comprendo la violencia: no me parece apta ni para convencer ni para vencer;
el error se supera con la oración, con la gracia de Dios, con el estudio; nunca
con la fuerza, siempre con la caridad". Josemaría Escrivá suele escribir
en plural la libertad de las conciencias, para subrayar que se refiere a la
conciencia de todas y cada una de las personas y no a la conciencia en cuanto
tal, que tiene su medida en la sabiduría y en el amor divinos. Me he permitido
abundar en estos textos porque, a mi modo de ver, reflejan una visión
específicamente "católica" del valor del plano creatural, como ha
sido reafirmado por Juan Pablo II en la Encíclica Fides et ratio a
propósito de la razón y de la justa autonomía de la filosofía. En algunos de
ellos se puede apreciar la mentalidad jurídica del autor, que al pensar también
en términos de dignidad humana y de justicia, tiende a no olvidar ni
minusvalorar el orden natural. Baste este ejemplo de defensa de la libertad de
cada conciencia: "Tanto en lo apostólico como en lo temporal, son
arbitrarias e injustas las limitaciones a la libertad de los hijos de Dios, a
la libertad de las conciencias o a las legítimas iniciativas. Son limitaciones
que proceden del abuso de autoridad, de la ignorancia o del error de los que
piensan que pueden permitirse el abuso de hacer discriminaciones nada
razonables".
Está en
juego el sentido de la vida humana y de la historia, si no se quiere reducir
todo a una pieza de teatro irreal. "Dios, al crearnos, ha corrido el
riesgo y la aventura de nuestra libertad. Ha querido una historia que sea una
historia verdadera, hecha de auténticas decisiones, y no una ficción ni un
juego. Cada hombre ha de hacer la experiencia de su personal autonomía, con lo
que eso supone de azar, de tanteo y, en ocasiones, de incertidumbre". La
libertad, en su dimensión natural, aparece como un don divino peculiar e
inalienable de toda persona, íntimamente vinculado a su dignidad. Esa libertad
tiene un aspecto básico de capacidad de elección y de iniciativa; pero ese
poder, a su vez, está orientado hacia una finalidad: nos permite servir a Dios
y a los demás, porque queremos, sin coacción alguna. Estos dos aspectos están
presentes en los textos analizados de tal modo que no se hace una separación,
sino que se intenta ver la unión entre ambos. Así sucede también en San
Agustín, para quien la libertad en su sentido más pleno está en la orientación
hacia Dios.
San
Josemaría muestra, con un estilo muy existencial y vivo, la esterilidad y la
irracionalidad del no querer comprometerse: su carácter de algún modo
antinatural. Habla de esterilidad porque "esas almas -las habéis
encontrado, como yo- se dejarán arrastrar luego por la vanidad pueril, por el
engreimiento egoísta, por la sensualidad. Su libertad se demuestra estéril, o
produce frutos ridículos, también humanamente. El que no escoge -¡con plena
libertad!- una norma recta de conducta tarde o temprano se verá manejado por
otros, vivirá en la indolencia -como un parásito-, sujeto a lo que determinen
los demás. Se prestará a ser zarandeado por cualquier viento, y otros
resolverán siempre por él. (…) ¡Pero nadie me coacciona!, repiten
obstinadamente. ¿Nadie? Todos coaccionan esa ilusoria libertad, que no se
arriesga a aceptar responsablemente las consecuencias de actuaciones libres,
personales. Donde no hay amor de Dios, se produce un vacío de individual y
responsable ejercicio de la propia libertad: allí -a pesar de las apariencias-
todo es coacción. El indeciso, el irresoluto, es como materia plástica a merced
de las circunstancias; cualquiera lo moldea a su antojo y, antes que nada,
están ahí las pasiones y las peores tendencias de la naturaleza herida por el
pecado". Esta descripción tiene gran actualidad en nuestra época, en la
que mucha gente se deja llevar por una libertad a la que San Josemaría llama
"libertinaje".
En esa
esclavitud que proviene de responder "no" a Dios, se actúa también
contra la razón, como afirma Santo Tomás de Aquino: "El hombre es racional
por naturaleza. Cuando se comporta según la razón, procede por su propio
movimiento, como quien es: y esto es propio de la libertad. Cuando peca, obra
fuera de razón, y entonces se deja conducir por impulso de otro, sujeto en
confines ajenos, y por eso el que acepta el pecado es siervo del pecado (Ioh
VIII, 34)". El que quiere reservarse la libertad sin ejercerla en la
entrega es esclavo de sí mismo y acaba siendo esclavo de los demás, de muchas
cosas externas, de las que debería ser dueño como hijo de Dios. Es el camino de
la infelicidad aquí abajo y luego para siempre. No es libertad, sino
libertinaje.
Clásicamente
se ha llamado libertad psicológica a la capacidad de elegir y libertad moral, a
esa mayor capacidad operativa que surge del buen ejercicio de la libertad con
la formación de hábitos, en los que se condensan las elecciones buenas
realizadas. En la filosofía contemporánea, han tenido lugar otros acercamientos
significativos hacia una libertad más profunda que la mera capacidad de elección.
Así, la distinción de Isaiah Berlin entre una libertad negativa ("libertad
de" coacciones, interferencias, imposiciones) y una libertad positiva
("libertad para" hacer o ser algo, para proyectar y comprometerse)
supuso un enriquecimiento en el diálogo entre los filósofos de la política. La
libertad positiva es una concepción más alta que responde a la creatividad
propia de la persona humana, pero todavía no llega al punto más alto que Cristo
ha traído al mundo ampliando las perspectivas humanas, con ese
"exceso" característico del cristianismo.
Pese a su
fuerte paradoja, la cruz -con sus dimensiones de entrega, sacrificio, perdón,
compromiso, aparente fracaso…- encuentra en el corazón humano una intensa
resonancia, porque ya en el plano humano el nivel más alto de libertad se
manifiesta en la capacidad creativa desinteresada, en amar el bien en sí
independientemente de que lo sea para mí, en la amistad y benevolencia de
querer a las personas, en razón de su bondad y dignidad innatas.
Recordando
una obra de Robert Spaemann, el hombre alcanza su plenitud, y con ella su
felicidad (Glück), en la benevolencia (Wohlwollen) hacia los demás, queriendo
su bien en cuanto tal. También Carlos Cardona ha hecho de la relación entre
ser, libertad y amor de benevolencia el núcleo de su obra más lograda desde el
punto de vista propositivo: la Metafísica del bien y del mal. En ella
sostiene que la libertad es una característica trascendental del ser del
hombre; es el núcleo de toda acción realmente humana y lo que confiere
humanidad a todos sus actos. El acto primero y fundamental de la libertad
consiste en decidirse, con un amor electivo, por el bien en sí mismo, con lo
que se supera el amor natural hacia el bien para mí. Significa, por tanto, un
éxtasis, con el que se sale de sí mismo. Alejandro Llano, aun apreciando los
sentidos de "libertad de" y "libertad para"
propuestos por Isaiah Berlin, piensa que no bastan y que hay un tercer sentido,
al que llama "libertad de sí mismo", que es vaciamiento de uno mismo,
kénosis y apertura amorosa a los otros.
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