Queridos amigos y hermanos de
ReL: hoy, 8 de diciembre, estamos celebrando con inefable gozo el día de la
Inmaculada Concepción de María. Esta fiesta entona perfectamente con el
espíritu del Adviento. Mientras la Iglesia se prepara a la venida del Redentor,
es muy justo acordarse de aquella mujer “la Purísima” que fue concebida sin
pecado porque iba a ser su Madre.
La misma promesa del Salvador
está unida, más aún incluida en la promesa de esta Virgen singular. Después de
haber maldecido a la serpiente tentadora, dijo el Señor: “Pongo enemistad
perpetua entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el suyo: éste te aplastará la
cabeza”.
Con María comienza la lucha entre
el linaje de la Mujer y el linaje de la serpiente. Lucha que se convertirá en
hostilidad gigantesca y se resolverá en victoria cuando Jesús, el “linaje” de
María, vendrá al mundo destruyendo el pecado.
De esta manera la vocación de
María ocupa un lugar primerísimo en la historia de la salvación: Ella es la
Madre del Redentor y al mismo tiempo la primera redimida, preservada de toda
sombra de culpa en previsión de los merecimientos de Jesús. Sin embargo, el
privilegio de la Inmaculada no consiste sólo en la ausencia del pecado
original, sino mucho más en la plenitud de su gracia.
Nos dice la Constitución
Dogmática “Lumen Gentium” del Concilio Vaticano II: “La Madre de Jesús, que
dio a luz a la vida misma que renueva todas las cosas... fue enriquecida por
Dios con dones dignos de tan gran dignidad, enriquecida desde el primer
instante de su concepción con esplendores de santidad del todo singular”.
El saludo del Arcángel Gabriel, “Salve,
llena de gracia, el Señor está contigo”, constituye el testimonio más
válido de la Inmaculada Concepción de María, ya que no sería en sentido total
“llena de gracia” si el pecado la hubiera tocado aunque no fuera más que por un
levísimo instante.
Hoy la Iglesia nos invita a
alabar a Dios por las maravillas realizadas en esta humilde Virgen, la
maravilla de haber roto la cadena del pecado de origen que tenía atados a todos
los hijos de Adán.
La Virgen de Nazaret encabeza así
las filas de los redimidos; con Ella comienza la historia de la salvación, a la
cual María colabora dando al mundo a Aquel por quien los hombres son salvados.
Para ello no tenemos más que seguir su ejemplo a diario, imitándola en su
fidelidad a la gracia y en su incesante apertura y entrega a Dios.
Que la Inmaculada nos muestre, en
el tiempo y en la eternidad, el fruto de su vientre, Jesús.
Con mi
bendición.
Padre José Medina
Padre José Medina
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