Padres sobreprotectores piensan que a mayor cantidad de cuidados, mayor es el afecto que entregan a sus hijos. ¡Gran error! El exceso de preocupación les dificulta el desarrollo de su personalidad.
Por
instinto los papás tienden a proteger a sus hijos. Los ven pequeños,
dependientes e indefensos y sienten la necesidad de abrazarlos cuando lloran,
de prevenirlos de los peligros, de mostrarles lo que pueden y no pueden hacer,
de atender a sus problemas cuando están tristes.
También
se preocupan de que les pueda ocurrir algo: cuando duermen, especialmente si es
recién nacido, se acercan a comprobar si respira bien; ante una fiebre,
consultan al médico y curan sus heridas cuando caen. Es lo normal de un padre
hacia su hijo.
PROTEGER MÁS DE LA CUENTA
Muchas
veces, sin embargo, la atención normal se transforma en aprensión y algunos
padres demuestran una preocupación excesiva. y más que proteger a los hijos los
sobreprotegen.
¿CÓMO? CUIDÁNDOLOS MÁS DE LA CUENTA
Viven
pendientes minuto a minuto de las necesidades del niño: si tiene hambre, si el
clima está muy frío para él, si es hora de vestirlo, si se puede caer, si le
toca bañarse…
Se
desvelan al verlo triste o enfermo. No entienden que a veces prefiera estar
solo en su pieza.
Cuando
llega la edad de las obligaciones escolares, son los primeros en sentarse a
hacerle las tareas. El resultado: niños caprichosos, habituados a una vida
hecha, siempre protegidos, llenos de límites y recomendaciones. No llegan a
conocer lo que es frustrarse ni tener contratiempos. Las responsabilidades, si
las tienen, son compartidas.
¿MAL NACIONAL?
Con mayor
o menor intensidad es acertado decir que en Chile se tiende a sobreproteger a
los hijos. “Casi como parte de nuestra idiosincrasia”, afirman algunos. Muy
distinto a otras culturas, como la norteamericana, donde la educación incentiva
a los niños la autonomía des- de sus primeros años de vida. Basta recordar la
sorpresa de algunas mamás locales cuando vuelve la amiga chilena que partió
becada con el marido y cuyo hijo de dos años ya sabe comer solo, no usa
pañales, toma la leche en vaso, y en general participa mucho más de los
quehaceres diarios.
En
nuestro país, en cambio, las mamás y muchas veces también las empleadas,
exageran en atenciones y mimos, mucho más allá de lo conveniente para el
desarrollo de la madurez e independencia de los niños.
“Uno lo
puede ver en los colegios- asegura la educadora de párvulos M. Clara Valencia: Hay
una tendencia generalizada a empequeñecer a los niños. Los padres exigen a sus
hijos menos de lo que corresponde a su edad; no los dejan asumir
responsabilidades para que vayan adquiriendo autonomía. Y los ven como niños
aunque hayan entrado a la universidad”.
ASÍ LLEGAMOS A ESTA REALIDAD:
– Niños
de seis años que hay que vestir todas las mañanas para que no lleguen tarde al
colegio.
– Muchos
a los siete años todavía toman la leche en biberón.
– Niños
que nunca ordenan sus cosas porque “para eso está la mamá”. Escolares de diez
años que esperan a la mamá para hacer juntos las tareas.
– Niños
que almuerzan sólo lo que les gusta comer.
“Y los
padres contemplan estas situaciones sintiendo que es lo normal en hijos que
reciben mucho cariño”, explica la psicóloga infantil Carmen Birke. Agrega:
“Para ellos, amor y mimo son proporcionales, ya mayor cantidad de cuidados,
mayor es el afecto que creen expresarle a sus hijos. No saben que al
sobreprotegerlos de esa manera no les están ayudando a ser niños fuertes, seguros
e independientes. Por el contrario, le están impidiendo un desarrollo armónico
e ideal de su personalidad”.
CARIÑO IMPRUDENTE
Si se
analiza las actitudes en que caen los padres sobreprotectores, éstas se pueden
resumir en las siguientes premisas:
– No
exigen a sus hijos de acuerdo a la edad que tienen.
Entre los
0 y los 6 años se deberían vivir una serie de etapas de crecimiento, desde
caminar, dejar el chupete, comer solo, sacarse los pañales, hasta pasar de
biberón a taza… Son avances que los padres sobreprotectores no alientan a sus
hijos, a veces por comodidad, pero también por no exigirles. “Pobrecitos, si
son tan chicos todavía”, se les oye decir. Y dejan huella: porque el niño que
no tuvo la necesidad de esforzarse de chico tiene dificultades para hacerlo
cuando es mayor.
– Impiden
que los niños asuman sus responsabilidades.
“Mamá es
hora de que me vistas”, “hoy me tienes que bañar”, ” ¿quién me va a ordenar mis
juguetes?”…
Cuando
los padres acostumbran a los hijos a hacerles todo, los niños se acostumbran a
no hacer nada. Para la mamá puede ser más rápido y cómodo porque se asegura que
las cosas quedan bien hechas -según ella-, pero es necesario irle traspasando
responsabilidades al niño de a poco, dejarlo que se equivoque. Sólo con la
práctica de hacer cosas va a poder desarrollar habilidades y adquirir hábitos.
– No
educan hijos autónomos.
A los
seis años, los niños adquieren sus primeras responsabilidades escolares.
Importante es que se involucre. Hay que enseñarles desde el principio que es su
responsabilidad y no de los padres el que lo cumpla.
OTRO ERROR FRECUENTE
– Quieren
solucionarle todos sus problemas. Los padres sobreprotectores no soportan la
idea de que sus hijos sufran o experimenten frustraciones. Y si se les pierde
un juguete, la mamá puede pasar la tarde buscándolo, mientras el “pobrecito”
pasa la pena viendo televisión. Después, cuando pelean con algún amigo, es la
mamá nuevamente la que hace de árbitro para enmendar la relación.
Así es
difícil que el niño aprenda a reaccionar correctamente frente a situaciones de
conflicto. Además, hay que recordar que en esta edad son los juguetes y los
amigos, pero después los problemas son más complicados.
– Frenar
los ímpetus de independencia. Para los niños de esta edad -sobre todo a los dos
años cuando les viene una arremetida de independencia-, la vida es una aventura
y si constantemente se les está mostrando el peligro y los riesgos que supone
el salir a explorar, van adquiriendo una actitud temerosa y negativa frente al
mundo. “Abríguese, que se puede resfriar”, “cuidado con el perro que lo va a
morder”, “no se suba ahí que se puede caer”. El freno permanente sobre los
hijos los lleva a ir perdiendo confianza en sí mismos.
CAUSAS FRECUENTES
Son varias las causas que pueden
motivar a los padres sobreprotectores. Las más frecuentes son enumeradas por la
psicóloga Carmen Birke:
– Los padres
que han tenido un modelo de padres sobreprotectores, en cierta medida tienden a
repetirlo porque es el único que conocen.
– Los
padres no quieren repetir la falta de cariño que les tocó experimentar a ellos
y se van al extremo opuesto de darlo todo y no exigir nada.
– Padres
con alguna experiencia traumática previa que los hace adoptar una actitud
sobreprotectora para evitar una repetición.
– El caso
de padres adoptivos que buscan compensar la falta de paternidad biológica
desviviéndose por el niño.
– Padres
mayores que cumplen la tarea de abuelos regaladores más que educadores.
– Padres
de un hijo único en quien concentran atenciones, cuidados, mimos, y todo el
tiempo del que disponen.
– Padres
con sentimiento de culpa: cuando el trabajo los mantiene gran parte del día
lejos de la casa, compensan la ausencia con mimos excesivos, “pobrecito cómo lo
voy a retar cuando estoy con él, si apenas lo veo”.
Todos
ellos son malcriadores. No asumen la educación del niño como un fierro que hay
que forjar.
EL OTRO EXTREMO
¿Cómo
saber cuánto se le puede exigir a los niños y cuándo hacerlo?
Así como
se cae en sobreproteger a los hijos y se les asfixia con atenciones, la balanza
puede irse al otro extremo donde los padres aceleran el proceso de crecimiento
más allá de lo que les corresponde.
Ellos los
impulsan a realizar las cosas solos y si los ven tímidos reaccionan fuerte:
“Tienes que aprender a nadar antes que los demás”, “vamos, salta sin miedo”.
Ni tanto
ni tan poco. Para educar no hay reglas ni recetas. Todo depende del niño, de su
ambiente familiar, su personalidad, si tiene hermanos, su ubicación entre
ellos…
Hay que
observar… Saber si son felices o no, lo que pueden hacer, qué les cuesta más,
qué les gusta.
Cada hijo
es distinto y por ende hay que exigirle a su medida. Al que es más regalón y
está siempre pidiendo ayuda o que le hagan las cosas, hay que ir enseñándole a
hacer por sí mismo, de a poco y con paciencia, para que vaya adquiriendo
autonomía.
Al hijo
independiente, en cambio, que dice que es grande y puede hacer sus cosas solo,
dejarlo crecer, proporcionándole también la seguridad que siempre necesita.
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